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Mientras tantoBlack is Black

Black is Black


 

Dice Sánchez Barcoj que no hay nada que ocultar. Por algo se llaman opacas las tarjetas esgrimiendo así una defensa literaria de antífrasis. Casi nada de lo que ocurre en estos casos es muy interesante, porque al final siempre acaba pasando lo mínimo posible después de lo máximo anterior, que es como si la balanza de la justicia se hubiera sacado de la tapadera de Omar Sharif en ‘Top Secret’ (…souvenirrs, arrtículos de coña…), y en Caja Madrid la hubieran adquirido para hacer sus propias mediciones.

 

Habrá legalidad en el asunto, la legalidad del contubernio de la casta de Iglesias, que es un concepto tergiversado por la publicidad pues del castus latino se deriva una idea de pureza que aquí, en todo caso, tendría que ver con la de la cocaína Blue Magic y sus efectos para todas las partes, por lo que mejor se va a hablar de la legalidad del contubernio del guateque donde suena ‘Black is black’ a todo trapo.

 

Eso no se discute, como tampoco la ausencia de moralidad que es la punzada que se siente desde fuera, y la cornada que recibe un preferentista al ver a semejantes barbilindos con sus atuendos expedidos y sus sonrisas de grandes hombres a las que sólo les falta un bigote fijado con las puntas hacia arriba. Pero no todos estos Bravos son de linaje sino del pueblo, yeyés  conservadores, banqueros, nobles, comunistas, sindicalistas… La democracia entera sin factura.

 

Blesa sí tiene aspecto de pie tierno de los que recibían un manteo de bienvenida en el Oeste al bajar del tren, entre otros agasajos, para terminar alquitranados y emplumados con el fin de bajarles esos humos europeos y, con un poco de suerte, convertirles en nativos de las praderas donde había que ganarse (y uno podía hacerlo si quería) el pan con el sudor de la frente.

 

No se puede olvidar que igual que don Miguel fue presidente de Caja, don Rodrigo pudo serlo del gobierno. A uno se le aparece constante ese vine suyo tocando la campana de Bankia como si con ella estuviera dando comienzo oficial a la fiesta con la sonrisa de sátiro, que es una sonrisa que ahora (antes no), después (o en medio) de los autos, adquiere un carácter tan sórdido que no cuesta nada verle en camiseta de tirantes y calzoncillos como a Roldán antaño en Interviú.

 

Pero no hay que precipitarse. La opacidad tiene estas cosas y uno puede imaginarse barbaridades como que un tipo saque de un cajero dinero ¿público? para sus cosas, por valor de decenas y centenas de miles de euros, con la misma saña de Patrick Bateman tratando de introducir por la ranura un gato callejero.

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