Home Acordeón Brasil 2014. La FIFA gana por goleada

Brasil 2014. La FIFA gana por goleada

 

Cuando se inventaron los límites de los países de la región, cada uno armó su propio combo de simbologías nacionalistas. Un héroe libertador (siempre por vía de las armas nunca de la negociación), una bandera, un himno y muchos óleos dieron consistencia fáctica a la ficción. En Brasil, tal como hoy lo conocemos, eso no ocurrió. No hubo grandes batallas, ni libertadores idolatrados. La princesa Isabel, regente del imperio de Brasil, se exilió cuando los militares tomaron el poder, poco después de que se firmara la ley Áurea que abolió la esclavitud en 1888. La nación, dirigida por patricios y grandes latifundistas, se vio huérfana durante décadas de aquel imprescindible relato histórico. Con la autoestima por los suelos, como lo recogió en sus crónicas el periodista Nelson Rodríguez, Brasil tuvo que esperar hasta el año 1958 para que por fin emergiera el héroe que tanto anhelaban: el fútbol. Tras el fracaso del Maracaná de 1950, el triunfo del mundial de Suecia fue definitivamente lo que dio sentido al gentilicio brasileño. Pero se dio la paradoja de que los principales protagonistas de la gran batalla, entre ellos Didí, apodado Príncipe Etíope, y el novel Pelé, el Rey, eran negros. Formaban parte de los millones de nietos de esclavos, pobres y analfabetos. No obstante, aquella victoria fue ovacionada en todo el país y de ahí en adelante el fútbol capitaneado por héroes negros sería fuente de emoción y el fervor nacionalista oxigenaría a una sociedad en la que el racismo es reconocido por la mayoría.

 

 

Que comience la fiesta

 

Todos estaban preparados para la foto. La encabeza el ex presidente Ignacio Lula da Silva y el ex jugador de fútbol, hoy diputado, Romario de Souza. La imagen de aquellos hombres junto al presidente de la FIFA (Federación Internacional de Fútbol Asociación), Joseph Blatter, y la destellante copa dorada, recorrería el mundo en 2007, cuando Brasil fue designado sede del Mundial 2014. Se construirían o reacondicionarían 12 estadios en 12 ciudades diferentes. Los brasileños celebraron la noticia con algarabía; la pobreza se reducía progresivamente y el presidente Lula gozaba de una amplia popularidad. El gobierno aseguró –como lo repite Romario una y mil veces– que la inversión en los estadios sería privada y que las obras del mundial (medios de transporte, infraestructuras, aeropuertos y puertos), acabarían siendo un legado para el país. La FIFA puso sobre la mesa sus exigencias. Tanto la asociación como sus patrocinadores, entre los que se encuentran McDonald’s y Coca-Cola, no pagarían impuestos durante 12 meses. Así lo estipula la llamada ley FIFA, firmada por la presidenta de Brasil, Dilma Rousseff. En resumidas cuentas, la FIFA espera recaudar la cifra récord de 3.500 millones de dólares tras las frustradas expectativas puestas en el mundial de Suráfrica de 2010. Por su parte, Romario, diputado por el Partido Socialista Brasileño y ex aliado de Lula, se convirtió en una de las voces más críticas cuando comenzaron a conocerse los millones de reales brasileños que saldrían del BNDES (Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social) que acabaron financiado el 98 por ciento de los gastos del mundial. Además de denunciar la corrupción política interna, tildó de “ladrón, mafioso e hijo de puta” a Blatter.

 

 

El juego sucio

 

