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La obscenidad de los que piden austeridad para curar el cáncer y matan al paciente… más pobre


 

 

 

Hasta hace apenas diez días no tenía la menor idea de quiénes eran Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff, aunque me había llamado mucho la atención una imagen tomada por una fotógrafa del New York Times, Mary F. Calvert, reproducida el domingo, 21 de abril, por el suplemento de ‘Negocios’ de El País. Se les veía a los dos charlando desenfadadamente, de pie, con sendas tazas (no está claro si rellenas de té o de café) en la cocina de la casa de la primera en Washington. La cordial imagen, en la que ambos sonreían como si el fotógrafo no estuviera allí, pero siendo en todo momento conscientes de que estaba siendo retratados para el Times, fue tomada en mayo de 2010. Despertó mi atención no solo la foto (a todo color y a cuatro columnas en el salmón de El País), sino dos titulares: el que la imagen tan generosamente ilustraba y que, firmado por Alejandro Bolaños, rezaba: La teoría del exceso de deuda pierde un asalto, y sobre todo el que figuraba a pie de página y que firmaba el premio Nobel de Economía 2008 y colaborador del Times, Paul Krugman, enigmático, pero tal vez por eso más atractivo: La depresión del Excel.

 

No sé mucho de economía, pero me apasiona. Y más cuando, con su elocuencia habitual, Krugman arranca su pieza de opinión de la manera en que Bill Lyon insiste siempre que se debe atacar un artículo que quiera captar de inmediato la atención del lector (y no soltarle): «En esta era de la información, los errores matemáticos pueden llevar al desastre. La Mars Orbiter de la NASA se estrelló porque los ingenieros olvidaron hacer la conversión a unidades del sistema métrico».

 

¿Qué error cometieron Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff, prestigiosos profesores de la Universidad de Harvard, que les había llevado a la picota de las noticias?

 

Nacida en La Habana hace 57 años, contaba el pasado 28 de abril mi amigo Sandro Pozzi en El País, “fue economista jefa durante tres años en el difunto Bear Stearns, la primera víctima de la crisis financiera. Eso fue en los años 1980, antes de ocupar varios cargos en el Fondo Monetario Internacional (FMI), donde llegó a ser la número dos en el departamento de investigación antes de llegar a Harvard”. Rogoff, por su parte, “de 60 años, fue su jefe en el FMI, donde tuvo un sonado encontronazo con Joseph Stiglitz a cuenta de la crítica que el premio Nobel hizo de esa institución en su libro El malestar en la globalización (2002)”.

 

Bien. Ya sabemos algo más. ¿Qué ocurrió? Vuelvo a confiar en Sandro Pozzi, que en la misma pieza en la que relata brevemente la vida y milagros de Rogoff y Reinhart, presenta a un tercer y decisivo actor de un drama que tiene demasiado que ver con las políticas de austeridad aplicadas sobre todo en Europa y en países como España, Portugal, Italia y Grecia, y que están causando un sufrimiento inaudito “por nuestro propio bien”, para “poder crecer después”. El tercer personaje de este drama económico es Thomas Herndon, un universitario de 28 años que desmontó en un trabajo “la mentira macroeconómica más significativa de los últimos años, y sobre la que Estados Unidos y Europa se han apoyado en su campaña por la austeridad fiscal y el recorte drástico del gasto”.

 

Reinhart y Rogoff publicaron en 2010 el artículo ‘Crecimiento en una época de endeudamiento’ en la American Economic Review. Con datos empíricos, demostraban que el crecimiento cae en picado cuando la deuda pública de un país supera el 90% del Producto Interior Bruto. A Herndon, alumno de Massachusetts, criado en Austin, la liberal capital de Texas, de padre texano y madre hongkonesa, le desconcertaron los datos cuando se echó a la cara las conclusiones de los dos cerebros de Harvard: “Estaba convencido desde el principio de que algo iba realmente mal con el estudio”, cuenta Sandro Pozzi. Primero le confió su perplejidad a su novia, Kyla Waters, quien tras hacer sus propias cuentas dio alas a su desconfianza. Cuando le fue con el cuento a sus profesores, Michael Ash y Robert Pollin, en principio dieron más crédito a sus ilustres colegas de Harvard. Pero acabaron poniéndose detrás de su pupilo cuando, tras proporcionarle Reinhart y Rogoff todo el material y hacer sus propias comprobaciones, se dieron cuenta de que habían cometido al menos tres errores.

