(Leer la primera parte aquí.)
En una pizarra de uno de los talleres
Fue muy emocionante una muestra en la que me colé, la del taller de un pez gordo llamado Stefan Kaegi. En ella, nos iban distribuyendo por grupos en distintas salas del teatro La Fenice, hasta 6 o 7 grupos. Cada grupo tenía un guía y todos los grupos íbamos a pasar por cada uno de los guías. Estos guías eran algunos de los que habíamos visto por allí esos días, igual que los que iban con nosotros en el grupo y los que veíamos en los otros grupos… Íbamos rotando por los distintos guías, y si veíamos a un grupo hacer algo, sabíamos que tarde o temprano nos tocaría hacerlo también… La familia Bienal rotaba recorriendo las distintas salas de La Fenice… Uno de los guías de los grupos era el señor Borghesi, al que había encontrado por una calle uno de mis primeros días en la isla, llegando tarde a un sitio, y le había acompañado… Luego le había visto el resto de días, como a muchos otros de la familia Bienal. Y por fin estaba allí, el señor Borghesi, con un micrófono en la mano… Al escucharle contar algo sobre Venecia, dentro de la ficción de la muestra del taller, me emocioné (pero no se lo he dicho todavía… Tal vez no se lo diga nunca… Debo aparentar ser un perro fuerte y entero, ¿qué es eso de un perro que se emociona con nada…? Uf.)
Entre los teatreros que no eran ni italianos ni españoles, estaban por ejemplo las señoritas Kowanska, Keplica, Youngerman y Defeo, de Polonia, Croacia, Francia y Estados Unidos respectivamente, el señor Chu, de China, o el señor Fortes, de Londres. Este último me contó, en un rápido inglés (y no sé por qué ni sé con qué motivo), toda su vida, y me la dibujó en un mapa que aún guardo con mucho cariño. En el mapa se pueden leer los nombres todos los lugares que el señor Fortes había visitado… Luego, no sé por qué, me tocó hacer un resumen de ese mapa a un grupo de personas, en 2 minutos medidos con cronómetro… Y empecé a revisitar todos esos lugares a los que había viajado el señor Fortes , y me dio tal mareo que lo resumí en menos de un minuto… (Espero que el señor Fortes ya me haya perdonado, pero es que… tantos viajes en sólo dos minutos… Uf.)
Otro día, en otro taller, o quizá en el mismo, alguien comenzó a hablar de calabacines, y yo agucé el oído, porque es uno de mis temas predilectos. Pero no fui capaz de entender mucho, sólo que alguien quería cultivar calabacines antes de morir, lo cual me pareció muy buena opción, porque los calabacines son algo muy importante aunque no nos demos cuenta y los dejemos pasar desapercibidos. Y entonces todos siguieron hablando de calabacines, y alguien decía, el señor Fortes, creo, «cultivar calabacines es una metáfora» y otro, un perro italiano, el señor Pederzini, «cultivar calabacines no es ninguna metáfora», y se enzarzaron en una discusión que no sé cómo terminaría, porque yo no entiendo de metáforas, y además me fui a buscar calabacines por toda la isla, y encontré estos:
Futuros calabacines que encontré olfateando la isla
En otro de los talleres sucedió una cosa curiosa, casi mágica: a la persona que coordinaba el taller, el señor Arienti, le empezaron a llamar Ángel, y a él se le iluminó la cara y se puso la mar de contento… Y, como yo observaba desde un rincón, le vi sobrevolando la sala por encima de las cabezas de los alumnos (sin que estos se dieran cuenta) como un ángel, vigilando que todos estuvieran bien, que no hiciera demasiado frío ni demasiado calor, que todos tuvieran su botellita de agua… Me fui a buscar más ángeles por la isla, pensé que sería algo común allí, pero no, no encontré más, sólo turistas empujando, así que volví y allí seguía el ángel Arienti, sobrevolando, y vi en la pizarra, como en una escuela antigua, dibujos como éste:
Pizarras de antaño
Ah, y un día me colé en la entrega de los premios, que se llamaban «el león de oro» y el «león de plata», porque allí cuando no saben qué poner te ponen un león, como leí en esta servilleta que encontré una tarde por la calle:
Servilleta hallada cerca de una papelera veneciana
