La poesía es la hebilla de lo diverso, nuestra íntima pangea, nuestro único nosotros: lo que no caerá por los gruesos agujeros del cedazo del tiempo.
Están bajando el gálibo de lo soñable: eso están haciendo. La crisis, huérfana de culpables, va desalando aquello que ayer exigíamos. Hay que respirar más bajo, nos dicen. Reclamábamos dignidad, salud, transporte público, educación para los que menos tienen, pero nos siguen podando las aspiraciones: confórmate con lo que tienes y mira antes de abrir porque un viento sombrío acecha a los tuyos. Resguárdate en tu casa, resguárdate en tu patria y echa el cerrojo. Cuanto ganen los demás será tu pérdida porque no hay para todos. Machacan en el norte, no hay para todos: el muro te protege, el muro es tu amigo. Acatamos la implosión de nuestras convicciones: volvemos grupas a la excelencia. Confinados en el miedo asentimos mientras el acaparador afirma que no hay para todos.
Converso con Pete Henriot en Lusaka: ya te lo dije alguna vez, mi trabajo es admirar. Pete tiene los ojos grandes y entrometidos, es gestero, bullicioso, sus manos enfatizan sus palabras. Salpica vida, pasión: es uno de esos seres que empapa de posibilidad sus estribaciones. Nació en la costa oeste de Estados Unidos. Estudió ciencias políticas en la Universidad de Chicago donde fue compañero de clase de Paul Wolfowitz, uno de los mendaces arquitectos de la guerra de Irak: ‘Digamos que él y yo tomamos direcciones opuestas’. En los sesenta marchó con Martin Luther King por los derechos civiles y en 1971 fue uno de los fundadores en Washington de Center of Concern, una de las organizaciones que han sido punta de lanza en la lucha por la justicia económica y social. En 1988 decidió venir a trabajar a África: tras pasar un año realizando proyectos comunitarios en zonas rurales del sur de Zambia le pidieron que tomara las riendas del JCTR, un centro nacido para servir como foco de estudios y acción en favor de los más pobres. La idea de Pete ha sido siempre la misma: poner no sólo el corazón sino también la inteligencia y el análisis al servicio de quienes están lejos de las torres del poder. Ojalá estuvieras aquí para ver lo que ha hecho.
El JCTR encabezó en Zambia la ofensiva que las organizaciones de la sociedad civil lanzaron contra el escándalo de la deuda externa: el gobierno pagaba más por los intereses de una deuda contraída de espaldas al pueblo que lo que gastaba en escuelas y hospitales. Los acreedores del norte estaban ingresando anualmente más fondos desde el sur de lo que daban en su muy publicitada ayuda al desarrollo. Ganaban los ricos, perdían los zambianos. Las campañas y denuncias dieron fruto; en 2006 se obtuvo la práctica condonación de la deuda y el acuerdo del gobierno de invertir esos fondos liberados en proyectos sociales básicos: maestros, médicos. La lucha no ha acabado: el JCTR sigue batallando porque el Parlamento garantice la transparencia en la contratación y empleo de los nuevos préstamos. Lo van a lograr.
El poder tiene en Zambia una incómoda voz desmintiendo sus falsedades y proponiendo alternativas: desde abajo. El equipo de Pete, todos jóvenes zambianos extraordinariamente competentes y comprometidos, elabora cada mes la Cesta de Necesidades Básicas: recorren los mercados de las ciudades y aldeas del país recabando datos acerca de lo que le cuesta a la gente vivir, comprar comida, carbón para cocinar, jabón para lavar, la electricidad donde hay. Gracias a este estudio sabemos cuál es la realidad que sufren las familias frente al discurso del gobierno. Para las Instituciones Financieras Internacionales Zambia es uno de los grandes éxitos de África: desde hace casi una década crece a más de un 5% anual, no padece la inextinguible violencia de sus vecinos del norte y el sur (Congo-Kinshasa y Zimbabue), y las empresas multinacionales pueden hacer negocios con total libertad. El cobre que albergan sus entrañas, como hace un siglo, es su mayor riqueza: en el peor momento de la crisis el precio de la tonelada bajó a 2.800 dólares, pero a finales de 2009 ya estaba en 7.000. El gobierno insiste en que todo ese dinero está creando una Zambia próspera y feliz: de acuerdo con las cifras del JCTR la verdad es distinta. Mientras las zonas urbanas han mejorado algo, la población rural, la mayoría, se ha estancado o está empobreciéndose. El 64% de los zambianos viven con menos de 1,25 dólares al día. En los campos este porcentaje asciende al 80%. El aluvión de riqueza está provocando más desigualdad: el número de niños de la calle no cesa de aumentar; a las madres les cuesta más llegar a fin de mes por la subida de los precios; la esperanza de vida continúa en 44,5 años. La fortuna no se distribuye; la fortuna no se distribuye. La Organización Mundial de la Salud sostiene que el ser humano para gozar de una salud normal debe consumir al menos 2.400 calorías al día; en los campos de refugiados, debido a la situación precaria, nos conformamos con alcanzar los 2.100: gracias a los informes del JCTR sabemos que en Mufumbue, zona rural, la gente consume 1.600; en Masaiti, 1.400. Hambre.
En el norte nos dicen que guardemos silencio porque no hay para todos; en el sur les dicen que guarden silencio porque hay para todos. Confórmate, vota cada cuatro años, sobrevive: esto es lo que hay. Están bajando el gálibo de lo soñable: están practicando la lobotomía del alma. Cuentan con el cansancio y el temor: son sus aliados. Los nuestros son la excelencia y la poesía. Hay innumerables personas como Pete Henriot desbrozando el camino, por todas partes, incansablemente, escribiendo la historia de lo que podemos ser.
Fernando Pessoa, el más grande poeta europeo, escribió bajo el nombre de Álvaro de Campos dos años antes de morir este poema,
PECADO ORIGINAL
Ah, ¿quién escribirá la historia de lo que podría haber sido?
Será ésta, si alguien la escribe,
la verdadera historia de la humanidad.
Lo que hay es sólo el mundo verdadero, no nosotros, sólo el mundo;
lo que no hay somos nosotros, y la verdad está ahí.
Soy quien fallé ser.
Somos todos quienes supusimos.
Nuestra realidad es lo que no conseguimos nunca.
¿Qué es de aquella verdad nuestra, el sueño a la ventana de la infancia?
¿Qué es de aquella nuestra certeza, el propósito a la mesa de después?
Medito, la cabeza curvada contra las manos cruzadas
sobre el parapeto alto de la ventana en saliente,
sentado de lado en una silla, después de cenar.
¿Qué es de mi realidad, que sólo tengo la vida?
¿Qué es de mí, que sólo soy quien existo?
¡Cuántos Césares fui!
En el alma, y con alguna verdad;
en la imaginación, y con alguna justicia;
en la inteligencia, y con alguna razón,
¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡Dios mío!
¡Cuántos Césares fui!
¡Cuántos Césares fui!
¡Cuántos Césares fui!
Si al final del maratón no has llegado a Atenas habrá que respirar hondo, beber agua, y seguir corriendo.
Pete Henriot termina como director del JCTR en agosto: su sustituto es Leonard Chiti, un zambiano brillante. Le pregunto a Pete qué hará después: me responde que quiere trabajar con refugiados, a ser posible en Sudán. Con una sonrisa de oreja a oreja declara que todavía está en forma y con ganas de cambiar las cosas: tiene setenta y cuatro años.