A veces pienso que estoy obsesionado con Brasil. Quizá sea eso… pero lo cierto es que empiezo a sentir al Gobierno de Brasil como un enemigo o, como mínimo, como una amenaza para todos sus vecinos. La actitud imperial de Brasil (subimperial, que dirían los académicos) es notable. Brasilia utiliza a Bolivia, Paraguay o Perú como socios necesarios para conseguir gas o salida al Pacífico; maneja con mano derecha los empujones de izquierda de Venezuela; tensa y afloja la cuerda con Argentina con habilidad para dejar claro quién pesa más entre los grandes del Sur; ha logrado que Mercosur domine a Unasur; y critica fuera de sus fronteras lo que hace dentro.
El doble discurso que llegó a perfeccionarse con el magnético Lula, el único sindicalista amado por todos los empresarios del planeta, ahora llega a límites inimaginables con Dilma Rousseff. La presidenta y desmemoriada ex guerrillera se plantó esta semana ante los miles de participantes en el Foro Social Temático de Porto Alegre para decir que está con ellos y que, en junio, cuando se celebre la de antemano fracasada reunión de Río +20, «lo que estará en debate es un modelo de desarrollo que articule crecimiento y generación de empleo, combate a la pobreza y reducción de las desigualdades, (…) uso sustentable y preservación de los recursos naturales». ¡Qué descaro!
Nadie diría que Brasil ha forzado a la OEA a reducir a la mínima expresión a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos porque que le recordaran que se está saltando todos los protocolos de la decencia en el proyecto de megarrepresa de Belo Monte, en la Amazonia. Tampoco, que VALE, la empresa estatal de minería y segunda del mundo en su campo, ha sido votada como por los internautas en el Public Eye Prize. Sería impensable que la presidenta del «desarrollo sostenible» sea la misma que apoya y empuja la realización de la Copa del Mundo de Fútbol de 2014, que va a suponer el desplazamiento forzado de 170.000 brasileños de sus barrios y la creación de un estado de excepción legal durante unas semanas en las que la FIFA será más decisiva que los tribunales (tal y como han ).
Igual yo soy el que le he agarrado manía al proyecto brasileño.. Quizá sea eso. Pero, el otro dia, traduciendo una entrevista interesantísima a la antropóloga argentino-brasileña Rita Segato, entendí que ni Lula ni Dilma son americanistas ni comparten el sueño panamericano de Bolívar: son nacionalistas que quieren el todo para la mayor gloria de Brasil, o melhor pais do mundo!