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Mientras tantoYeti, no todas las palabras condenan a muerte

Yeti, no todas las palabras condenan a muerte


 

 

 

Los posts, como los artículos, como los periódicos, deberían servir para recorrer de noche la distancia entre Sarajevo y Zagreb (como hace Alba Muñoz en ‘La noche de los cuatro hombres’, un fragmento de Ónix. Tráfico de mujeres en Bosnia-Herzegovina,que nos deja sin aliento, pero queriendo leer más, toda la noche, hasta llegar a la casilla de salida, a casa, un lugar imaginario a salvo). También para entender el mundo en el que estamos (algo que los periódicos, tan pendientes de su alpiste y del poder, a veces se olvidan de hacer. Y así les va. Y así nos va: que estalla un fenómeno como el de Podemos y no sabemos a qué atenernos, aunque enseguida le pongamos la banderita, como a una mariposa recién capturada). Los posts, como los artículos, como los periódicos, deberían ser como vaso de agua clara y fría a esta hora en que la sed apremia y no nos quedan fuerzas para nada.

 

Gracias a Crónica y mirada. Aproximaciones al periodismo narrativo, que acaba de publicar Libros del K. O., donde María Angulo adelanta el fragmento de Alba Muñoz, he vuelto a leer el perfil que mi querida Leila Guerriero le dedicó a Nicanor Parra (Buscando a Nicanor). Ya lo había leído en El País, cuando salió, y me dejó queriendo saber más de Parra, me dieron ganas de coger el primer barco hasta Las Cruces, de viajar por primera vez a Chile, como hice con Henry Roth: que en cuanto acabé Llámalo sueño le llamé a Alburquerque y le pregunté si podía ir a verle, y me dijo que sí. Tal vez tendría que devorar los dos tomazos de las Obras completas que preparó Ignacio Echevarría e ir a verle a Chile, tras pedirle permiso. Pero lo voy a volver a leer, Buscando a Nicanor, en el hermoso volumen que la Universidad Diego Portales (sí, también de Chile) ha editado de los perfiles de Leila Guerriero, que son ventanas íntimas, poderosas, concienzudas, escuchadas, a la conciencia y a la vida de un gran puñado de hombres y mujeres a los que merece la pena, sobre todo, prestar atención. De ahí, de ese perfil, en el que Nicanor Parra me deja con ganas de ir a un restaurante a almorzar con él, y luego volver a su casa, a seguir escuchando, rescato este poema:

 

El hombre imaginario

vive en una mansión imaginaria

rodeado de árboles imaginarios

a la orilla de un río imaginario

De los muros que son imaginarios

penden antiguos cuadros imaginarios

irreparables grietas imaginarias

que representan hechos imaginarios

ocurridos en mundos imaginarios

en lugares y tiempos imaginarios.

 

 

Fue el domindo por la tarde, una de esas tardes de Madrid en las que el verano se anuncia en los alféizares y las terrazas, en la ropa tendida que la brisa convierte en flota, con nubes que se desplazan con la conciencia ligera propia de las nubes, que nos observan y nos ignoran, afanándonos, celebrando copas de fútbol y otras amenidades, votando, bebiendo agua y ajenjo, besándonos, asesinándonos, adormeciéndonos en la vida y en los parques.

 

Llegué con tiempo. Todavía estaban abiertos los colegios electorales. Me demoré por las calles aledañas. Así descubrí la casa en una perpendicular a la calle donde está Réplika Teatro. Hice una foto, y la subí a Instagram con este pie: «Buscando rastros de Wislawa Szymborska y Nicanor Parra por doquier». En el metro me había cruzado con gente disfrazada de blanco que iba al estadio a seguir celebrando un al parecer prodigioso triunfo en Lisboa. Llegué con tiempo, y me fui a un parque a leer.

 

El teatro estaba lleno. Era la última representación de Instante, un recital inspirado en un puñado de poemas de Wislawa Szymborska. Con camisas, camisetas o vestidos negros, los seis actores empezaron mirándonos a los ojos, enfrentándose al público, acaso buscando algo en nosotros, en nuestra conciencia, en nuestros ojos, en las nubes que traíamos prendidas en la retina, sin saberlo. O tal vez alguna voz, un vagabundo dormido junto a un quiosco bandonado. La cola de un pavo real barriendo la piel del domingo.

 

Hace tiempo que experimento la sensación en algunos teatros de Madrid de que algo nos está pasando. Todavía no sé darle forma estética ni política. Creo que es una ética, y que como debería ser también una estética y una política. Teatros que suspenden el curso del tiempo. Teatros que impugnan la velocidad del mundo. Teatros que suspenden la actividad de los móviles, la furia de internet, la degradación general de las palabras y del relato del mundo.

 

Por eso no podía perderme una tarde con Wislawa, un instante con Wislawa. Cuando John Berger fue a visitarla a su casa de Cracovia no se atrevió a llamar a la puerta, y le dejó un ramo de rosas en el umbral. Creo que hubiera hecho lo mismo. Yo que había deseado tanto conocerla, sentarme a la mesa de su cocina, a compartir un café una tarde de lluvia en Polonia. Y bajó la luz, y empezaron las palabras a romper la costra de hielo que cubre nuestro cerebro, empezando por el Yeti, poque Wislawa Szymborska no necesitó ir al Tíbet ni a Nepal ni a ningún sitio para decirnos exactamente lo que necesitábamos oír, y esto fue lo que dijeron el domingo en un teatro de Madrid. El poema se titula De una expedición no realizada a los Himalayas, y reza así:

 

Así, pues, esto es el Himalaya.
Montañas corriendo hacia la luna.
El instante del despegue detenido
en un cielo rasgado.
Un desierto de nubes lleno de agujeros.
Un golpe en la nada.
El eco: un mudo blanco.
Silencio.

Yeti, abajo es miércoles, 
hay abecedario y pan,
dos y dos son cuatro,
y la nieve se funde.
Hay una manzana roja
partida en cuatro.

Yeti, entre nosotros
no sólo existe el crimen.
Yeti, no todas las palabras 
condenan a muerte.

Heredamos la esperanza,
regalo del olvido.
Verás cómo entre ruinas
damos a luz niños.

Yeti, tenemos a Shakespeare.
Yeti, tocamos el violín.
Yeti, al anochecer
prendemos la luz.

Aquí, ni luna ni tierra, 
y se congelan las lágrimas.
¡Oh, Yeti, casi hombre de la luna,
piénsalo y vuelve!

Así dije, a gritos, al Yeti
entre las cuatro paredes de avalanchas,
y para entrar en calor pateaba
en la nieve,
en la eterna.

 

 

 

(Ah, los intérpretes, dirigidos por Mikolaj Bielski, que también se había encargado de seleccionar los poemas, eran Raúl Chacón, Juan Erro, Daniel Ghersi, Beatriz Grimaldos, Manuel Tiedra y Rebeca Vecino. Pero en ningún caso convendría olvidar a Vilma Judengloben, al piano, que hizo que los poemas se nos metieran entre los ojos y los oídos como plata fundida, pero que no quemaba. Al contrario).

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