Las acusaciones de Romario fueron respaldadas por el ex reportero de la BBC Andrew Jenning, quien investiga desde hace veinte años las borrascosas formas de lucro de la FIFA y presentó Un juego cada vez más sucio. Pese a las presiones recibidas por su enemigo número uno, la FIFA, Jenning consiguió que su libro fuera publicado. En él desvela un complejo entramado de negocios ilegales que envuelve a ex dirigentes del fútbol brasileño, como Ricardo Teixeira y João Havelange, pasando por el presidente Blatter y el secretario general de la FIFA, Jérôme Vlacke. En una entrevista concedida al portal Agencia Pública el periodista británico advierte sin circunloquios: “la FIFA les está robando”, y hace hincapié en el negocio de la venta de entradas a los partidos y alquileres de habitaciones en hoteles así como en los lujosos gabinetes VIP construidos en los estadios (pagados por el BNDES) donde la FIFA reúne a lo más selecto del mundo de los negocios a precios astronómicos. Sin dejar de lado, claro, las ganancias obtenidas por la venta de derechos de transmisión. En total, el Estado brasileño pagará 10.900 millones de dólares, según los últimos datos disponibles, por este campeonato de carácter privado, mientras los negocios de la FIFA y sus patrocinadores estarán exentos de impuestos. El país recibirá a alrededor de 600.000 extranjeros y la gran incógnita es cuánto quedará de todo lo derramado por las arcas estatales. Por lo pronto ya se sabe que muchos de los estadios se convertirán en elefantes blancos, como los llaman aquí, porque fueron construidos en ciudades donde la afición al fútbol es menor, como Brasilia y Manaos. Cuando las cifras cobraron notoriedad, el pueblo brasileño se volcó en las calles para protestar contra el mundial y exigir mejoras en la atención sanitaria, la educación y el transporte público. Esta indignación popular se agudizó cuando los dirigentes de la FIFA, en sus visitas protocolarias, alzaron la voz contra los contratiempos y problemas logísticos relacionados con el mundial y exigieron más eficiencia al gobierno. Los retrasos y los ajustes de última hora, como en cualquier casa en construcción, dispararon los gastos. El gobierno reverencia a la FIFA (Battler es tratado como un jefe de Estado), denuncia Jenning, aunque inaugurara hoy el evento con el Arena Corinthians, en São Paulo, sin culminar las obras, como ocurrirá con algunos aeropuertos, por ejemplo el de Río de Janeiro. El delicado estado de ánimo de los cariocas con relación al mundial explica la ausencia de carteles luminosos, piezas artísticas alegóricas a Brasil 2014 o hasta la propia canción del mundial que por aquí ni siquiera se conoce. En este sentido, las autoridades locales no han pecado de exhibicionistas. En otro sentido, el de la ostentación policial y militar, no han titubeado en marcar la cancha.

 

 

Tarjeta amarilla

 

Días atrás las autoridades anunciaron que en total serán 20.000 los agentes de seguridad que  vigilarán diariamente las calles de Río de Janeiro, ciudad que será receptora de 400.000 visitantes. La mayoría de ellos se concentrará en la zona sur, turística por excelencia. Antes de conocerse esta noticia, Amnistía Internacional Brasil (AI) lanzaba la campaña global Sácale la tarjeta amarilla al gobierno, para que no se repitan los abusos y daños provocados en las masivas manifestaciones de 2013. Esa corriente ciudadana fue la más importante de la historia reciente de Brasil y mostró, como lo corrobora Renata Renán, asesora en Derechos Humanos de AI, la inexperiencia de la policía militar de Brasil. Como su nombre indica, la policía aquí recibe un entrenamiento militar desde tiempos del imperio y frente a las protestas pacíficas de millones de personas reaccionó utilizando desproporcionadamente la fuerza y el uso de armas menos letales. En junio de 2013 un fotógrafo paulista fue alcanzado por una bala de goma y perdió un ojo y otros ciudadanos fueron objetivo de las mismas balas, provocándoles graves secuelas. “Lanzaron gases lacrimógenos en lugares cerrados como el metro, bares y hasta hospitales”, relata Renán. Explica que decidieron poner en marcha esta campaña para que la policía “asegure el derecho humano a la libertad de expresión y de manifestación pacífica y no los viole”. Asimismo, Renata Renán asegura que ningún policía militar ha sido investigado ni juzgado por los abusos cometidos. “Tanto si por parte de la policía militar como de grupos violentos se cometen delitos, éstos tienen que ser debidamente juzgados. Nosotros estamos en contra de la violencia, siempre vamos a defender el derecho a la manifestación pacífica de los ciudadanos”.  En Brasil, según mostraba un informe reciente de AI, ocho de cada diez personas manifiestan sentir temor de ser torturado por la policía militar. Por eso desde AI consideran que debe existir un debate sobre la desmilitarización de la policía, y la relación entre los ciudadanos y quienes supuestamente deben velar por su bienestar. Sin embargo, en los últimos días ha habido declaraciones contradictorias del secretario de la Presidencia, Gilberto Carvalho, y el ministro de Justicia, José Cardozo. Mientras el primero sostenía que ya existen leyes punitivas relacionadas con posibles abusos en las manifestaciones, el ministro de Justicia aseguraba que había tiempo de aprobar un proyecto de ley que podría restringir o controlar el derecho a manifestarse.

