La cocina de Don Pedro, 7 se convirtió en un improvisado estudio fotográfico. La luz de poniente que entraba por la ventana, y el fondo continuo de azulejos blancos lo convertía en un espacio neutro idóneo para los retratos. Incluso de noche, bajo la luz fría del tubo fluorescente, se conseguían en aquella cocina unas fotografías tan sugerentes como extrañas.
Bodegones inorgánicos, les dio por llamarlos al fotógrafo irredento de aquella buhardilla ventilada.
De día, un plátano maduro y una lupa larga de lectura formaban un aspa; de noche, la hoja de una faquilla y una barra de pegamento entre sí se crucificaban.
La fotografía le resultaba un desahogo, tras largas horas de escritura; como salir al campo cuando los pájaros remontan el vuelo. Por el contrario, en el interior de su ruidosa máquina de escribir habitaba un hormiguero mecánico, contra el que tenía que luchar a diario, para obtener las palabras necesarias.
Fotos: Vizcaíno