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Bitácora de la precampaña del 21-D: luchas directas y soterradas entre los partidos

 

El 21 de diciembre, la fecha escogida por el Gobierno de España para la celebración de las elecciones autonómicas en Cataluña, se enfrentan, fundamentalmente, las fuerzas independentistas con las “unionistas”. Es la primera batalla electoral en la que pensamos cuando nos planteamos los posibles escenarios en que puede desembocar esa cita con las urnas, es la que primero vamos a plantear, pero no es la única.

 

La suma de los escaños (que no de los votos) de la CUP, el PdeCat y ERC dio lugar a la mayoría absoluta en el Parlament que nos ha traído hasta aquí. Otra mayoría absoluta (que el independentismo querría que en esta ocasión fuera no sólo de asientos en el Parlament sino también de sufragios populares), se teme, podría engordar la legitimidad con que se creen investidos los líderes separatistas, que podrían continuar con la lógica del “procés”. Este escenario nos podría llevar a un 155 indefinido, cuyo desarrollo dejaremos, quizás, para otra entrada.

 

Lo que ocurre es que en esta ocasión no hay un bloque independentista cohesionado, como si lo hubo en el año 2015, cuando ERC y el PdeCat formaron Junts pel Sí (aunque con la salvedad de una CUP que hizo valer su papel decisivo para que fuera posible la creación de esa mayoría independentista estableciendo ciertas condiciones: Puigdemont en el lugar de Mas, como ejemplo más visible).

 

En esta ocasión, el PdeCat compite con ERC y lo hacen sus líderes, Carles Puigdemont, en Bruselas, «internacionalizando el procés«, asumiendo un gran riesgo de empeoramiento de su imagen por ello, mientras que Oriol Junqueras cumple prisión preventiva en la cárcel, con el riesgo de quedar, nunca mejor dicho, en la sombra, contra lo que lucha publicando, de cuando en cuando, artículos en la prensa nacional y también en la internacional.

 

La gran cuestión es si será fácil que se unan el PdeCat y ERC con un acuerdo postelectoral. El PdeCat, que, si tienen razón las encuestas, quedará muy mermado tras las próximas elecciones, si quiere conservar cierta visibilidad, no le quedaría más remedio que reeditar un Gobierno con ERC. Quizás la estrategia de Puigdemont convirtiéndose en un “líder independentista en el exilio” tiene como ingrediente hacer imprescindible al PdeCat en un futuro Gobierno de corte separatista, o que quede muy feo no crearlo.

 

Pero lo cierto es que las posibilidades que tiene abiertas ERC son mayores: todos tenemos en la memoria el famoso tripartito presidido por el socialista José Montilla y en el que participaron la ERC de Carod-Rovira y la ICV de Joan Saura. ¿Sería posible ahora que una ERC más radicalizada en su aspiración independentista pactara con un PSC que ha acogido en sus filas al nacionalismo conservador de los herederos de Unió y con los Comunes? Puede que los líderes de los tres partidos consideren que sería útil para destensar la situación, abandonando programas de máximos, y pactada encontrar una solución negociada, pactada, con el Estado, dentro del marco legal.

 

Dentro del mundo independentista, no hay que olvidar que hay un tercer actor, la CUP, que apenas ha entrado aún en la contienda preelectoral porque supone que cuenta con su propio nicho de votos que, aunque las encuestas de momento dicen lo contrario, podría crecer: en primer lugar, a costa de los Comunes, que, con los últimos acontecimientos (dimisión de Albano-Dante Fachín o la desautorización que ha sufrido Izquierda Anticapitalista por parte de la cúpula de Podemos) se están desmarcando más claramente del independentismo; en segundo lugar, a costa de ERC en caso de que se observe algún movimiento en su seno en favor de una alianza con los propios Comunes o con el PSC y ello haga atisbar una renuncia al “procesismo”.

 

Los independentistas se enfrentan a los unionistas; hay también una guerra larvada entre los propios independentistas; pero también hay otros claros contendientes que se enfrentan entre sí: los Comunes y el PSC.

 

Los últimos movimientos del PSC parecen mostrar que, además de querer mantener su voto tradicional de clase trabajadora, aspira a otros dos electorados: el del catalanismo conservador no independentista, y de ahí su alianza con los herederos de Unió; y el del catalanismo progresista que pudo, en las últimas elecciones, sobre todo en las generales, haber votado a Podemos -de hecho, la fuerza morada ganó los comicios generales en Cataluña, al igual que en el País Vasco-. El guiño que el PSC les ha lanzado a estos últimos ha sido tan poco sutil como fichar al ex fiscal anti-corrupción Carlos Jiménez Villarejo, que fue eurodiputado por Podemos, para cerrar la lista del PSC por Barcelona.

 

Los dos movimientos que acaba de realizar el PSC, la incorporación de nombres de la antigua Unió a las listas y el fichaje de Jiménez Villarejo, quieren dar credibilidad a una idea importante que el PSC quiere transmitir, pese a que el PSOE haya apoyado a PP y Ciudadanos en la aplicación del artículo 155: el PSC no está por la recentralización del Estado, sino que quiere preservar y fortalecer las instituciones catalanas, y ello, sin renunciar a su agenda social, porque su alianza con los compañeros de Josep Antoni Duran i Lleida no harán que el PSC gire a la derecha.

 

Con ello, el PSC lanza también otro mensaje importante que ataca la línea de flotación de Podemos (o de los Comunes, en Cataluña): la estrategia del PSC huye del frentismo, escapa de que se le alinee con el Partido Popular y con Ciudadanos, con el conservadurismo españolista, y opta por unir diferentes sensibilidades y por mostrar que pueden llegar a acuerdos.

 

La estrategia del PSC ataca a la línea de flotación de Podemos (o de los Comunes) porque estos últimos habían hecho del diálogo su apuesta para resolver los problemas renunciando y denunciando la política de bloques, de frentes, en que la política había encallado en las últimas semanas. Pero ha sido Iceta el que ha hecho saltar por los aires los bloques con una candidatura transversal.

 

Una candidatura transversal que está recibiendo muchos ataques, sí, y con la que el PSC corre muchos riesgos, porque un pacto con la derecha nacionalista puede espantar al progresismo, y porque el catalanismo conservador podría no fiarse demasiado de los socialistas (quizás a estos últimos posibles recelos puede responder la posibilidad de que Pedro Sánchez no vaya mucho a Cataluña durante la campaña, por la fama de izquierdista que se labró durante el periodo convulso que atravesó el PSOE el año pasado y que ahora no parece convenir; o, también, a que a Sánchez le pueden echar en cara el viraje que le llevó a apoyar al PP y a Cs en la suspensión del autogobierno catalán).

 

Con su huida de la política frentista, el PSC ha dejado a PP y Ciudadanos que compitan por el voto unionista más férreo. El peligro lo corre sobre todo el Partido Popular, que puede ver mermados sus apoyos en favor de Ciudadanos, que fue la fuerza que desde primera hora más beligerante se mostró contra el independentismo. Ciudadanos ya es el principal partido opositor al nacionalismo e independentismo catalanes. Puede ver reforzada aún más esa posición tras las elecciones del 21 de diciembre, mientras que el PP podría, por el contrario, ver aún más mermada su representación en esa importantísima porción de España.

 

 

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