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Mientras tantoApostar a la lentitud

Apostar a la lentitud


 

Lunes, 1 de septiembre

 

Última semana de vacaciones. Y leo, sigo leyendo. Ya vendrá la actualidad.

 

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Yuri Herrera, en ‘El País’: “Cada viernes, a las 12 de la mañana, el 88.3 de Nueva Orleans transmite The Grocery Ads, un programa en el que una mujer de marcado acento sureño recita en voz alta las ofertas de los supermercados locales. […] Si algo caracteriza a Radio for the Blind es su despreocupación por la velocidad. Leen libros, una hora al día, hasta terminarlos. También artículos de revistas de principio a fin, recetas (cuyos pasos e ingredientes pronuncian muy lentamente), y notas escogidas de periódicos de la ciudad y alguna agencia de noticias. […] ¿No es ése un pequeño, sosegado acto subversivo? En una época en la que eres alguien por la velocidad a la que compartes imágenes y la mordacidad con que las comentas, apostarle a la lentitud.”

 

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Martes, 2 de septiembre

 

En ‘El País’ recuperan una conferencia de Jaume Vallcorba, el fallecido editor de Acantilado:

 

“Estoy convencido de que un libro es capaz de modificar a su lector por el simple hecho de haberlo leído; que puede cambiar, en el lector, algo importante, de manera que se podría decir que no es la misma persona antes que después de haberlo leído. Porque leer es dialogar”.

 

“Cada día aparece un número indeterminado de libros nuevos, algunos de ellos verdaderamente valiosos, que son destruidos al cabo de un tiempo por una guillotina implacable. Y muchos otros que aparecen colgados en Internet, como ahorcados mecidos por el viento, sin que nadie les preste gran atención. Lo infinito de Internet, como cualquier otro infinito material sin límites, se asemeja peligrosamente al desierto. A un desierto estéril. Es tarea del editor rescatarlo y darle un marco.”

 

“La forma que toman los libros de una editorial me parece fundamental en su proyecto. Hacer cada libro distinto de los demás, darle un protagonismo material, es tender a lo excéntrico y a lo raro. Es privarlo de estar en una sala en conversación con sus potenciales amigos. De aquel diálogo fructífero, adelante y atrás en el tiempo y viajero en la geografía que configura el mundo del espíritu y que huye de la engolación, la pedantería y la pesadez, que es alado y libre. Si un catálogo puede ofrecerlo, creo que ya ha conseguido lo más importante.”

 

“Tan sólo en un punto el libro debe hacerse visible: en la librería, en competición abierta con el resto de novedades. […] Un exceso de presencia entiendo que desvirtúa su papel. Creo que un libro, más que llamar la atención por su estridencia, lo debe hacer por su silencio.”

 

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Miércoles, 3 de agosto

 

Víctor Guerrero, en ‘Notas de extramuros’, su crónica internacional semanal en ‘Siglo 21’, de Radio 3:

 

“Un enfermo de ébola ha tratado de huir de la cuarentena por las calles de Monrovia. No se conoce su nombre. De su cuerpo sólo se han visto sus pies: salen en las fotos en posición horizontal, que es como lo llevan los sanitarios que lo han atrapado. Dicen que el hombre causó el pánico en un mercado de la capital de Liberia. Que iba armado con un palo. Que tiraba piedras. Las agencias describen a un ser furioso, a un demonio. Morir de ébola da miedo, pero el contagio masivo es pavoroso. Por eso a los enfermos los encierran, y apenas les dan comida. Si no se mueren de ébola, que los mate el hambre.”

