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Mientras tantoLa mujer que hizo famoso a Fellini

La mujer que hizo famoso a Fellini



Suena La Bambola, de Patty Bravo

 

En El jeque blanco (Lo sceicco bianco; 1952), el debut en solitario en la dirección de Federico Fellini, el cineasta de Rimini, a partir de una historia pergeñada por Michelangelo Antonioni, nos narraba la historia de una joven pareja de provincias que de luna de miel viajaba a Roma donde la mayor parte del tiempo la chica se dedicaba a perseguir a su ídolo, un personaje de fotonovela encarnado por un actor egocéntrico y mujeriego. En ese juego de ilusionismo, en el que para la protagonista resultaba imposible distinguir entre la realidad y la ficción, ya se hallaba de forma seminal seguramente la característica fundamental de la estética felliniana, y, en el fondo, una forma de entender la propia vida por parte del director de las posteriores La Strada (Idem, 1954) o Amarcord (Idem, 1973), ejemplos, también, y a la vez diversos, de confusión entre sueños, ilusiones, recuerdos y experiencias vividas.

El poderoso magnetismo de la puesta en escena de Fellini ha depositado en nuestra memoria imágenes indelebles. Es por ello que en el momento de recibir la noticia de la muerte de la actriz Anita Ekberg inmediatamente acude a nosotros la célebre escena de La dolce vita (Idem, 1959) en la que se bañaba de forma sensual, y sexual, en la Fontana di Trevi y reclamaba la compañía de un acongojado Mastroianni –“Marcello, come here”.- Esa es la única imagen posible que nos queda de ella, la única que permanecerá en nuestro recuerdo, y la que contradice, a través de la ficción, una realidad mucho más triste y amarga, tal y como fueron los últimos días de ese icono sexual de los años 60 del siglo XX que acabó postrada en una cama de la residencia San Raffaele di Rocca di Papa y arruinada económicamente –tuvo que pedir ayuda a la Fundación Fellini de Rimini.-

 

 

Nacida en 1931 en la localidad sueca de Malmö, después de ser coronada Miss Suecia a los 19 años, decidió conquistar Hollywood con esa exuberancia física, con vertiginosas curvas, y su presencia glacial, y sin embargo su carrera solo supo compaginar papeles menores y estereotipados con algunos populares romances –Frank Sinatra, Tyrone Power o Gary Cooper.- Curiosamente, uno de los primero papeles, y que le valdría un prometedor Globo de Oro a la nueva estrella del año, fue en Locos por Anita (Hollywood or Bust; 1956) de Frank Tashlin, junto al tándem Dean Martin-Jerry Lewis. Este último interpretaba el papel de un cinéfilo freak que llegaba a Hollywood para declararse a su amor platónico, que no era otra que la actriz Anita Ekberg. La misma que continuaría una carrera dando tumbos entre mediocres producciones italianas, inglesas y españolas –a excepción hecha de la celebrada La dolce vita.-

 

 

Más de tres décadas después, Fellini la rescataría para que interviniera en ese particular y personal documental ficcionalizado que era Entrevista (Intervista; 1987) y en el que Ekberg, de nuevo, se interpretaba a sí misma, como si el cine la hubiese obligado siempre a ser ella. Sin embargo, y en un gesto absolutamente felliniano, en el que se impone el poder de la ilusión, nosotros tan solo podemos recordarla con un vestido negro y empapada por las aguas de la ciudad eterna. Si ella declaró, sin ruborizarse que “he sido yo la que ha hecho famoso a Federico Fellini”, podemos decir, sin contradecirla, que él fue quien creo nuestro recuerdo de Anita Ekberg.

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