Ver El quinto poder, la película sobre WikiLeaks, es reflexionar sobre el periodismo. Pero también sobre la democracia. Así, sólo se puede defender a Julian Assange si se hace lo mismo con la democracia radical entendida como un sistema en el que los ciudadanos tienen derecho a tener toda la información de lo que sucede. Una organización que, como afirma Julian Assange, responda a la imagen de una cúpula transparente en la que sean imposibles los secretos. Una forma de relacionarnos que garantice la privacidad del individuo, pero la total transparencia en la cosa pública, en la “res pública”, en la República.
El poder, por sí solo, no se va a desnudar.
Por eso, el periodismo se erigió, o lo erigieron, en el instrumento para materializar el derecho a la información, el derecho a conocer, para, en definitiva, perfeccionar la democracia: los ciudadanos tomarían decisiones, sobre todo la de su voto, de manera mucho más consciente porque dispondrían de todos los datos a su disposición. Idealmente, el periodismo no sería el cuarto poder. Sería el contrapoder.
Pero parece que el periodismo hizo dejación de funciones. Por muchas razones. Vamos a esbozar doce. Algunas de ellas son males endémicos pero otras se han agudizado con la crisis:
1. Los medios de comunicación y, por tanto, la profesión periodística está condicionada por la propiedad, por quiénes sean sus dueños. Su accionariado es su principal hándicap. Los medios, en demasiadas ocasiones, se ponen a disposición de los intereses económicos de sus propietarios.
2. Una dependencia aún peor es la que se tiene respecto a los anunciantes. Sobre todo si, como viene siendo habitual últimamente, se escribe y se habla más pensando en ellos que en los lectores.
3. Pero es que existe una comunicación exagerada y creciente entre los departamentos de publicidad y la redacción. Esa relación nunca puede ser sana.
4. Se ha demostrado que la atención a estos intereses económicos no ha sido suficiente para que los medios de comunicación sean rentables. Parece que las empresas periodísticas se han vendido, pero no a un precio lo suficientemente alto como para salvarse. De ahí que la mayoría de este tipo de compañías se hayan lanzado a negocios completamente ajenos al editorial para lograr un beneficio rápido detrayendo recursos de su actividad principal, ya muy dolorida. No estaría mal este sacrificio, esta inversión, si, a la vez, se estuviera pensando en cómo hacer viable económicamente el periodismo de toda la vida. No estaría mal que se utilizaran estas cortoplacistas tablas de salvación si sintiéramos que los directivos creen en lo que hacemos (o pretendemos hacer) los periodistas. No sentiríamos esta gran frustración si las nuevas estrategias empresariales estuvieran dirigidas a ganar tiempo, a engordar el colchón de reservas, o a compensar las pérdidas mientras piensan en cómo salvarnos. Puede que así sea. Pero no nos fíamos mucho. Vemos cómo las empresas, con sus últimas iniciativas, a veces ni siquiera buscan que se eleven las ventas de ejemplares. Al contrario. El Roto dice que hay una estrategia empresarial muy clara para acabar con las publicaciones en papel. Y nos lo creemos.
5. Cuando las nuevas apuestas empresariales son periodísticas, que también las hay, siempre (o casi) redundan en una tendencia que no es nueva pero que se acentúa: la creciente frivolización de los contenidos de los medios de comunicación. Llenamos páginas y páginas de internet o del papel con «informaciones» ligadas al consumo superfluo, que es, parece, el único que está saliendo airoso de la crisis económica. Paradojas que dicen muy poco, pero todo muy malo, de esta sociedad.
6. Otra derivada es la proliferación de la opinión. El periodismo ahora es más opinativo que nunca. Opinar es gratis y todo el mundo lo puede hacer. En cambio, hacer reportajes es costoso. Tanto en tiempo como en esfuerzo y, sobre todo, en dinero que las empresas no están dispuestas a gastar (o, mejor, a invertir). Es lo que dice Jordi Évole: su programa es mucho más caro que las tertulias, de ahí que nos encontremos con estas últimas a cualquier hora en la radio y la televisión y su espacio, sólo una vez a la semana. No es una tendencia que únicamente se está viendo en los medios de comunicación convencionales. También lo es en los medios «alternativos» que ahora (afortunadamente) están naciendo.
7. Periodismo de píldoras: además de que cuesta dinero, esfuerzo, tiempo… contar historias nos da miedo. Pensamos que nadie las va a leer y, por eso, preferimos el periodismo de pildorillas, como si fueran tuits. Menos mal que todavía hay revistas que apuestan por los textos largos y, sobre todo, gente que aún quiere leerlos. Respecto a esto tenemos nuestra particular teoría: no nos tienen que dar miedo los textos largos; nos tienen que aterrorizar los que no cuentan nada o los que lo hacen mal; el lector llegará donde pueda o donde quiera, pero tiene que sentir que lo que hacemos vale dinero y que merece la pena pagarlo. De eso es de lo que se tienen que preocupar los directivos.
8. Apuestas tecnológicas con nulo retorno: twitter, facebook, pinterest, google+… hay que tener presencia en todos los sitios, hay que dedicar recursos económicos y humanos a estar en todas las redes. Pero, hoy por hoy, los retornos son nulos. Acaban de anunciar el cierre de una página web de cultura y periodismo por falta de financiación. En twitter tiene más de 200.000 seguidores.
9. Y, hablando de tecnología, ¿qué mayor dictadura en estos momentos para los periodistas que el número de clicks? Por la obsesión de los pinchazos, los titulares periodísticos dejan de ser tales: se llenan de interrogaciones y de listas. Y, sobre todo, lo interesante (por frívolo y tonto) sustituye a lo importante (por trascendente).
10. Fabricación en serie. Internet es un pozo sin fondo, una bestia insaciable: engulle todo lo que le eches. Eso provoca un imparable afán por producir. Dentro de poco, como en las fábricas, se establecerán objetivos de producción de «piezas», con el peligro constante de homogeneización de la información. Fabricaremos en serie. En realidad, ya lo estamos haciendo.
11. La guinda de este apestoso pastel es la existencia de unas redacciones diezmadas, con plantillas mal pagadas y sobrecargadas de trabajo. Así es imposible hacer las cosas mejor.
12. Además de diezmadas, las redacciones están atemorizadas. Nadie se atreve a poner nada en cuestión. ¿Los periodistas somos ahora más sumisos que nunca?, ¿por qué nadie hace nada?, ¿por qué no somos más valientes y defendemos las esencias de nuestra profesión?
En definitiva, el periodismo ha dejado un hueco, un nicho. Por culpa de las empresas, o de la crisis, o de nosotros mismos.
También es posible que nunca llegáramos a ocupar ese lugar. Quizás el periodismo nunca haya cumplido con la que se supone que es su misión: contribuir a la profundización de la democracia, convirtiéndola en radical, algo que sólo es posible cuando los ciudadanos disponen de toda la información. Pero ahora la dejación de funciones se ha hecho mucho más evidente por las puertas que es posible abrir gracias a la tecnología y que no estamos aprovechando.
En este contexto es en el que hay que enmarcar el fenómeno de WikiLeaks. Y lo que nos preguntamos es si las prácticas de esta plataforma o de otras que la sucedan vendrán a sustituir al periodismo. Matemáticos e informáticos asumirán el papel que los periodistas nunca, o muy pocas veces, cumplimos.
Pero esto también tiene peligros. Los contaba Doménico Chiappe en este artículo. No dejen de leerlo, por favor.