 

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Jueves, 4 de septiembre

 

En la biblioteca del Monasterio de El Escorial, de unos 54 metros de largo, todos los libros están colocados con el lomo hacia dentro. Las estanterías, levantadas en las cuatro paredes, ofrecen así una imponente sensación de uniformidad y sobriedad: es una de las razones señaladas para explicar esta disposición tan poco habitual. Los cantorales, expuestos en el coro de la basílica, también están guardados de esta manera. Hay más teorías sobre esta manera de custodiar los libros en Salón de Impresos. Mostrar que los cortes son dorados. O que sólo la comunidad religiosa pueda tener acceso a ellos y evitar sustracciones. Con alguna excepción, la mayoría de los volúmenes tienen como única referencia un número. Los monjes sabrían dónde se encuentra cada libro por este indicador y la estantería que los ubica. También se dice que, colocados así, los libros sufren menor desgaste al ser retirados porque no se tira del lomo. El techo y las cornisas de la biblioteca están decorados con pinturas.

 

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Viernes, 5 de septiembre

 

Diarios.

 

Leo los diarios de Gaziel, cien años después del comienzo de la Gran Guerra:

 

“Por otra parte, al ir a comprar hoy, como de costumbre, los periódicos ingleses, me han dicho que estaba prohibida su venta en Francia. La prensa inglesa, orientada hacia un público naturalmente frío y sensato, da muchos detalles y confiesa casi todos los reveses de los aliados. Por último, en el número de Le Temps aparecido hoy se advierte de una manera vaga a la población de París que no debe alarmarse por la noticias que vayan llegando del norte de Francia. ¿Quizás estemos ya metidos en una situación difícil?” 27 de agosto de 1914.

 

“He comprado maquinalmente los periódicos del día. Pero, al tenerlos en mis manos, me ha invadido una súbita y total indiferencia. ¿Para qué leer más? Las noticias me interesaban cuando creía que de ellas dependía mi porvenir. Pero ahora que la suerte está echada, cuando ya sé que me voy de París, quizá mañana, quizá esta misma noche, ¿para qué seguir leyendo? […] Colocada como por casualidad entre dos largos artículos, los periódicos de hoy publican una gacetilla sospechosa que invita indirectamente a los habitantes de París a abandonar la ciudad cuanto antes. Dice: “Habiendo disminuido notablemente en ciertas ígneas –las que se dirigen hacia el sur, sin duda– la actividad ocasionada por los transportes militares, se hace saber a la población de París que desde hoy será aumentado en el doble o el triple el número de trenes que salen de la capital todos los días, con el fin de facilitar la marcha a cuantos lo soliciten…” No hay más que hablar: ya nos entendemos.” 30 de agosto de 1914.

 

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Sábado, 6 de septiembre

 

Leo los diarios de George Orwell, setenta y cinco años después del comienzo de la Segunda Guerra Mundial:

 

“Aunque se han suprimido los carteles anunciadores de los periódicos, se ve con cierta frecuencia que los vendedores de periódicos despliegan un cartel. Parece que algunos de los antiguos se han resucitado para volver a utilizarse. Los que llevan titulares como “Ataques de la RAF sobre Alemania” o “Enormes pérdidas alemanas” se pueden utilizar casi en cualquier momento.” 7 de junio de 1940.

 

“Los periódicos ponen la mejor cara posible a la retirada de Somalia, que es, pese a todo, una derrota grave, la primera pérdida de territorio británico desde hace siglos. […] Es una lástima que los periódicos (al menos el News Chronicle, que es el único que he visto hoy) se muestren tan resueltos al considerar que la noticia es buena.” 20 de agosto de 1940.

 

“El News Chronicle de hoy se muestra ajustadamente derrotista, como no cabía esperar de otro modo, tras las noticias de ayer sobre Dakar. Sin embargo, tengo la impresión de que el News Chronicle tiende a mostrarse derrotista en todos los supuestos, y no tardará en pronunciarse en cuanto se conozcan unos términos de paz que sea viable aceptar. No tienen una política definible, no tienen ningún sentido de la responsabilidad, no tienen más que un desagrado profundo ante la clase dirigente británica, basado, a la postre, en la conciencia disidente del protestante que no pertenece a la Iglesia anglicana. Son meros alborotadores, como los del New Statesman, etc. Toda esa gente con toda certeza, se vendrá abajo en cuanto las condiciones de guerra sean de veras intolerables.” 27 de septiembre de 1940.

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