La sociedad necesita respirar y reconciliarse. Y ello no se conseguiría ni con un Gobierno llamado “constitucionalista”, es decir, formado por PP, Ciudadanos y PSC, ni tampoco con uno independentista en que se volvieran a juntar Esquerra Republicana de Cataluña, el PdeCat (ahora Junts per Catalunya) y la CUP.
En este punto, es necesario superar la política frentista, de bloques, que divide a la sociedad, la tensa, la fractura y la enemista, para lograr mayorías transversales, que tiendan puentes entre unos y otros desde unos mínimos comunes denominadores que hagan saltar por los aires tanto la agenda del 155 como la de la DUI.
La recuperación de la autonomía catalana, el aprovechamiento de la ventana de oportunidad que se ha abierto para la reforma del Estado –y que tan bien ha visto la Comunidad Valenciana– y, por supuesto, la agenda social, abandonada en Cataluña y en España durante demasiados años, han de ser las prioridades del próximo Govern. Éste sería un proyecto inclusivo, de todos y para todos que también contribuiría a devolver la normalidad al resto de España y a su relación con Cataluña.
Es necesario desterrar de la precampaña y de la campaña electoral del 21-D la lógica de vencedores y vencidos, del quiénes somos más, si los independentistas o los españolistas. Así no se reconcilia un país. El reto, lo que hay que ganar, es la convivencia de una sociedad que es, será y siempre ha sido plural, diversa. Las posiciones ahora se han polarizado y la responsabilidad de los líderes políticos es destensar.
Los independentistas no han de pensar en los próximos comicios como un examen a su gestión pasada, al 1-O, a sus sacrificios por la nación catalana en forma de cárcel o exilios, sino como un mandato para el futuro. Y ello exige que presenten planes claros para la legislatura que comenzará a correr desde principios de 2018, algo que de momento no se atisba. Los partidos constitucionalistas no han de interpretar el resultado de las elecciones como un permiso para recentralizar el Estado o para aplastar a la que en ese caso sería nueva minoría como revancha a un nada ejemplar ejercicio del poder por parte de los independentistas en los dos últimos años y sobre todo en el último tramo de su mandato.
Para evitar la tentación de agarrarse a la lógica de los vencedores y de los vencidos, del rodillo y los aplastados, lo mejor es apostar por la creación de mayorías transversales, de gobiernos multicolores. Si siempre son sanos, en este caso lo sería mucho más.
Hay varios síntomas que permiten conservar algo de optimismo de que algo así es posible.
En primer lugar está el movimiento realizado por el PSC, incorporando en sus listas a miembros de la antigua Unió, formación conservadora y catalanista. Ello, en el caso de que el Gobierno catalán que se formara fuera de corte constitucionalista ayudaría a hacerlo un poco más plural. La propia tradición catalanista del PSC –aunque muchos de sus miembros se hayan mostrado críticos con el apoyo del PSOE al 155, al PP y a Ciudadanos– contribuiría a dotar de algo de pluralismo a ese eventual Gobierno constitucionalista. Pero posiblemente no sea suficiente: Unió ha sido muy beligerante con el PdeCat y el PSC ha sufrido muchas bajas en su facción más catalanista.
En segundo lugar, nos encontramos con que el separatismo (ERC y el Junts per Catalunya, aunque no la CUP) está bajando el tono y echando el freno: declarar, como han hecho, que no estaban preparados para la independencia implica que una victoria electoral el 21-D no implicará continuar inmediatamente con la agenda separatista; afirmar, como han hecho, que no habían tenido en cuenta que el Estado central iba a usar todas sus armas en su contra, hace pensar que no reincidirán, al menos a corto plazo. Ésta puede ser una estrategia electoral para que no se les vayan los votantes que se han podido arrepentir de apoyar el independentismo, para no ceder los sufragios de quienes ahora han caído en la cuenta de las perniciosas consecuencias económicas de la errática construcción de la República Catalana, para que no les abandonen y se vayan a la abstención quienes se sienten desilusionados, frustrados o engañados. Pero ello puede facilitar que a partir del 22 de diciembre las fuerzas independentistas puedan constituir un gobierno junto a partidos no separatistas. Con sus últimos mensajes, el separatismo parece estar dejando claro que la independencia no forma parte del plan después de la noche del 21-D, al margen de cuál sea el resultado. Esto último puede impedir a la CUP respaldar a ERC o a Junts per Catalunya, lo que dificultaría aún más todavía la formación de una mayoría independentista para la próxima legislatura y podría abrir la puerta a la inclusión de otros partidos no soberanistas.
En tercer lugar, nos encontramos con otro factor para mantener cierta esperanza en una próxima distensión de la crisis: de acuerdo con las encuestas que se están publicando, Catalunya en Comú tendría la llave para inclinar la balanza en uno u otro sentido, en el del bloque constitucionalista –altamente improbable– o en el del independentista. La sola presencia de CeC en una u otra coalición, el solo «permiso» de CeC a una o a otra mayoría, ayudaría a tender puentes entre el independentismo, el catalanismo y el españolismo, porque el mensaje de CeC, y sobre todo de Podemos en Madrid, ha hecho hincapié en el diálogo y la negociación.
Por la reducción del tono en el independentismo, a excepción de en la CUP, por el afán inclusivo del PSC, por lo partidario del diálogo que se muestra CeC, no sería extraño acabar viendo este tripartito.
Hay obstáculos a sortear. Sin duda.
No parece fácil que los Comunes se avengan ahora a pactar el Govern con el PSC, y viceversa, cuando acaban de romper en el Ayuntamiento de Barcelona. Pero este último acontecimiento quizás haya que interpretarlo en clave electoral porque, ante los comicios del 21-D, PSC y CeC son, entre sí, los principales rivales, puesto que competirían por un electorado parecido: de izquierdas, catalanista no independentista y posiblemente partidario de un referéndum o, al menos, del diálogo. Ada Colau, con la ruptura con el PSC, pone sobre la mesa una vieja estrategia electoral de Podemos, aunque a escala catalana, basada en «el PSC está demasiado cerca del PP y de Ciudadanos».
Quizás haya que tener mucho más en cuenta el análisis que hagan sobre todo PSOE y Podemos sobre las consecuencias en el resto de España de las decisiones que tomen en Cataluña. Y ambos tienen mucho que perder con una estrategia en la que se mezclen con el independentismo si no se diseña y se argumenta muy, muy bien. Ése es el verdadero obstáculo que hay que saltar para que sea posible un Govern plural y que propicie la reconciliación social. Incluso puede ser posible pensar que de las elecciones del 21-D podría no salir un Gobierno y repetir la secuencia que ya vivimos para poder formar el Gobierno central.
Sígueme en twitter: @acvallejo