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Aaron Sorkin es capaz de crear mundos ideales que nos recargan las pilas, que nos llenan de esperanza cuando la perdemos, algo que ocurre con cada vez más frecuencia. Será que nos hacemos mayores. Lo mismo nos pasa con El Ala Oeste que con The Newsroom. Mantenemos la fe en que en al menos un Gobierno, cualquiera del mundo, existe alguien como Josh Lyman, o un director de campaña como el que él encarna en la última temporada de una serie que no debería haber acabado nunca. También confiamos en que, en cualquier momento, alguien como Josiah Bartlet puede llegar a ser presidente de los Estados Unidos o de cualquier otro país, aunque sea el más pequeño del mundo. Del mismo modo, esperamos que algún día, en cualquier televisión del globo, llegue a hacer y presentar las noticias un periodista como Will McAvoy. Sabemos que quienes rodean a Will McAvoy son mejores, tienen una mayor calidad humana e incluso periodística, pero tenemos una debilidad irracional por él. Seguramente, por el discurso que pronuncia en el primer capítulo de la primera temporada.
Quizás, además, Will McAvoy ha conseguido algo que considerábamos imposible porque somos personas llenas de prejuicios: que un republicano (de los de Estados Unidos), nada menos que el que escribía los discursos del presidente Bush padre, nos caiga bien, muy bien. ¡Ese gran privilegio se lo teníamos reservado a Ben Bernanke, el anterior presidente de la Reserva Federal norteamericana! Bueno… y a Clint Eastwood.
Hay quien va a misa para recobrar la fe, o para alimentarla, nosotros preferimos ver The Newsroom. También es verdad que nuestro dios es laico y se escribe con minúsculas. Ya se imaginarán cuál es. Capítulo tras capítulo, aprendemos, nos reafirmamos o recordamos las esencias de este oficio que, como dice uno de los personajes en alguno de los capítulos, nunca debería ser considerado una carrera, sino un oficio. Muchos, por hacer carrera, por escalar peldaños, se olvidan del oficio (perdón por las redundancias). Y es que una de las principales líneas conductoras de la serie es el conflicto periodismo-empresa. Un conflicto, que en un momento dado de la serie, resuelve la propietaria de la cadena para la que trabajan nuestros héroes, la ACN, cuyo papel encarna nada menos que Jane Fonda. Resumimos sus palabras en las siguientes frases: si un periodista no se pelea con la empresa, es que no está haciendo su trabajo; una empresa periodística sólo puede ganar el dinero que le permitan sus periodistas, que son muy cándidos y no tienen ni idea de negocios; una empresa periodística debe buscar un periodista que esté dispuesto a discutir hasta ser despedido, que incluso siguiera discutiendo tras perder su empleo hasta que los de seguridad le saquen del edificio. El periodismo es un servicio público y el periodista ha de ser su garante. La empresa es la que se ha de ocupar de los números, no el periodista.
No es que sea indiferente quién sea el propietario del medio de comunicación. Eso la serie también lo deja claro. No es lo mismo un empresario que quiera maximizar el beneficio que otro que quiera reducir a la mínima expresión los costes, haciendo bandera de la importancia del mal llamado «periodismo ciudadano», elevando a categoría de fuentes fiables la información que circula en las redes sociales y minusvalorando el trabajo de los periodistas formados y responsables. Con la coartada de implicar a la audiencia se pueden cometer los peores crímenes contra este oficio. Pero también tomándola por tonta o adoptando una actitud paternalista respecto a ella.
Hay un pequeño matiz, pero muy importante, entre poner el foco en los costes o ponerlo en los beneficios, aunque unos y otros, a veces, sobre todo para los que menos entienden del negocio periodístico, suelen ser la cara y la cruz de la misma moneda.
Claro, The Newsroom no sólo habla de empresas periodísticas. Habla, fundamentalmente, de periodismo. Del deber ser del periodismo, no del real, dicen sus críticos. Pero, claro, ahí está su grandeza. Si contara cómo es el periodismo de verdad, el que sufrimos, no tendría ningún interés. Eso creemos. Por eso, al contrario de lo que ocurre con El Ala Oeste, House of Cards nos enfada. No necesitamos recordar que en la política todo es miserable y criminal. Lo que de verdad urge es mostrar que puede ser de otra manera, que podemos ser distintos a como en realidad somos. The Good Wife representa, precisamente, ese punto medio, ese cómo somos y cómo, si le ponemos empeño, podemos imponer otros usos y costumbres.
The Newsroom, si lo pensamos, muestra, en realidad, el ABC del periodismo: que hay que verificar, contrastar y, sólo entonces, publicar. Porque no hay que ser el primero, hay que ser el mejor. Esta máxima se nos está olvidando por culpa de twitter y de internet. O por nuestra culpa, por no saber utilizar esas preciosas herramientas. O porque estamos convirtiendo a las redes sociales tanto en una (o en LA) fuente de información como en su juez último. En el mejor de los casos, estámos haciendo un (no) periodismo en internet y otro en papel cuando, independientemente del soporte, el periodismo es uno: o es o no es. Anoche mismo volvimos a matar a Fidel Castro. Yo misma contribuí a ello dando credibilidad a rumores que, muy posiblemente, eran malintencionados.
Eso, sin contar con que, con internet, muchas veces, lo interesante desplaza a lo importante. La red, desde el minuto uno, permite saber qué es más popular, qué tiene más retuits, qué se convierte en «trending topic». Igual por eso la política también se está convirtiendo en un espectáculo. Quizás la política es cada vez más popular porque se está vulgarizando, se está simplificando. La rapidez que exigen las nuevas tecnologías, además, provocan que contemos acontecimientos sin contexto, sin crítica, sin análisis, sin poner nada en cuestión.
Pero justo esta presunta superioridad del periodismo en papel nos puede llevar a cometer grandes injusticias. Porque la calidad no depende del soporte, sino de la voluntad de quien escribe, de quien trabaja, de quien supervisa la labor de redactores y reporteros. Esa idea es la que manifiesta uno de los personajes de The Newsroom, el responsable de la web de la cadena de televisión, y cuyas palabras recogemos de manera aproximada: «Internet puede hacerse muy bien. Me despreciaban aquéllos a los que yo admiraba, pero logré crear una web que diseminaba información útil».
Relaciones periodistas-empresa, práctica periodística… The Newsroom no podía olvidarse de los conflictos éticos en los que se incurre en el desempeño de esta profesión. Cuáles son los medios legítimos de conseguir información y de difundirla, cómo contar una historia, hasta qué punto hay que proteger a las fuentes y el precio, a veces muy alto, que se paga por llevar hasta las últimas consecuencias los sagrados mandamientos de esta querida profesión nuestra. Pero es que el precio por mantener hasta el extremo la contradicción entre lo que debemos hacer y lo que no tenemos más remedio que perpetrar por el vil metal, por la cuenta de resultados de una compañía, puede ser aún más alto y más irreversible.
Vean, por favor, The Newsroom. Sobre todo, la tercera y, desafortunadamente última, temporada.
En twitter: @acvallejo