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Mientras tantoEn busca de una entrada

En busca de una entrada


Comprar la entrada con antelación (de hasta dos meses, como decía ayer la señorita Bermejo ante una obra japonesa) no tiene ningún interés. Lo que más me motiva es plantarme en la puerta del teatro sin entrada. Pero en una de esas funciones en que las entradas están agotadas desde hace semanas. La sensación de no saber qué pasará, de que es posible quedarse fuera, me hace sentirme vivo. En la puerta del teatro están todos. Se puede hablar, despellejar a uno y a otro mientras se pregunta por aquí y por allá «¿te sobra una entrada?». No me refiero a pedir en los estrenos igual que un estrenero (término que escuché por primera vez al señor Henríquez, y que será tratado próximamente en el blog); de estrenero ya he tenido mis grandes temporadas. No, no me refiero a no pagar, ahora puedo pagar, ahora tengo dinero y puedo pagar.

Voy a un teatro sin entrada. No es un estreno, a pesar de que multitud de actores famosos se agolpan a la puerta y claro, hacen lo que los actores famosos: se muestran cariñosos entre ellos. No es un estreno. Voy a pedir entrada a un no-estreno, con mi dinero suelto en el bolsillo, para pagarla sin que me tengan que dar cambio. A alguno le fallará el acompañante, seguro. Empiezo a preguntar. Me encuentro a la señora Herrero con su hijo, que compraron sus respectivas entradas hace semanas, y no les sobra ninguna. La señora Herrero siempre está en los teatros, a veces he llegado a pensar que el teatro madrileño se mantiene gracias a la señora Herrero y su hijo; en realidad esta vez compró las entradas para ambos para todas las funciones del ciclo «Una mirada al mundo», del cual no pienso hablar ahora porque sobre ello ya se ha escrito mucho. Pero utilizando el título del ciclo, eso es precisamente lo que hago en la puerta del teatro, echar una mirada al mundo que rodea la taquilla, y si veo a alguien con pinta de buscar algo, acercarme a preguntar, por ejemplo: «¿tienes algo para venderme?». En otras circunstancias esa frase podría ser malinterpretada, pero no lo hace así la señorita Tobo, que va a entrar con un grupo de invitados, y que responde educadamente que no. No importa, porque allí veo al señor Barranco, con unos amigos. Tampoco. No tiro la toalla, aún es pronto. La señora Rolandi, sola y con una única entrada. Con la señora No-sé-cómo tampoco hay suerte, pero me cuenta lo que está ensayando, y el señor No-sé-qué, que tampoco tiene entradas de sobra, me dice que siempre me ve en los mismos sitios, y se ríe a carcajadas. No sé si lo que le produce risa es el verme sin entrada, pero no tengo tiempo de madurar mis reflexiones porque me encuentro a un colaborador de este blog (ausente por el momento). Me pongo a hablar con él, y cuando se dispone a entrar, le digo que yo voy a ver si alguien me vende algo, y contesta: «anda, si a mí me sobran 3». Se me ilumina la cara. Resulta que una mujer que no ha podido ir le ha regalado 5 entradas, y me ofrece una de 5,50€ y otra de 11€, para elegir. Y yo digo «no sé, la que no vayas a usar». Y me vende la de 5’50€ por 5€. Me rebaja 0,50€ de una entrada que le han regalado. ¿Ha hecho negocio con un regalo? Bueno, que haga lo que quiera, yo cojo mi entrada (de mayor de 65 años) y entro muy contento junto a la señora Herrero y su hijo, que se han solidarizado (pero no mucho) conmigo y han esperado a que yo tuviera entrada.

Cuando estoy ante el que pica las entradas (¿picador?) miro distraídamente al vacío para que se apiade de mí por no ser mayor de 65 años a pesar de lo escrito sobre la entrada. Y veo por el rabillo del ojo que se la acerca a la cara y… ¿Ahora cómo le explico al ¿picador? que una señora que no sé quién es se ha puesto mala y le ha regalado al colaborador «pausado» de El Gallinero 5 entradas, una de las cuales me ha vendido a mí con una rebaja de 0’50€? Cuando ya veo peligrar mi situación, escucho: «escalera derecha, tercer piso». Resoplo, tranquilo, visito el baño, me siento en mi butaca y empieza la función. Y durante el espectáculo oigo la risa de la señora Rolandi allá por el 2º piso, y los bostezos del señor Noséqué en el palco de enfrente, y veo al señor Barranco también por el tercer piso, atento a lo que sucede allá lejos en escena, y también siento cerca a los que no veo, a la señora Herrero y su hijo, a la señorita Tobo, al colaborador «pausado»… Y el espectáculo termina y tras los saludos salgo a la puerta, y comento la obra con toda esta familia teatral (que cambia en cada ocasión excepto en la señora que mantiene el teatro madrileño, que siempre coincide), y… Que sí, que ha estado bien la obra, pero… Lo de antes de entrar, toda esa tensión, esos nervios, esas sensaciones que recorren mi estómago, ese plan alternativo (por si acaso no entro) en el que no quiero pensar demasiado… Definitivamente creo que se viven más emociones a la puerta de un teatro en busca de una entrada que dentro sentado en la butaca.

@nico_guau

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