Bochorno

Osama asesinado y el Barça en Wembley. Casi al mismo tiempo se ponían fin a dos superproducciones en las que el bien ha luchado contra el mal, en la que los malos se han vuelto buenos y los buenos indignos, en la que la vida del planeta ha mirado la pantalla y sigue dudando del resultado.

Sin comparaciones posibles no es lo mismo Al Qaeda, tras Osama, que el Real Madrid después de la serie. Pero en el fondo se parecen en la cuestión del liderazgo. Quizás sea hora de mirar a los fundamentos y debatir a puerta cerrada si merece la pena seguir por el sendero luminoso o volverse todavía más fundamentalistas. Viendo las declaraciones del estamentop madridista ayer noche es muy probable que esa vena irracional se apodere un tiempo de Chamartín y la guerra santa esté un tiempo presidida por esos cristianos blandengues que se quejan como bebes.

Ha sido hasta cierto punto vomitiva todo esta entrega de clásicos. Lo mejor que pudo ocurrir para bien del fútbol, de nuevo amenzado por sus demonios tutelares, es que Mourinho viera el partido en el hotel y puede ser que será lo mejor que pase a partir de ahora, que se vaya a entrenar a Pakistán o que vuelva a ver las jugadas desde el hotel. Pero, ya digo, todo el estamento blanco se ha conjurado para decir que se sienten estafados, que su enemigo no fue el Barca sino los árbritros, que les daría verguenza ese trofeo que, pese a todo el juramento, está todavía por conquistar.

Ayer, al fin se vieron, fogonazos de unos jugadores que saben jugar al futbol, pero es una pena, una gran pena que todo esta confrontación  se haya saldado que más ruido de sables que historias y recuerdos deportivos, lo que parece alumbrar de nuevo una época que parecía definitivamente enterrada para el fútbol español. 

El empacho de la intoxicación ha llegado hasta tal punto que el Real Madrid no reconoce su derrota, lo que hace pensar en la estrategia de un preparador que quedó en evidencia aquella noche del 5-0 y nunca ha sabido curarse de su enfermiza obsesión por el enemigo, hasta el punto de llevarse consigo a toda una institución gobernada por el capricho de un presidente que también secunda el teatro de operaciones del técnico portugués.

Anoche hubo un empate. No fue un robo. Pero alguien se empeña en que ese partido nunca debió jugarse. Wembley dictará sentencia. Los dioses suelen ser caprichosos y ahora es el Barça quién está en el punto de mira. Quizás porque parte de los fundamentalistas están hartos de ver cómo la Virgen siempre se acaba apareciendo a los pastorcillos.

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