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Bofetada

Sestear absorto y pálido   el blog de Jose de Montfort

 

 

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Escribe Michi Panero que es mejor no entender nada; que quizá sea mejor la destrucción, el fuego. Lo deja dicho en “Bofetada”, un breve texto de 2004 que pertenece a Funerales vikingos (Bartleby, 2017).

Pero no.

 

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“La vida está punzante entre el alma y la música”, escribe Didier Andrés Castro en Breve tratado sobre el fracaso.

Y habla sobre las decisiones, las huidas, cambiar de lugar. Pero también de escritores a los que sus esposas ayudan, comprenden; secundan.

Didier, sin pretenderlo, habla de la fe.

La fe por querer comprender las cosas.

 

*

Lo mismo y (la) nada.

 

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También habla de la soledad y de las palabras, Didier. Del tesoro de las palabras y la ausencia de lo demás. De la fortaleza de la soledad.

Hoy pensé mucho en eso.

Y en unos versos de Luz Rodriguez, de “Contra el invierno”, donde dice “aún sigues sublimando lo postrero, / lo que lento acaba o ni termina / como si el fin nunca se saciara de sí mismo / como si siempre se estuviera muriendo  […] como tú / por no dejar de ser su luz / soledad doblemente encarecida”.

 

*

 

Así que volvemos a la bofetada del fuego. A su prístina necesidad.

Para terminar lo que no termina, para no comprender definitivamente lo que no se comprende.

 

*

 

Pero no.

Hay unos versos de José Emilio Pacheco que esto lo definen muy bien: “Dios que estás en el No / bendice esta Nada / de la que vengo y a la que regreso”.

Y aun estos otros:

“Digo instante / y en la primera sílaba el instante / se hunde en el no volver”.

 

*

 

En definitiva que la verdadera bofetada no es el no comprender sino el comprender que hay algo razonable en lo irracional de algunas cosas, de algunas costumbres, de algunos actos, de algunas personas.

Lo dice así Nicolás de Cusa: que  la mente solo intuye la verdad en una cierta necesidad determinada que posee cada cosa y que cuando trata de aprehender la verdad precisa de todo no se sacia.

Y esto es importante porque, de aceptar la simplicidad de la mente, aceptamos que podemos asimilarnos a todas las cosas. Y comprenderlas (en su incomprensión). Esa es la verdadera bofetada: asimilarnos a la irracionalidad, comprender lo incomprensible.

Esa generosidad, tío.

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