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Breve historia de nuestra desgracia pública

 

Lo nuestro es una historia de negros, igual que la de Haití. A propósito de este país, el primero de América en levantar la cabeza contra los esclavistas que medraban a su antojo, ¿alguien se ha dado cuenta de que es un país del que se lee en público las donaciones mandadas o prometidas, pero que nunca sale de la miseria? Es como si estuviera ya escrito que permaneciera en el mismo estado 250 años después. O más.

 

Lo de Guinea Ecuatorial no tiene mejor cara. La historia empezó con la colonización, pero la prehistoria de la misma tiene como casos notables el hecho de que el tribunal mixto de la represión de la esclavitud creyó que Fernando Poo era un asentamiento importante para controlar la trata negrera. Ya cuando los que saben leer abrieron los ojos, no encontraron testimonios sociales de cuando los negreros llenaban sus barcos de gente de nuestra tierra. Sí vimos los testimonios históricos, estas cuevas que hay enfrente del puerto viejo, y en las que amontonaban a los negros capturados a saber exactamente dónde. Los descendientes de aquella gente desgraciada son los que deambulan por el Bronx, o cantan sus tristes plegarias en las iglesias de Harlem.

 

De la colonización salió Masié, un señor que vio, por la edad que tenía, cómo los negros portaban a los jefes blancos en andas, y por el hombro, como si los comandantes coloniales no pudieran andar. Claro, nunca hubo ganadería de montura en toda la selva guineana y los colonos no sabían domesticar elefantes, que sí había, y a los que contribuyeron a exterminar. Por la edad que tenía, también tuvo que conocer eso del Patronato de Indígenas, una institución creada para que a los negros, los que iban a ser los futuros guineanos, se le diera un trato según su especial condición, y que no esperaran más, que no les tocaba.

 

O sea que Masié, quien más tarde fue auxiliar de tribunales para negros, los mismos, debió saber que de sus futuros súbditos sólo se debía esperar asuntos domésticos, asuntos de mera supervivencia: mi vecino me tomó la cabra, nos enfadamos, y mi hija se casó con un hijo suyo que no terminó de pagar la dote, etcétera, etcétera. Y la historia siguiente, la multa, un cerdo o veinte gomazos en el culo, o trabajos forzados por un mes en el levantamiento de caminos. Pues así.

 

Pero se descuidaron y toda África empezó a hablar de independencia, como muchísimos años antes hizo Haití, y los jefes del patronato de indígenas, el Patronato de Indígenas, se lo tomó a chunga. Tanto se durmieron que el asunto de la independencia de Guinea llegó a la mesa del general Franco, otro qué tal. Y la cedió directamente a Masié, o casi. Y fue así como este empezó a aplicar sus conocimientos. Después del primer susto por aquella responsabilidad, se puso a hacer lo mismo, a hablar en términos estrictamente domésticos: la cabra, casamiento, los primos, hasta que acabó en el pelotón de fusilamiento. Pero en medio de la historiase escapó al bosque, tras llenarse la boca de insultos contra el colonialismo, y tras haber esperado años que España hiciera el trabajo por él. (Obiang ha heredado parte de aquel mal sentimiento que tenía Masié contra España)

 

De ahí salió el actual general Obiang, otro qué tal que pasó por academias franquistas y que supo que los negros tenían que hablar de comida, de dote, y de las cabras. Y lo aplicó a rajatabla, recuperando, incluso, los mismos insultos de Masié. Y descubrimos, además, que eran parientes. O sea, el nepotismo que vieron practicar en tiempos de la colonia fue rescatado. (¿Se practicaba el nepotismo en la colonia, entre los colonos? Sí. Otra cosa hubiera sido dar ventaja a los negros)

 

En todo lo que hemos escrito no se ha citado la formación en valores ni la ciencia. Hasta ahora todos los que han pasado por el poder en Guinea creen que esto de avances científicos es cosa de los blancos. No vale la pena, pues, estudiar. De hecho, tanto Masié como Obiang colocaron en puestos altos a analfabetos integrales, y sin ningún miramiento. Además, quiso que todos hablaran en los mismos términos de comer, cabra, dote, y cosas de puertas para dentro. Y así hablan los opositores de hoy, de lo mismo. Van a la sede de PDGE, cogen el micrófono, y dicen que abandonan su partido porque se les mataba de hambre, literalmente. No dicen nada de falta de iniciativa, o de falta de fidelidad a la ideología, no.  Dicen que se cansaron de pasar hambre. O sea, Obiang, y también Masié, engañaron a todos, al extranjero incluido. ¡Construyeron el edificio del parlamento sin haber oposición en todo el país!

 

Opositores. Están en Guinea y en el extranjero, esperando que una catástrofe natural lleve a la muerte justa al general, y también a su mujer, mujeres, y todos los comandantes de su larga familia. Y en sus transacciones, hablan de lo que quiere Obiang. Le siguen el juego. Y si no le siguen el juego, están con la despensa segura de haberse sabido aprovechar el apoyo de los mismos que heredaron lo del Patronato.

 

¿Saben que circula por ahí que en países como España, Francia  o Estados Unidos no se sabe nada de Guinea, y por esto no hay ningún interés en la suerte de sus habitantes? Mentira, una mentira. En Francia, España y Estados Unidos hay muchísima gente que conoce Guinea mejor que los que nacieron y vivieron siempre en la capital, Malabo. No queremos hablar de unos jóvenes de ambos sexos que encontramos en la remota villa de Mbini en unos años en que ni en Malabo había electricidad. Vivían como “voluntarios” y hacían sus necesidades como los lugareños. Había otros de ellos en otras villas oscuras del país. Eran del Cuerpo de Paz de los Estados Unidos. ¿Qué hacían allí? Lo único que podemos decir es que está circulando a propósito la noticia de este desconocimiento para que nadie sepa de quién es la culpa de muchas cosas o que nadie descubra a los que ayudan a estos dirigentes que no quieren saber nada de la ciencia ni de la educación porque es lo que aprendieron de niños. Es decir, no nos digan ahora que la Fundación Sullivan, con la niña esa a la cabeza, no sabe nada de Guinea, y ella que no nació en Rebola, que digamos, o en Midjimitom.

 

En fin, ¿cómo terminará la historia? Como quieran los guineanos. A ellos les toca dejar de tener miedo a la ciencia y a la educación, y también dejar de pensar en la comida, en tener más que los demás hasta el extremo de esperar que otros los lleven al hombro, como ocurre ahora, pero sin que nadie hable de ello. De lo que se colige de esta historia es que no hay ningún héroe todavía, y no parece que haga falta si se abre la vida guineana a la luz de la razón, la ciencia y el progreso.

 

Barcelona, 18 de septiembre de 2012

 

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