En los últimos días se está hablando mucho de la implicación activa de guerrilleros de Hizbullah en la terrible guerra que está destruyendo Siria. Si antes era un rumor, ahora ya es noticia. Un buena noticia para el régimen de Al Assad. La movilidad de los milicianos libaneses –acostumbrados a la guerra de guerrillas- y la experiencia que aportarán beneficiarán al ejército sirio tanto o más que las armas enviadas por Rusia e Irán. Una mala noticia para Siria y –posiblemente- una mala noticia para el Líbano.
“La primera vez que grupos suníes afines a Al Qaeda y los chiíes de Hizbullad se enfrentan”, escribe un periodista del diario inglés The Guardian.
Hizbullah, grupos afines a Al Qeada… ¿No eran todos ellos “grupos islamistas radicales”? ¿Qué hacen entonces combatiendo entre ellos? Un error que se ha mantenido para explicar muchos conflictos en Oriente Medio: la tajante división simplificadora entre suníes y chiíes. Otro error: la etiqueta de “islamistas radicales” que engloba grupos con distintos objetivos, distintas fuentes de financiación y distintas agendas políticas y religiosas.
El periodista y analista político libanés Rami Khouri explicaba hace unas semanas seis puntos que se deberían tener en cuenta para tratar de entender lo que está ocurriendo en Siria desde hace más de dos años. Tomados por separado, cada uno esos seis puntos supondrían un quebradero de cabeza para cualquier diplomático o analista experimentado. Abordados todos al mismo tiempo dan como resultado una conclusión: Oriente Medio.
Estos serían los seis puntos:
1. Protestas de una parte de la ciudadanía siria en las calles del país iniciadas en los primeros meses de 2011. Las voces de aquellos grupos opositores –algunos laicos, con unas ganas de un cambio en el país que trajera más equidad social y libertad- pronto serían acalladas por el protagonismo de los grupos armados con una agenda no siempre clara, y también por grupos políticos como los Hermanos Musulmanes sirios.
2. Diversidad de las sociedades árabes. Khouri nos recuerda que las sociedades árabes son palimpsestos sociales con una complejidad difícil de desentramar. Dentro de cada país, y también a nivel regional, se registra una contraposición entre conservadores y radicales, capitalistas y socialistas, monárquicos y republicanos, monárquicos islamistas y nacionalistas árabes o entre pro occidentales y anti occidentales. A nivel regional, y simplificando, se ha registrado un injerencia de Arabia Saudí –con sus inagotables millones de dólares- que ha favorecido generosamente a los regímenes –sobre todo, conservadores- de los países que se alineaban con sus intereses. Enemigos de Arabia Saudí -en distintos momentos-: Siria, Egipto o Iraq.
3. Rivalidad geopolítica entre varios países árabes e Irán. El gobierno de Teherán ha maniobrado desde la Revolución de 1979 para obtener cuotas de influencia en diversos países árabes. El régimen de Al Assad y la milicia de Hizbullah han sido –y son- sus aliados más fiables en la zona. Siria controló durante muchos años –desde 1976 y hasta hace no mucho: es más que probable su implicación en el asesinato de Hariri, aliado de Arabia Saudí- el discurrir de la política en el Líbano con el apoyo entusiasta de Irán. Hizbullah ha conseguido consolidarse como poder fuerte en el Líbano, además de por su buen hacer, gracias al apoyo tanto de Irán como de su aliado y vecino regímen de Al Assad, puente logístico en muchos casos –envío de armas, por ejemplo- con Teherán. Hizbullah, por tanto, combate en Siria por algo más que por defender a Al Assad: combate en buena medida por su propia supervivencia.
