Fue en esta cama donde lo soñé. No tendría la menor importancia si no fuera porque en Mondariz se sueña rodeado por corrientes de agua que llevan aliviando ciertas melancolías y humores de los huesos desde hace generaciones, y en las puertas de las habitaciones cuelgan lazos verdes y rojos para propiciar o vetar la entrada de las camareras que parecen un nada sutil homenaje a Portugal, un país que en línea recta dista pocas verstas tras un río que une casi tanto como nos separa de lo que fuimos y de lo que todavía podríamos ser si lo soñáramos con la suficiente intensidad.
De eso se trata. Del sueño. Soñé a conciencia, es decir, recreándome en la suerte de estar soñando lo que acaso había deseado soñar. ¿Cómo hacer que los alumnos de los colegios españoles leyeran una revista como esta? Invitándoles a sumergirse en nuestra sección de crónicas y reportajes (acordeón) para que eligieran una pieza de su agrado. La natural simpatía de los jóvenes hacia el sufrimiento ajeno hará menos ardua parte del camino. Una vez expuestos a una de esas historias que te dejan los ojos arrasados, o el corazón encendido (si es que no has perdido la capacidad de compadecerte, es decir, de ser humano), la mecha está prendida. Luego tendrían que familiarizarse, con la ayuda de sus profesores, con la geografía, la historia, la política, las condiciones sociales del país o del lugar donde ocurran los hechos, donde la crónica está inscrita. Buscar el núcleo de la historia, lo que el reportero o el cronista quiere contar. Y traducir esa pieza periodística a su propio lenguaje, con sus palabras, para volver a contar, sintetizada, como si de una obra de teatro se tratase, con sus voces y sus ecos, sus personajes y sus atmósferas, esa misma peripecia humana, ese drama, esa postal amable, ese descens a los infiernos, ese divertido baile de máscaras… Transcribirla, recrearla, repartir papeles, ensayar… Y al mismo tiempo buscar sonidos que ayuden a ambientar sonoramente (es decir, en la imaginación del oyente) el lugar de los hechos. Por último se trataría de convertir ese esfuerzo en un documento sonoro, en una grabación, es decir: en audioteatro. Los alumnos podrán optar por esta reconversión de la crónica de la realidad en teatro (una especie de teatro-documento) o en dibujo: un cómic que relate la misma historia por otros medios.
Con la venia y la complicidad de Federico Volpini (ex Radio 3, y tantas otras cosas), a quien hice partícipe de mi sueño, entramos en contacto con la escritora Mercedes Chozas, profesora de Literatura en el Instituto Ramiro de Maeztu de Madrid, que a su vez nos puso en relación con otras profesoras, como Rosa Barredo, que enseña Lengua en el mismo instituto. Acogieron la iniciativa con tanta curiosidad como entusiasmo. En la clase de Rosa hay ahora mismo nueve grupos preparando audioteatros y cómics, y en otras clases de estudiantes más pequeños del Ramiro hay también niños y niñas trabajando en este intento de romper el prejuicio de que a los jóvenes no les interesa la realidad, no les interesa la suerte de los niños en Siria o las prostitutas en Guatemala o los desahuciados en España. Que a los jóvenes no les interesa la realidad… porque… no leen periódicos, no suelen escuchan noticiarios de radio, apenas se asoman a los telediarios. ¿No será un problema de cómo los periódicos y las emisoras de radio y televisión (y no pocas webs) están contando lo que ocurre, asfixiando el relato de manera sectaria, superficial y aburrida? ¿No será que las noticias, tal como las empaquetamos, están saboteando la realidad, el entendimiento de la historia, nuestro papel en ella?
Con motivo de La noche de los libros, Álex López, María Cano, Antonio Blanco y Charlie Astorga presentaron ayer en la librería Ocho y 1/2 de Madrid, junto a Rosa, su profesora, el proyecto en el que han decidido involucrarse con todas las de la ley. No sabían que forman parte de un programa piloto, de un experimento. Si sale bien, sus audioteatros y sus cómics serán publicados aquí, y exportaremos la idea al resto de España. Luego, ya veremos. Tal vez la obra social de alguna caja de ahorros que haya sobrevivido a la hecatombe de nuestra superestructura financiera y de nuestro tejido económico comprenda que hemos encontrado un pequeño filón para empezar a cambiar el curso de las cosas y nos echen una mano. O al menos nuestra forma de acercarnos a la realidad, de leer nuestra época con la ayuda de los ojos escépticos y lúcidos de muchos jóvenes.
Los sueños que se sueñan a conciencia acaso abran galerías insospechadas bajo la capa de hielo que cubre nuestros cerebros, aquella que Franz Kafka quería romper a martillazos. Ese era para él uno de los sentidos de le literatura. Tal vez pueda ser uno de los sentidos del periodismo.
Fotos: Corina Arranz