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Mientras tanto#13 De cantantes de ópera e infiernos

#13 De cantantes de ópera e infiernos


 

I.

 

 

Los cantantes de ópera tienen una suerte directamente proporcional a su cruz: su voz. Por mucho que trabajen, por mucho que vayan al gimnasio o por muy simpáticos y buenos actores que sean —ay: dentro y fuera del escenario—, caso de que no haya voz, estamos perdidos.

 

Un auténtico impresentable puede hacer carrera —y envejecer solo— siempre que mantenga pura su técnica y su instrumento, como un buen deportista. Pero si falla la voz, al menos tendrá que ser simpático o exhibir una técnica admirable, maquillar sus carencias naturales con algo. Y si se queda, demasiado pronto, sin lo uno y sin lo otro, está perdido. Para siempre. Quizás antes de los cuarenta.

 

A los que ya atesoran tablas los ves tranquilos, prepotentes casi, y te preguntas qué habrá debajo de toda esa seguridad. Te preguntas —hasta que un día lo ves con tus propios ojos, y nunca es en público, y siempre es en privado y en la más absoluta soledad— cómo será el ver transcurrir los días, acercarse un estreno y no poder con el rol, cuánto llorarán y cuántas horas habrá en la recámara, perdidas mirándose al espejo sin atreverse a salir de casa. Cuántas veces habrá ocurrido eso antes de poder atacar este papel o afrontar aquel debut con garantías. Todos los grandes que ha dado España comparten, siempre, el mismo consejo: si no estás seguro, no lo hagas: Un error tiene remedio; una lesión, no. Son titanes.

 

El tenor australiano Stuart Skelton, por ejemplo, se convirtió en una especie de héroe para cualquier aficionado —o paseante— que se acercase a la Ópera de Oviedo en enero de 2012, cuando cantó el Peter Grimes que a alguno nos cambió la vida. Luego protagonizó uno de los episodios —debido a una enfermedad bien arraigada en su pecho— que pasarán a la historia de la temporada ovetense, en enero de 2015: en total, cuatro tenores hicieron falta para sustituirle en el rol de Sansón en las cuatro funciones de Sansón y Dalila, de Saint-Säens. Skelton actuó el papel en el estreno mientras que Dario di Vietro lo cantaba, partitura en mano, desde un lateral del escenario. Skelton no quería saludar al terminar. El público lo obligó.

 

En los meses siguientes siguió tratando de recuperarse y recuerdo, cuando ya se acercaba el verano, que en algún lugar publicó un mensaje entre emocionado e inquietante, algo críptico, en el que ponía su dolor al servicio de los demás: Estad atentos a vuestro entorno, cuidadlos. Queredlos. De los momentos más duros solo se sale con ayuda.

 

Skelton volvió, en plena forma, para cantar el rol de Siegmund en la apertura de temporada siguiente, en Die Walküre. Nos voló la cabeza a todos, otra vez, en un final feliz y bastante esperanzador: «Wälse! Wälse!»

 

Skelton tiene una voz privilegiada, es un actor como la copa de un pino y, con poquísimo tiempo, se hace acreedor del cariño de todo el mundo. Supongo que entre los tres factores, salió del agujero.

 

Pero, ¿de verdad no se preguntan nunca los cantantes, por mucha certeza que tengan de que nunca les ocurrirá a ellos, de qué tamaño es ese infierno? ¿No tienen miedo? Parece un acto de valor considerable.

 

 

 

II.

 

 

Esta semana hemos podido disfrutar de uno de esos titulares que los periodistas llaman «con boina»: «El Metropolitan habla español», un acto de exaltación de nuestro patrimonio vocal consagrado al tenor Celso Albelo, que debutó en el coliseo neoyorquino en enero; y al barítono Juan Jesús Rodríguez, que lo ha hecho esta semana en Il Trovatore.

 

Albelo tiene hechuras de tenor glorioso de la vieja escuela, pero Rodríguez, considerado uno de los barítonos verdianos más prodigiosos del planeta, es en cambio una rara avis dentro del mundo de la ópera. Porque tiene una voz de natural único, todo un diamante al que ha ido sabiendo sacarle caras hasta llegar aquí, al teatro de ópera en el que todo el mundo quiere estar. El mayor del mundo.

