Ante la barbarie, lo mejor es refugiarse en un libro, explorar sus entresijos, familiarizarse con el autor, dejarse envolver por sus páginas. De fondo, Obama alerta de la falta de integración de los musulmanes en Europa. “Nuestra población musulmana sí se siente americana”, añade en unas declaraciones que no han gustado a este lado del Atlántico.
Juan Vernet odiaba el latín. Por un traspié –burocrático que no académico– en un examen del instituto juró “odio eterno al latín”. Se decantó por el árabe y el hebreo, lo que se llamaba Semíticas en la Universidad: “Después del primer año, sabía infinitamente más árabe que tras cuatro años de latín”. Terminada la carrera de Filosofía y Letras, su primer destino como catedrático de instituto –septiembre de 1946– fue en el norte de África, en lo que entonces se conocía como el Protectorado español. Quiso profundizar en su entorno y se apuntó a una escuela marroquí y trabó amistad con un anciano sabio al que conoció en la alcaicería y de quien aprendió astronomía mirando a las estrellas. El anciano abrió un libro y le dijo: “Lee” para pulsar el grado de conocimiento que tenía de la lengua, y le aceptó como discípulo.
Defendió su tesis en Madrid, la única universidad española que podía otorgar el título, y Emilio García Gómez le distinguió con el premio extraordinario. Le aconsejaron que preparara las oposiciones para el Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos, con la idea de quedarse en la Biblioteca Nacional para clasificar los fondos árabes, pero de nuevo tropezó con el latín. El tribunal no aceptó su propuesta de que se le eximiera del examen de latín y le pusiera los que quisieran de árabe. Ni quiso escucharle recitando árabe. El Cuerpo exigía –y exige– sus gabelas aunque pierda, como es el caso, a uno de los grandes sabios de las últimas décadas.
En 1954 ganó la cátedra de “Lengua árabe y árabe vulgar” en Barcelona y se centró en la historia de la ciencia árabe, en el estudio del Corán a la luz de los comentarios escritos por los musulmanes y en la Universidad, donde permaneció más de treinta años, hasta su jubilación en 1987. En su “Autobiografía intelectual”, que se publicó en un número especial de la revista Anthropos dedicado a su figura (nº 117, febrero de 1991), se queja amargamente de su temprana jubilación a los 65 años. A los 40 años la memoria mengua, y con ella la capacidad de aprender idiomas, “pero mejora la capacidad de síntesis y la capacidad para la política”.
“Su aspecto era tosco y huraño, pero era de las personas más cariñosas del mundo», recordó su discípulo Julio Samsó con motivo de su muerte (julio de 2011). Desde que empezó a escribir tuvo la “humorada” de numerar correlativamente las páginas pasadas a máquina y luego publicadas, por lo que estaba en condiciones de saber las líneas exactas que había escrito, “un promedio bastante elevado”. Hasta en tres ocasiones recibió tentadoras ofertas de universidades extranjeras, pero Vernet fue un hombre de rutinas que detestaba los traslados y tenía mucho que escribir por delante.
La de Vernet es una trayectoria editorial azarosa, como él mismo reconoce. Autor de una treintena de libros y más de 300 artículos, tradujo el Corán y, por primera vez de forma íntegra, Las mil y una noches, además de escribir una biografía de Mahoma. A sugerencia de Carlos Seco Serrano, la Fundación March le encargó un libro sobre la traslación de la ciencia árabe a Europa. “Entregué un original, cuyo texto considero que tiene mucha información y cuya lectura creo que debe resultar aburrida para el lector medio”. Lo terminó en 1974, aunque la publicación se retrasó cuatro años (La cultura hispanoárabe en Oriente y Occidente, Ariel, Barcelona, 1978), por lo que tuvo que añadir unas adiciones.
