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Syriza creó hegemonía de verdad. No lo hizo alrededor de un líder carismático, aunque Alexis Tsipras lo sea. Tampoco la construyó teniendo como base un partido nacido a propósito para un momento determinado, atrapalotodo, carente de identidad o con una identidad difusa, cambiante, pendiente de las idas y venidas de la opinión pública. Syriza era algo preexistente, que mantuvo su coherencia (eurocomunista, socialdemócrata, de izquierdas) y que, pese a todo, consiguió que su mensaje calara y convenciera. Para ganar, no tuvo que disfrazarse, ni modularse. No le fue necesario inspirarse en sofisticadas teorías sobre el populismo, como la del ahora famosísimo Ernesto Laclau, para amoldarse a lo que el pueblo piensa. Entendió bien a Antonio Gramsci y, quizás, ni siquiera ninguno de sus líderes lleve una pegatina con su imagen en el portátil.
Construir hegemonía no es encajar con la opinión pública mayoritaria, con el sentido común y, así, conseguir una mayoría parlamentaria para luego gobernar. Construir hegemonía es tener unas ideas muy claras y convencer de que tu programa electoral, ése que es tan preciso porque lo has trabajado muchísimo, es el mejor para salir del atolladero.
Syriza, quizás, afortunadamente para los griegos, desafortunadamente para los españoles, no es Podemos.
Alexis Tsipras y su equipo tienen todo muy pensado y no engañan. Desde el primer minuto sabíamos a qué nos ateníamos. En su primer discurso tras haber ganado las elecciones, el primer ministro griego afirmó que la troika era ya cosa del pasado. También los llamados memorándums de entendimiento, es decir, la sarta de condiciones que Grecia tiene que cumplir a cambio de los que no fueron rescates sino condenas.
Hace unas horas, el ministro de Finanzas griego, Yanis Varoufakis, lo ha hecho oficial. Le ha dicho al presidente del Eurogrupo, Jeroen Dijsselbloem, que no reconoce a la troika como interlocutor para desarrollar la renegociación de la deuda. Ha sido el primer choque entre Grecia y Bruselas. Ha sido el primer paso para recuperar la democracia perdida en la Unión Europea.
La troika es una organización, una institución o, mejor, un engendro creado para anular la voluntad popular, para acabar, de facto, con la democracia, con la soberanía popular. Porque la troika dicta las políticas que han de aplicar los Gobiernos. Con este instrumento, formado por el Banco Central Europeo, la Comisión Europea y el Fondo Monetario Internacional, ya no hace falta hacer cosas tan feas como las que sucedieron en Grecia y en Italia, cuando se derrocó a Yorgos Papandreou y a Silvio Berlusconi por no portarse bien (el primero organizó un referéndum sobre el primer «rescate» que recibió Grecia) y se instauraron Gobiernos tecnocráticos encabezados por Lucas Papademos y Mario Monti.
La troika es el engendro que oficialmente vigila a los países intervenidos. Pero los poderes de Bruselas tienen autoridad sobre el resto de los países. De ahí que Italia fuera intervenida políticamente. De ahí que, finalmente, también incluso la Francia de un presunto socialdemócrata como François Hollande haya tenido que pasar por el aro metiendo mucha tijera al presupuesto. De ahí que España tuviera que cambiar el artículo 135 de la Constitución.
Tsipras en la teoría y Varoufakis en la práctica han dado el primer y serio puñetazo en la mesa para acabar con este estado de cosas. Varoufakis ha defendido en Bruselas la soberanía del pueblo griego. Y la del resto de los pueblos de Europa, a los que sí reconoce como interlocutores por medio de sus Gobiernos. Con ellos se irá reuniendo los próximos días. Desautorizando a la troika, no reconociéndola, defiende la democratización de la Unión Europea.
Un pacto criticable, pero valiente
La valentía, qué gran virtud, de Syriza que en este caso ha puesto de manifiesto Varoufakis no sólo se muestra en cómo se ha expresado ante el todopoderoso Dijsselbloem. Se hizo patente, sobre todo, el lunes, cuando conocimos quién sería su socio de Gobierno: los Griegos Independientes, un partido cuya ideología es lindante con la de Amanecer Dorado. Con ello lanzó el mensaje de cuál es su prioridad: una radical renegociación de la deuda. No se van a contentar con un alargamiento de plazos, una flexibilización del déficit, un recorte de los intereses. Quieren una quita en el principal.