 

No obstante, Rodríguez no solo utiliza su voz para cantar: también para no callarse absolutamente nada de lo que se le pasa por la cabeza, peculiaridad esta que le convierte en un personaje ciertamente incómodo y que, por cierto, provoca algunos de esos episodios mediáticos que no están nada bien considerados en nuestro ámbito. Con razón o sin ella, «los trapos sucios se lavan en casa».

 

Rodríguez, decía, que va camino de héroe nacional coronado allende los mares, concedió en junio de 2015 una entrevista a La Noche de la Cadena Cope de la que transcribo, a continuación, un fragmento:

 

 

«En España pasan muchas cosas en el mundo de la lírica y no son cosas bonitas. Seguimos con nuestro complejo de que todo lo que viene de fuera es muchísimo mejor que lo nuestro. Nuestras voces, las voces de los cantantes españoles, son espectaculares. Yo me acuerdo de cuando salí fuera, cuando tenía 25 o 26 años, estuve audicionando por Centroeuropa y cada audición era un contrato, era un director de teatro que no entendía cómo no había cantado yo todo el repertorio ya. […] ¿Por qué pasa eso en España? Porque hay intereses, hay «entendidos» que parece que son los que mandan. […] Luego está la figura del agente. En España hay un agente, al que voy a llamar «agente Merlín» que es el que ocupa muchos espacios de mucha gente, con cantantes extranjeros y con cantantes que trabajan con él. A mí por ejemplo me cuesta muchísimo abrirme un hueco, aunque parezca que no. A pesar de que un jurado internacional dijo el año pasado que soy una de las diez voces verdianas mejores del mundo mi agenda es pobre. Y la agenda de muchos cantantes españoles es pobre. […]

 

Por ejemplo, en esta Traviata en el Teatro Real a mí intentaron echarme de la producción. […] En el ensayo pregeneral, después de un mes de ensayos, se inventaron que yo retrasaba o no sé qué. […] Yo quiero que sepáis que había intereses detrás, y yo aguanté el tirón porque soy una persona fuerte y pude hacer las siete funciones que tenía que hacer. […]»

 

 

 

III.

 

 

No sé nada del epsiodio publicado. Nada. Solo sé lo que, a los pocos días, publicó ABC con motivo de una Flauta mágica en La Coruña, en entrevista con cuatro cantantes de ópera:

 

ABC: Hace unos días, el barítono Juan Jesús Rodríguez acusaba a un agente de querer retirarlo de La Traviata del Real antes del estreno.

 

—Mariola Cantarero: Habría que escuchar a la dos partes. Sabemos a qué agente se refería. También sabemos cómo actúa Juan Jesús y cómo hace. Haciendo lo que ha hecho pone en primera fila a los agentes y los teatros, y no a él como cantante. Se genera una polémica que da importancia a quien no la tiene. Flaco favor hace a los cantantes, aunque acabemos luego diciendo «qué narices tiene, qué valiente es» y todo eso. Si prefiere decir eso a hablar de su éxito en La Traviata, que le ha ido fenomenal, cuando ha vuelto al Real tras tantos años… Disfruta de eso.

 

—María José Moreno: ¿Pues sabes qué, Mariola? Creo que está muy bien decir lo que uno cree. Ya está bien de ser amables.

 

—Pancho Corujo: Al menos dices tu verdad.

 

—Borja Quiza: Acabamos de hablar de eso aquí, de ese ninguneo que sentimos los artistas, y lo hemos hecho de una manera más diplomática. Las cosas hay que decirlas, pero de otra manera.

 

Insisto en poner el acento sobre el hecho de hablar, de hablar de los infiernos, y no sobre el fondo del asunto —que no conozco ni remotamente—. Solo dejo dos cuestiones: Primera: A uno de los cuatro arriba referidos lo representa «Merlín». Segunda: La Temporada de Ópera de La Coruña ha tenido que cerrar por falta de apoyo institucional.

 

Y lo ha hecho en silencio.

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