En la entrega de premios estaba el director de la Bienal de Teatro, el señor Rigola, catalán, en su último año de cargo, y otro señor, el señor Baratta, que resultó ser el director de la Bienal. Le entregaron el león de plata a la compañía Babilonia Teatri, cuyos directores pronunciaron unas bellas palabras dedicando el premio a todos los que trabajaban por amor al teatro, y otra vez me emocioné (aunque fingí que era una mota de polvo). Unos días más tarde esta compañía presentaría su espectáculo, bellísimo como su discurso, Pinocchio. El león de oro se lo dieron a un señor con la cara roja, que tras recogerlo se sentó en una silla como si fuera un cantaor, y habló de lejos a un micrófono. Nos explicó concienzudamente la diferencia entre simpatía y empatía. Resultó ser este extraño señor Declan Donnellan, y su discurso se me fue olvidando a medida que iba siendo pronunciado. Es lo que tienen algunos discursos. Luego se pusieron juntos todos para hacerse una foto… pero como no suelo hacer fotos de los momentos clave, sino de un rato antes, pues esta es la que os muestro:
El señor Rigola con el señor Baratta, director de la Bienal
Después de la entrega me colé en un piscolabis que daban (los piscolabis son mi pasión oculta), en la terraza del edificio en cuestión, que se llamaba palazzo, porque allí todo se llama palazzo. Desde la terraza se veía el agua veneciana, y me dio tanto miedo que no me asomé ni una vez a la barandilla, aproveché para quedarme bajo las mesas olisqueando las sobras, y robando alguna foto… En ésta se puede ver a la señorita Díaz y al señor Fernández, del taller que hacía entrevistas a los peces gordos, armas en mano, esperando algún pez gordo (no sé si fue en ese momento o en otro cuando comencé a hablar con ellos, sin venir a cuento, de Doña Croqueta, que había protagonizado una obra en Madrid unos meses antes):
A la caza del pez gordo
No digo más de lo que pasó en la terraza, porque no es éste un blog de cotilleos… Pero… ¡madre mía, qué de cosas…! Después, a alguien se le ocurrió (algunos dicen que al señor Rigola) que como era el día de Santa Marta, habría fiesta en el barrio de Santa Marta, y allá se encaminó la familia Bienal, o vitamina B16, como decía la señorita Santacecilia. Pero el problema fue que la mayoría de los teatreros de la familia B16 no sabían distinguir a una santa de otra (a la única que distinguían era a la señorita Santacecilia), y como cerca estaba el barrio de Santa Margarita, a medio camino unos cuantos se confundieron y acabaron allí. Yo fui al barrio de Santa Marta, porque seguí esta mano que aquí os muestro. Es la mano del señor Festa, que guió (durante una hora de caminata) a unos cuantos teatreros ávidos de fiestas populares (mirad sus caras, se les nota) para llevarlos hasta Santa Marta:
La mano del señor Festa guiando a la familia B16 hasta Santa Marta
Sí, era verdad que había fiesta en Santa Marta, la mano del señor Festa nos había guiado bien (lógicamente) a la fiesta, que se celebraba en una pista de baloncesto de diminutas proporciones. Cuando los vecinos de Santa Marta, vieron llegar a la familia B16 se llevaron las manos a la cabeza, hicieron algunos gestos muy italianos, y decidieron dar una solución rápida al asunto: subieron a sus casas a cocer deprisa y corriendo más pasta, porque era su oportunidad para hacer su agosto… La familia B16 invadía poco a poco la pista de baloncesto, hacía colas interminables para comprar los vales de comida y bebida… Acababa con las existencias… Yo me comí un plato de pasta tirado en el césped con el señor Benito y el señor Alessandro. Pero claro, si la pasta se hace fácilmente subiendo a casa, más difícil es abastecer de cerveza y vino a cientos de teatreros en una ciudad donde no hay supermercados nocturnos como en las ciudades normales… Así que la bebida empezó a escasear. Y la cosa empeoró cuando los que estaban perdidos en Santa Margarita encontraron por fin Santa Marta… Y luego, con la música, que el cartel decía que era rumba catalana o algo similar, pero era… Quizá al día siguiente se podría leer en los titulares de los periódicos locales: «La familia B16 invade Santa Marta», «Los vecinos de Santa Marta nunca habían visto a tanto teatrero junto», «Santa Marta, el barrio más tranquilo de Venecia, necesitado de tratamiento psicológico tras la noche pasada con la familia B16». No contaré más de ese día, porque soy un perro discreto. Bueno, realmente no sé más, porque esa noche me fui a dormir pronto. Sólo mostraré un resquicio del ambiente de la fiesta:
La fiesta en Santa Marta antes de que llegara la sección Santa Margarita
Pero esto no es todo, continuará…
@nico_guau