En cierto modo, también Irán se juega su supervivencia en Siria. No hay que olvidar que en los últimos meses Israel ha amenazado –directa e indirectamente- con una invasión aérea de Irán debido al desarrollo de su programa nuclear. Irán se juega en Siria más que la caída de un regímen amigo. El regímen de Al Assad y Hizbullah están en el patio trasero de Israel. Varias informaciones han afirmado que a finales de abril el líder de Hizbullad, Hassan Nasrallah, se reunió con el líder de Irán, Alí Jamenei, durante un viaje secreto del primero a Teherán. Sea cual sea el resultado de las próximas elecciones en Irán, será difícil que el papel iraní respecto a Siria cambie. Su implicación en Siria es una cuestión de Seguridad Nacional.
4. Renovada Guerra Fría entre Estados Unidos y Rusia (con China pasando por allí). El uso de la base naval de Tartús, en suelo sirio, por parte de la flota rusa es uno de los intereses estratégicos que Rusia tiene y que perdería si cayese el régimen sirio. Un puerto seguro en el Mediterráneo al que Moscú consiguió acceder en tiempos de la Guerra Fría. No sólo se trata de contar con el puerto de Tartús. Siria aporta al Kremlim una influencia en la región que, si cae Al Assad, tendrá difícil mantener. En un segundo plano –aunque no menos relevantes- están los proyectos energéticos que podrían articular el futuro suministro energético de la región, mediante gaseoductos, algunos de ellos con gas ruso rumbo al mercado Europeo, y que incluyen a Siria.
La Unión Europa ha levantado recientemente sus sanciones contra el crudo sirio. Un variable más que condicionará el desarrollo de la guerra: ¿se entablarán batallas por el control de esos recursos?
5. Viejos estados centralistas árabes y fuerzas descentralizadoras. Khouri afirma que las dictaduras árabes, como la siria, han impuesto unificaciones nacionales a la fuerza que trataba de obviar la fragmentación étnica, religiosa, sectaria y tribal previa a la consolidación de los modernos estados árabes. Esa imposición a la fuerza no siempre ha conseguido que desaparezcan las estructuras sociales y de poder de dichas divisiones. Sobre todo, porque los modernos estados árabes –dictatoriales- no han conseguido, recuerda Khouri, satisfacer las necesidades básicas de una gran parte la población.
6. División de la oposición. En la oposición siria, explica Khouri, se incluyen a grupos como los Hermanos Musulmanes, grupos laicos como la Coalición nacional siria o el Consejo nacional sirio, y grupos extremistas como Jabhat al Nusra. En Occidente, según el analista libanés, se teme sobre todo que grupos como Jabhat al Nusra puedan hacerse con el poder de una eventual Siria post Al Assad. Según el analista libanés es algo poco probable. Ya se sabe que la mejor propaganda se destila a partir del miedo.
En este sentido, las potencias regionales –Catar, Turquía y Arabia Saudí- están jugando papeles importantes y no siempre aclarados en todos sus extremos. ¿A quién apoyar? El flujo de armas no siempre puede ser controlado: puedes controlar el primer destinatario, pero no el destino final de todas las armas. Por una parte –y simplificando-, se encontrarían Turquía y Catar apoyando con más energía al sector de la oposición encabezado políticamente por los Hermanos Musulmanes, y por otra Arabia Saudí, que al parecer no quiere ni oír hablar de los Hermanos Musulmanes, y mucho menos de grupos incontrolados de islamistas radicales armados con sus armas o con su ayuda financiera. La compleja heterogeneidad de la llamada -también simplificando- “oposición siria” propicia que las tensiones entre las potencias regionales se trasladen al seno de la oposición, aumentando las propias tensiones existentes entre los grupos opositores sirios. El equilibrio es difícil: se quiere ganar la guerra (en jerga diplomática: “detener la sangría del pobre pueblo sirio”, etc.), pero también se quiere reforzar a las facciones partidarias, que en una futura Siria post Al Assad puedan representar mejor los intereses –contrapuestos- de dichas potencias regionales. Intereses que, en parte, coinciden y, en parte, difieren de los intereses también heterogéneos que tienen las potencias globales: Estados Unidos, la Unión Europea, Rusia y China. La guerra en Siria se ha convertido –por desgracia para el pueblo sirio- en una de las guerras subsidiarias más complejas de las últimas décadas.