La historia comienza, quizás antes de lo previsto, con los versos de los seres invisibles, considerados en esta versión los primeros poetas. La segunda voz la cantaron los hombres y mujeres, que vivían vueltos hacia la tierra. Más tarde, de pie sobre ella, al menos durante un tiempo, todos se sintieron más holgados.
El canto había comenzado. Los versos de los seres invisibles preguntaban y las canciones de los hombres respondían. Como se deduce de las extensas versiones escritas actualmente o de los recuerdos, los seres invisibles hicieron muchas preguntas, al principio muy concretas, después más abstractas y finalmente inconsistentes, respondidas estas últimas con una media de treinta páginas, que contadas en el sistema actual equivaldrían a unos treinta tomos. Data de esta época la obra invisible que afirma que cantamos demasiado. A pesar de que nunca llegó a escribirse, ha sido censurada en repetidas ocasiones.
El espacio se agotaba debido al exceso de respuestas, materializadas en muros alzados, muros caídos y sacos con diferente contenido apilados sobre los muros alzados y cambiados constantemente de sitio con el fin de aprender las preposiciones (sobre el muro, cabe el muro, bajo el muro,…) nueva adquisición de urgente necesidad. Se propusieron distintas iniciativas para aumentar el espacio disponible. Como la idea de cantar sólo una vez al día se consideró muy radical, se pensó en contestar a una de las preguntas formuladas e ignorar la siguiente, una de dos, lo que dio lugar a la estadística y a una serie de desequilibrios artísticos, como ese tipo de desvíos trazados desde el camino principal y que van a desembocar al barranco más cercano. Esta medida no pudo detener el proliferante crecimiento de los muros, que separaron los versos de los hombres hasta que se rompieron los acuerdos.
Desde entonces, los que siempre cantaron en rebaño, cantarían en oveja; en oveja propia, no común. Inesperadamente, esto recuperó bastantes metros cúbicos. Los hombres comenzaron entonces a entablar conversaciones entre ellos mientras los seres invisibles, que abandonaron sus preguntas, sólo podían cantar de asombro. Las conversaciones eran de varios tipos: discusiones, confesiones, telecomunicaciones, alámbricas, inalámbricas, por correo, secretas, a dos, a tres, a muchísimos… Cuando cesaban, siempre momentáneamente para coger aire, los seres invisibles, que tenían muchas respuestas pendientes, cantaban sin parar. Sus preguntas volverían a ser sustituidas por los cantos de asombro cuando se percataran de que los hombres ya no entendían sus versos sino como ausencia de sonido. Poco después, los escritos en todas las lenguas corrían de un lado a otro seguidos de cerca por los lectores, mientras el oficio de escuchar caía en el olvido. Esta carrera nos ha ido llevando a muchos puntos finales y son bien conocidas las dificultades para seguir contando con las letras mayúsculas.
Por si acaso les interesa, sepan que es cuestión de tiempo que se retome la conversación más antigua de todas. Tengo entendido que los seres invisibles, aparentemente silenciosos, han comenzado a observar a ciertos individuos que pasan las tardes sentados en las escaleras, sin mostrar interés por las conversaciones de los hombres. Suben, se deslizan sobre el pasamanos y se sientan con ellos invisiblemente hasta que el viento los recoge al ponerse el sol.