Nuestro presidente en funciones, Mariano Rajoy, es ducho en la lectura del Marca y conoce las novelas de moda (Vargas Llosa y “esa de Eduardo Mendoza ambientada en Barcelona”), pero a la hora de los regalos institucionales –con mensaje– no da una. El pasado jueves fue portada de los periódicos el gesto con el que entregaba al presidente catalán Carles Puigdemont una edición facsimilar de la segunda parte del Quijote. Los servicios de prensa de Moncloa recalcaron que contiene el episodio en el que el hidalgo viaja a Barcelona, descubre el mar y recupera la cordura. Una interpretación, desde luego, aunque también cabe recordar el famoso elogio de Barcelona del capítulo LXXII: “…archivo de la cortesía, albergue de los estranjeros, hospital de los pobres, patria de los valientes, venganza de los ofendidos y correspondencia grata de firmes amistades”.
Pero lo que suscita este comentario es la elección del ejemplar que, con segundas, regaló Rajoy a Puigdemont. Se trata de una reproducción facsimilar de la edición prínceps de la segunda parte del Quijote (1615) publicada en 2005 por Testimonio Compañía Editorial. Al parecer, en más de quince años no se han vendido los 930 ejemplares de los que consta la tirada –certificada y numerada–, pues sigue a la venta en la web de la editorial al respetable precio de 1.092 euros. Con el avance de las bibliotecas digitales, las casas especializadas en el mercado del facsimilar –algunas llegaron a ser florecientes– agonizan, aunque siguen usando esa fórmula comercial tan peculiar: “cuasi original”. En los buenos tiempos inflaron cierta burbuja ya que al agotarse la tirada subía la cotización y los comerciales presentaban los facsimilares también como una inversión. Siempre hubo, y sigue habiendo, grandes artesanos y cuidadosos editores que eligen con mimo los materiales y los detalles. En este caso, el ejemplar, fiel reproducción del original, está encuadernado en pergamino y rematado con los cierres de cuero habituales en la época. En la radio escuché comentar que la entrega del obsequio provocó un momento de incertidumbre y alarma “al no poder romper un precinto”. Estoy seguro de que Rajoy no atinaba a desabrochar el cierre, que con el pergamino –sensible a las variaciones atmosféricas– suele adoptar cierta tirantez. Ni Rajoy ni Puigdemont parecen mañosos con los libros antiguos.
El libro reproducido pertenece a la colección de Luis de Usoz, uno de los fondos más importantes de nuestro acervo bibliográfico. Envuelto en el misterio y la leyenda, Usoz nació en el Alto Perú a principios del siglo XIX, donde estaba destinado su padre, oidor en Indias que fue desterrado acusado de tendencias indigenistas. De vuelta a España, Usoz aprendió griego y hebreo siendo muy joven, amplió sus estudios en Bolonia, recorrió Italia, fue redactor de periódicos como El Español y amigo de escritores como Serafín Estébanez Calderón. Sus inquietudes religiosas le llevaron a la cercanía con el credo cuáquero y viajó a Inglaterra provisto de una carta de recomendación de George Borrow, a quien había ayudado en su accidentada excusión española.
Obsesivo bibliófilo, fue atesorando libros en sus viajes que hoy son esenciales para el estudio del protestantismo español y de otras ideas disidentes con las doctrinas establecidas. Usará agentes para adquirir en media Europa un buen número de obras inexistentes en España y por lo general prohibidas –incluido el contrabando de Biblias–, editará a Juan de Valdés y a Juan Calderón, encargará copiar manuscritos… Harto de la intransigencia política y religiosa, hacia 1840 se recluyó en su biblioteca, se distanció de sus amigos y se dedicó a editar a autores condenados por la cultura imperante. Había matrimoniado con una rica heredera, María Sandalia del Acebal y Arratia, lo que le otorgó una posición desahogada y le proveyó de fondos para cultivar su pasión bibliófila.
Aún hoy sigue siendo un gran desconocido, a pesar de que su colección de libros prohibidos y autores condenados, compuesta por más de 11.000 volúmenes, es única. Doña Sandalia –que, por el contrario, siempre abrazó la fe verdadera– la donó a la Biblioteca Nacional durante la Primera República. Cayó en manos de la ortodoxia: don Marcelino Menéndez Pelayo –la Biblioteca era suya–, que leyó con interés el legado y compuso a partir del mismo su Historia de los heterodoxos españoles. Lejos de agradecerlo, le censura su “absurdo propósito de hacer protestante a España” y le dedica perlas como esta: “Su entendimiento, su actividad, su fortuna, su vida toda, se emplearon y consumieron en esta empresa, en la cual puso no sólo fe y estudio y entusiasmo, sino el más terco e indómito fanatismo”. Tiene que reconocer, sin embargo, que Usoz dejó “verdaderos modelos de ediciones críticas” y que desplegó una “esplendidez tipográfica” hasta entonces desconocida en España.
Así que Rajoy regaló a Puigdemont la fiel reproducción de un libro de un español disidente que destacó en la defensa de las independencias americanas y combatió sin descanso la estrechez del pensamiento patrio. “Enfrascado días, meses y años en aquella única lectura”, escribe Menéndez Pelayo, “habían producido en su mente los libros teológicos del siglo XVI efecto algo semejante al que produjeron los de caballerías en la mente del Ingenioso Hidalgo”. Suele usarse, en exposiciones institucionales –como la del IV Centenario de la muerte de Cervantes en la Biblioteca Nacional–, el ejemplar tenido por canónico que cuenta con una encuadernación moderna de Brugalla (Cerv/119), y ciertamente Usoz cuidó mejor el suyo, conservando el pergamino original. Los expertos calculan que quedan 28 ejemplares de la edición prínceps de la primera parte del Quijote –si bien hay enconadas disputas– mientras que de la segunda parte pueden quedar unos cuarenta, más otra media docena de candidatos en manos privadas. Cada uno es un mundo, como saben los bibliófilos.
Si, como se le acusaba en su tiempo, Usoz era no solo herético y heterodoxo sino independentista y rebelde ante los dictados del poder, habrá sonreído en su tumba al ver la escena. Rajoy, por su parte, no es la primera vez que coloca regalos al tuntún. Se cumplen tres años de este blog De libros raros, perdidos y olvidados, y la primera entrega estuvo consagrada a otro obsequio bibliófilo, el que el presidente hizo al papa Francisco en abril de 2013: el facsimilar de una obra de Francisco de Holanda, De Aetatibus Mundi Imagines. La desdichada obra nació con la intención de representar el comienzo y el fin del universo según el programa de la bóveda de la Capilla Sixtina que Francisco de Holanda había conocido en Roma de su maestro Miguel Ángel. Los teólogos le obligaron a modificar sus alegorías, abandonó el proyecto inicial y lo fue completando con imágenes cada vez más ortodoxas para satisfacer al gran señor de la época, Felipe II, en cuyas manos terminó. Más allá del mérito innegable de este excepcional cuaderno, no cabe duda de que Holanda, que vivió siempre en la Corte lisboeta y apoyó las pretensiones sucesorias del infante don Luis en contra de Felipe II, era un artista… portugués. En aquella ocasión Rajoy salvó los muebles regalando también al papa una camiseta de la selección española de fútbol firmada por todos los jugadores, pero si lo hubiera hecho en este caso entonces sí que habríamos conocido a los “dragones feroces”.
Rajoy y Puigdemont, a vueltas con el facsimilar del ejemplar de Luis de Usoz.