Esto lo cuenta el propio Varouzakis en una lectura del todo imprescindible. Y la conexión en este tema con sus socios es total porque el partido de los Griegos Independientes llegó a denunciar a los acreedores del país por crímenes de lesa humanidad y quiere una investigación sobre las razones del rescate y si alguien se ha enriquecido con él.
Se equivocaron, pues, quienes veían a Tsipras pactando con To Potami, un equivalente al UpyD o al Ciudadanos español, para tener una coartada para moderarse en sus demandas. El Gobierno de Syriza con el apoyo de los Griegos Independientes va a por todas. En España, y quizás en toda Europa, estamos demasiado acostumbrados a los incumplimientos de los programas electorales y a las decepciones, que no veíamos capaces a los miembros de un Gobierno plantando cara a la sacrosanta Bruselas. Todo lo más, como en alguna ocasión hemos visto a Renzi o a Hollande, nos los esperábamos pidiendo por favor audiencia a Merkel. Pero todo está yendo muy deprisa.
No vamos a dejar de criticar aquí que nos hubieran gustado otros socios para Tsipras. El KKE, por ejemplo. Aunque el divorcio entre los socialdemócratas (sí, Syriza no va más allá de la socialdemocracia, como no puede hacerlo ningún comunista de la rama eurocomunista) y los comunistas, sobre todo de unos como los del KKE, es irreconciliable, sobre todo por parte de los segundos.
También nos hubiera gustado que el partido que más creemos que va a luchar por la democracia en Europa, que el Gobierno más progresista del continente fuera paritario. Cuánto nos hemos acordado del Lenin de 1917 y de Alejandra Kollontai.
Un programa de máximos y sus riesgos
Sí, nos preocupan algunas de cosas del Gobierno de Syriza, porque tenemos la impresión de que va a marcar un techo para la izquierda. Su gestión va a romper muchos tabúes (no sólo la renegociación de la deuda, sino también la paralización de las privatizaciones, entre otras cosas), pero va a situar el nivel máximo al que podrán aspirar los votantes europeos de izquierdas. Y todos los demás. Va a diseñar el programa de máximos de la izquierda. Cuanto más lejos llegue Syriza, más lejos llegaremos en el resto de Europa.
Syriza también va a mostrar los riesgos de ese programa. ¿Saldrá -o la expulsarán- del euro?, ¿sacrificará la Unión Monetaria a Grecia para mantener en su seno a países como España?, ¿votarán los ciudadanos españoles a un partido como Podemos si a Grecia se le expulsa del euro?, ¿adelantó Samaras las elecciones en Grecia para que los vecinos más potentes de la eurozona no la desestabilizaran, para desactivar las ansias de cambio de buena parte de la ciudadanía?, ¿saben los poderes fácticos de Europa que Syriza irá hasta el final y por eso se le ha permitido al Banco Central Europeo poner en marcha un programa de compra de deuda que será el cortafuegos más potente contra la especulación anti-euro si la moneda finalmente se rompe por su flanco más débil?
A algunas de estas preguntas ni siquiera el tiempo nos dará la respuesta. Pero a otras, sí. Y nos da la impresión de que Grecia ya está con su plan B por si acaso es excluida de nuestro club de ricos. Está cultivando otras amistades con Rusia y China, sobre todo con la primera. Quizás no sean los socios más recomendables, pero éste puede ser el germen de un mundo multipolar, de un mundo con contrapoderes.
Sí, estamos ciertamente optimistas. Varoufakis nos ha devuelto la fe, la confianza, la esperanza. Hay otro tipo de políticos, los valientes, los audaces, que son los imprescindibles. Aunque en algún momento recordamos también esta otra muy recomendable lectura, por desmitificadora. Porque puede ser pronto para dejarnos llevar por la ilusión. Pero ya hemos dicho que seguiremos vigilantes.
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