Si América Latina es tierra de contradicciones, resumen inefable de lo mejor y lo peor que sabe dar la humanidad, Colombia es tal vez la mayor síntesis de esos contrastes. La desigualdad se respira, irrefutable, en las calles céntricas de Bogotá, pero se entremezcla con la alegría y la solidaridad, el sabor, una gastronomía tan colorida y sabrosa como sus infinitas frutas tropicales, y una hospitalidad de esas que invitan a quedarse.
Con 47 millones de habitantes y una situación de desigualdad social enquistada –su índice Gini, el indicador de la equidad más difundido, es de 0,54-, el país ha sufrido durante décadas el fuego cruzado de guerrillas, narcotraficantes y paramilitares. Tras medio siglo de conflicto armado, en Colombia todo lo público está permeado por la violencia. Eso se siente, flota en el ambiente, y no sólo al pasar por una Plaza Bolívar con tantos policías como palomas. Los grupos armados de diverso signo impregnan, en la ciudad y en el campo, la pelea por los recursos en un país muy rico con muchos pobres, y que sigue atravesado transversalmente por la ingente cantidad de dinero que mueve la cocaína. En Colombia, que desde hace décadas figura siempre entre los primeros del ranking de número de desplazados forzosos, la disputa por la tierra sigue siendo EL conflicto político. Queda ver si, en el país más latifundista de un continente con las venas abiertas, las negociaciones de paz en La Habana, entre el Gobierno de Juan Manuel Santos y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia lograrán avanzar en la reforma agraria y, con ello, llevar la paz a un país exhausto donde, quien más y quien menos, todos tienen muertos a uno u otro lado de esos muros invisibles que dividen la sociedad colombiana.
Aunque sigue siendo un país poco politizado –porque no es fácil politizarse en Colombia-, cada vez más colombianos entienden que su país asiste a un momento histórico. A menos de un año de las elecciones presidenciales, lo que está en juego es la permanencia o no de un modelo económico que sitúa como motor lo que Santos llama “la locomotora minero-energética”, frente a quienes advierten de los impactos ambientales y sociales del modelo extractivista. Un modelo que, para unos, ha llevado a la reprimarización de las economías latinoamericanas y terminará por llevar al saqueo de recursos tan valiosos como el agua; y, para otros, es la vía por la que el continente puede llegar al desarrollo. El Estado colombiano apuesta firmemente por esta segunda opción, y por ello, en los últimos años ha desarrollado una serie de políticas, y aprobado diversas leyes que han dado confianza a los inversores.
Desde la apertura económica que impulsó en los 90 el presidente César Gaviria, ha aumentado exponencialmente la presencia de multinacionales, y muy especialmente empresas con capital español, que constituyen el segundo monto de inversores en el país, después de los estadounidenses. Las empresas españolas mantienen una importante presencia en sectores estratégicos como el financiero –BBVA, Santander-, las telecomunicaciones –Telefónica-, la electricidad –Enel/Endesa, Unión Fenosa- y la extracción de hidrocarburos –Repsol-. Para unos, esa inversión ha sido un factor decisivo para el avance de las infraestructuras que en los últimos años ha mejorado la calidad de vida de los colombianos; para otros, es más bien una suerte de neocolonialismo que prolonga la dependencia de los latinoamericanos de los países del Norte.
Vine a Colombia a indagar en cuál ha sido el legado de esas empresas. Recién aterrizada, voy recordando, en las sonrisas de las gentes y el sabor inconfundible de las arepas, por qué me enamoré de este país inolvidable cuando lo visité, por primera vez, hace dos años. Este país lo tiene todo: playas paradisíacas, selva, la triple cordillera, la mayor biodiversidad del planeta. Andino y tropical. Agua, minerales, tierras fértiles. ¿Fue esa riqueza el origen de tanta desigualdad, tanto rencor, tanta violencia? ¿Pueden ser esos mismos preciados recursos los que ayuden a los colombianos a recobrar el control sobre su destino? Son muchos los interrogantes, muchos los miedos, los sinsabores pasados, los desafíos presentes y futuros; pero tampoco faltan las señales de esperanza…