 

 

En medio del camino

 

En el primer trimestre de este año, la cifra de homicidios cometidos en Río de Janeiro fue de 1.459 personas, casi la misma cifra de 2008, cuando se pusieron en marcha las Unidades de la Policía Pacificadora. Desde entonces la cifra de muertes violentas había caído de forma sistemática. Consultada sobre la causa de este incremento, Raquel Willadino, integrante del Observatorio de Favelas en Maré (un complejo de 16 comunidades situadas al norte de Río), responde que en los últimos meses se ha registrado un cambio en la relación entre los habitantes de las favelas y las unidades pacificadoras, aumentando el distanciamiento y la confrontación. Maré, con cerca de 130.000 habitantes, se encuentra en un punto estratégico entre el aeropuerto internacional de Río y la ciudad. Por ella pasa la Avenida Brasil, considerada una de las principales vías de circulación de la capital carioca. Por lo tanto, siguiendo el razonamiento de Willadino, la combinación de estos dos factores, aumento de la violencia y ubicación estratégica, derivó en la ocupación de Maré por cerca de 2.000 efectivos de las Fuerzas Armadas tras un decreto firmado por Rousseff. Esta ocupación tiene carácter excepcional y estará vigente hasta finales de julio, una vez finalizado el mundial de fútbol. “La presencia de las fuerzas armadas es muy significativa, son hombres entrenados para la guerra. Hay que romper con esa lógica”, indica Walladino. Tras el evento, los tanques y efectivos militares serán sustituidos por Unidades de Policía Pacificadora. Las distintas comunidades junto con las organizaciones que trabajan en esta zona, como el propio Observatorio o la ong Redes de Maré, esperan dar una respuesta propositiva y no reactiva. Elaboran para ello una agenda en la que el ciudadano participe en la consecución del derecho a vivir sin violencia y exista una auditoría que involucre a los diferentes agentes sociales y policiales para romper con la confrontación. De hecho, la violencia generada por las diferentes facciones armadas vinculadas al narcotráfico y de milicias parapoliciales, más todos los estereotipos que pesan sobre el habitante de una favela, ha hecho que el derecho a la seguridad no sea percibido como tal por los vecinos de Maré. Remarca Walladino que un joven negro de la periferia o de las favelas “tiene cuatro veces más posibilidades de morir violentamente que uno blanco”. Y agrega: “La población es vista como parte del problema y no de la solución. Eso tiene que cambiar. Sólo trabajando de forma articulada se podrá encontrar salidas a la violencia”.

 

 

Tiempos revueltos

 

En abril de 2014 se cumplieron 50 años del golpe militar en Brasil. Hasta ahora no se conocen las cifras de torturados, muertos, desaparecidos o perseguidos durante el régimen militar y no ha habido juicio alguno a los responsables de esos delitos. Por otro lado, en todo el país han comenzado las protestas y huelgas de profesores, policías, conductores de transporte público, entre otros sectores sociales que anuncian movilizaciones durante el mundial de fútbol. Luego vendrá una intensa campaña electoral en la que Dilma Rousseff buscará la reelección en octubre. Entretanto, los comentaristas deportivos acompañan las quejas del Comité Olímpico Internacional, a propósito del ritmo de las obras que albergarán las competiciones internacionales en Río 2016. El veterano Jenning dice que están dadas las condiciones para que organicemos un mundial de fútbol prescindiendo de la FIFA. Si su idea prosperase, tenemos la certeza de que estadios no faltarán y la devoción por el fútbol seguirá intacta. El resto, lo veremos a partir de hoy. 

 

 

 

 

Gabriel Díaz es periodista uruguayo/español. Desde que tenía 20 años escribe crónicas personales y publica reportajes vinculados, la mayor parte de ellos, a la capacidad de los seres humanos de sobreponerse a dictaduras, guerras o genocidios. A los 21 años viajó a Bosnia, después a Sierra Leona, Ruanda, Israel, Palestina, Guatemala y Colombia, entre otros países. Actualmente sigue de cerca los claroscuros de la llamada pacificación de las favelas, en Río de Janeiro. En FronteraD ha publicado La pesada mochila de Bachelet. El precio de la educación en Chile

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