Agotado pronto en España y circunscrito a un ámbito especializado, nuca se reimprimió, pero se tradujo al alemán y después, y puesto al día, al francés, con un nuevo y sugerente título: Ce que la culture doit aux arabes d’Espagne (Sinbad, París, 1985). Algunos de sus capítulos fueron “aprovechados”, en expresión del autor, en diversos trabajos ingleses. La sorpresa para Vernet fue cuando le felicitó una profesora de francés en el patio de la Universidad de Barcelona. Su obra, que llevaba dos ediciones en tres años, figuraba entre los libros científicos más vendidos en Francia, según Nouvel Observateur.
“Creo que ha alcanzado tanta difusión debido a dos causas: la excelente red de distribución del editor y la aparición en una lengua científica internacional, como es el francés, que defiende su permanencia en el mundo de la cultura, y aún hoy lo es de un gran número de científicos musulmanes”, escribe el autor. Inencontrable en España, Acantilado lo reeditó en 1999 con un nuevo título: Lo que Europa debe al Islam de España, y se convirtió en un éxito, a pesar de que era un libro escrito hacía un cuarto de siglo. “La condición para reeditarlo”, explicó a Arcadi Espada entonces, “fue precisamente la de no tocar nada. Yo ya no tengo edad para meterme en un repaso a fondo del libro y, por otro lado, creo que es un texto que ha aguantado bien el paso del tiempo”.
Queda la sospecha de si se trató de un cierto desplante íntimo e histórico a un país de latinistas, ya que matizó en aquellas declaraciones de 1999 que sí había al menos dos descubrimientos fundamentales en el arabismo de los últimos años: la identificación del único texto copiadao al árabe en la corte de Alfonso X el Sabio y la reconstrucción de un tratado completo de matemáticas compuesto por uno de los reyes de taifas de Zaragoza, pues no se sabía que en la España musulmana se cultivara esta ciencia. “¿Qué le debe Occidente al islam, ya no sólo hispánico, sino en su conjunto?”, pregunta Espada: “Todo. Menos la literatura, todo. Quizá no convenga decirlo así, con esta contundencia, pero lo cierto es que les debemos una gran parte de lo que conforma y rige nuestra vida, el cero y los manicomios incluidos”.
Lo que Europa debe al Islam de España, que el azar ha hecho llegar hasta nosotros (Acantilado lleva cuatro ediciones, incluida una de bolsillo, y está disponible en librerías), es su mejor libro, en opinión de Samsó, que dejó en el aire un reto en el número homenaje de Anthropos de 1991: “A Vernet le funciona más deprisa el cerebro que las manos en el momento que escribe y le sucede lo que a algunos profesores de matemáticas que se saltan pasos en una demostración, por obvios para ellos (…) Quisiera editar La cultura hispanoárabe con muy amplios márgenes en los que yo pudiera escribir la glosa que aclarara los pasos intermedios en las exposiciones del autor”.
Vernet señala en el prólogo: “En las páginas que siguen se verá concretamente cómo una serie de conocimientos que van desde los balbuceos del cálculo infinitesimal hasta el desarrollo institucional de los manicomios, desde los inicios de la química como ciencia hasta la navegación de altura, nacieron o cruzaron por nuestra piel de toro”. No tiene la mínima concesión al ensayo divulgativo tan en boga y algunos apartados, sobre todo científicos –física, técnica, náutica, zoología, astrología–, son una enumeración profusa y escueta de datos. Pero desliza verdades reveladoras: “La intolerancia del Islam nace en el momento en el que el resto del mundo se vuelve intolerante con él y no puede aplicar, a pesar de su buena voluntad, los versículos del Corán que establecen que Dios juzgará las discrepancias entre las religiones en la otra vida”.
Viene a demostrar que la circulación intelectual entre Oriente y Occidente fue consustancial al mundo árabe, y la trasmisión de los conocimientos de la Antigüedad, uno de sus logros. El libro de Juan Vernet cobra vigencia estos días.
El arabista Juan Vernet.