 

Demos de nuevo la palabra a Krugman, quien recuerda que el influyente texto de Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff se publicó “justo después de que Grecia entrase en crisis y apelaba directamente al deseo de muchos funcionarios de virar del estímulo a la austeridad. En consecuencia, el artículo se hizo famoso inmediatamente”. Krugman no duda en calificarlo el “análisis económico más infuyente de los últimos años”. No en vano figuras políticas como el ministro de Finanzas alemán, Wolfgang Schäuble, llegó a declarar el pasado mes de octubre: “Creo firmemente en investigaciones como las de Rogoff y Reinhart, que demuestran que, si alcanzas un determinado nivel de deuda pública, aumentar el déficit y la deuda no generan crecimiento, sino que lo dañan”. A rebufo del persuasivo ministro de Angela Merkel tocan el clarín desde Mariano Rajoy a responsables políticos y financieros de Grecia, Portugal, Italia y otros países europeos.

 

¿En qué se habían equivocado tan estrepitosamente los celebrados economistas de Harvard? Habían omitido algunos datos, empleado procedimientos estadísticos tan poco habituales como cuestionables y, sobre todo, cometieron un error de codificación de Excel. Según sus números, extraídos a partir de los datos relativos a una veintena de países avanzados entre los años 1946 y 2009, cuando la deuda pública cruzaba el umbral mágico del 90 por ciento el crecimiento del PIB bajaba “notablemente”. El problema es que cuando los dos profesores y el universitario de Massachusetts (Pollin, Ash y Herndon) pasaron la lupa sobre las averiguaciones de R & R, comprobaron que cuando la deuda pública de Nueva Zelanda superó el famoso 90 por ciento entre 1946 y 1949 las tasas de crecimiento siguieron siendo elevadas. Además, al parecer por error (Herndon no cree que hubiera mala fe o intencionalidad política cuando R & R omitieran cifras de Canadá, Australia y Nueva Zelanda para que sus tesis encajaran en los números), dejaron fuera datos de cinco países.

 

El pasado fin de semana, Carmen M. Reinhart y Kenneth S. Rogoff firmaban conjuntamente un artículo en el International Herald Tribune bajo el sobrio encabezamiento de El debate de la austeridad. Tras recordar que su estudio de 2010 estaba basado en informes procedentes de 44 países a lo largo de 200 años, que demostraban que tanto en países desarrollados como en vías de desarrollo alto grado de endeudamiento público (equivalente al 90 por ciento o más del PIB anual) significaba un “notable” descenso en los porcentajes de crecimiento, admitían en el tercer párrafo que los tres economistas de la Universidad de Massachusetts en Amherst habían identificado correctamente un error en la hoja de Excel. Tras encajar deportivamente el hallazgo que Herndon, Ash y Pollin había divulgado una semana antes, los autores de Growth in a time of debt lamentaron el aluvión de críticas feroces, especialmente los mensajes electrónicos cargados de odio y amenazas, pero reiteraron que en el largo plazo sus conclusiones no habían sido desmentidas por los investigadores de Amherst.

 

En el mismo periódico, y justo encima del artículo de Reinhart y Rogoff, Krugman volvía al ataque con otro título provocador: La solución del 1 por ciento. El beligerante economista plantea en primer lugar que “la dominación de los austeristas [los paladines de la austeridad] en los círculos influyentes debería inquietar a todo el que crea que la política está seriamente influida o basada en pruebas evidentes”. A Krugman le escama que la austeridad haya encontrado tan amable acogida en las opiniones que comparten las elites, y se pregunta por qué: “Parte de la respuesta descansa seguramente en el extendido deseo de ver la economía como una obra de carácter moral que muestre una suerte de cuento de los excesos y sus consecuencias. Según esa versión, hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, y ahora estamos pagando el inevitable precio. Los economistas pueden explicar hasta la náusea que este razonamiento es falso, y que los motivos de que tengamos desempleo masivo no se debe a que hayamos gastado mucho dinero en el pasado, sino a que estamos gastando demasiado poco ahora mismo, y que ese problema puede y debe resolverse”. Añade el premio Nobel de Economía del año 2008 que “mucha gente tiene la impresión visceral de que hemos pecado y debemos buscar la redención a través del sufrimiento”. Lo que para Paul Krugman resulta palmario es que desde que hemos abrazado la austeridad como un mantra para el crecimiento es que estos años han sido “tenebrosos para los trabajadores, pero en absoluto malos para la gente adinerada, que se ha beneficiado de mayores ingresos y del precio de las acciones”.

 

¿De qué hablamos cuando hablamos de sacrificios? ¿A quién estamos tomando el pelo cuando pedimos paciencia para que las medidas de estrangulamiento curen el cáncer y maten al paciente? Según Paul Krugman, “tenemos una política del 1 por ciento, por el 1 por ciento, para el 1 por ciento”.

 

 

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