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Mientras tantoMalos recuerdos, de Antonio Gamoneda (1931)

Malos recuerdos, de Antonio Gamoneda (1931)


 

También la poesía irrumpe en las plazas escupiendo en el rostro de los satisfechos, aullando la verdad, destorciendo esvásticas.

 

En Liberia no hace un lustro existir era un verbo irregular y las horas bajaban desoladas como un cleptómano entre obsequios. Durante una generación nadie despertó en paz. Las guerras ganaron un cuarto de millón de almas y el odio realizó el único censo del país. Yo lo vi, yo vi a los niños armados y a las madres huyendo y a los hombres sangrando. Y muchísimas noches mi esperanza posó para un pintor de naturalezas muertas.

 

Me equivocaba. Una mañana los fusiles encallaron y los liberianos, contra su historia y contra los mercaderes, prefirieron creer. En noviembre de 2005, Ellen Johnson-Sirleaf fue elegida presidenta, la primera mujer jefa de estado de África, y en el dorso del sufrimiento los ciudadanos, los campesinos y los refugiados que volvían se pusieron a esbozar juntos la nueva morada. No fue fácil ni lo está siendo, pero los más, míseros aún y corazonados, avanzan, reabren escuelas, cultivan arrozales, perdonan.

 

Hace dos semanas, en Londres, dos fondos buitre, Wall Capital Ltd., con sede en las Islas Vírgenes Británicas, y Hamsah Investments, con sede en las Islas Caimán, demandaron a Liberia exigiendo 20 millones de dólares en pago de una deuda contraída en 1978. Los fondos buitre compran deuda de difícil cobro a bajo precio a los acreedores originales y luego persiguen al país deudor en los tribunales internacionales hasta lograr que desembolsen lo que otros gobiernos gastaron en oprimir y empobrecer a su pueblo. Más los intereses. Estos fondos no tienen caras detrás, son opacos, artefactos carroñeros del sistema financiero mundial que se alimentan del dolor de millones de personas. Sus beneficiarios son hombres respetables, vecinos nuestros, lo que se llama gente bien.

 

En 1978 el Chemical Bank de Nueva York hizo un préstamo a Liberia por valor de 15 millones de dólares para adquirir y mejorar una refinería en Monrovia. Los pagos deberían haber comenzado en 1980, pero ese año el presidente, William Tolbert, fue asesinado durante un golpe de estado perpetrado por Samuel Doe, un militar semianalfabeto y criminal apoyado por Estados Unidos. Entonces empezó el vía crucis de Liberia: veinticinco años de calvario. Todo se desmoronó: sólo las multinacionales siguieron haciendo negocio con la madera y los diamantes.

 

Ahora que los liberianos luchan por incorporarse, ahora se ciernen los ejecutivos de la rapiña. El 26 de noviembre un tribunal inglés falló a favor de los fondos buitre. Liberia, una de las naciones más pobres del planeta, tendrá que pagar 20 millones de dólares, la totalidad de su presupuesto anual en educación, a un grupo de anónimos y acaudalados inversores. Y todo esto sucede ante nuestros civilizados y democráticos ojos. Te lo juro, hay días en los que ser humano es un delito contra el universo.

 

Esta noche no consigo que se me vaya de la cabeza un poema de Antonio Gamoneda. Desde que lo leí por primera vez me acompaña y me impide dormir cuando no tengo derecho a dormir.

 

 

MALOS RECUERDOS

 

«La vergüenza es un sentimiento revolucionario», Karl Marx

 

Llevo colgados de mi corazón

los ojos de una perra y, más abajo,

una carta de madre campesina.


Cuando yo tenía doce años,

algunos días, al anochecer,

llevábamos al sótano a una perra

sucia y pequeña.

 

Con un cable le dábamos y luego

con las astillas y los hierros. (Era

así. Era así.

Ella gemía,

se arrastraba pidiendo, se orinaba,

y nosotros la colgábamos para pegar mejor).

 

Aquella perra iba con nosotros

a las praderas y los cuestos. Era

veloz y nos amaba.

 

Cuando yo tenía quince años,

un día, no sé  cómo, llegó a mí

un sobre con la carta del soldado.

 

Le escribía su madre. No recuerdo:

“¿Cuándo vienes? Tu hermana no me habla.

No te puedo mandar ningún dinero…”

 

Y en el sobre, doblados, cinco sellos

y papel de fumar para su hijo.

“Tu madre que te quiere.”

No recuerdo

el nombre de la madre del soldado.

 

Aquella carta no llegó  a su destino:

yo robé  al soldado su papel de fumar

y rompí  las palabras que decían

el nombre de su madre.

 

Mi vergüenza es tan grande como mi cuerpo,

pero aunque tuviese el tamaño de la tierra

no podría volver y despegar

el cable de aquel vientre ni enviar

la carta del soldado.

 

 

Cada día deberíamos ser ejecutados por la vergüenza y cada día deberíamos merecer la resurrección. Amenazando de vida a los asesinos hay que merecer vivir. Hay que merecer vivir.

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