Estas son las notas de una insomne desubicada. En Madrid hacía mucho calor, en Beirut aún es peor, a Frankfurt llegaba el otoño. Dice una voz en el avión que nuestro retraso de media hora se ha debido a un problema con los frenos ya solventado. Yo me pregunto como es posible que sepan que los frenos funcionan si estamos volando…Revuelvo en una bolsa pensando que canción quiero escuchar antes de morir. No, me tranquilizo. Si volarámos con los rumanos o los búlgaros ya estaría consultando el catálogo del dutyfree, pidiendo bolsas de ketamina, pero con los alemanes al mando Lufthansa bajará a la tierra hasta sin tren de aterrizaje.
Las salas de embarque con destino a los países árabes son inequívocas, repletas de hombres que te persiguen con la mirada en busca de contacto visual y una sonrisa. Panda de pesados. Una mujer se sienta a mi lado con un libro mientras creo padecer visiones. Cuando estoy a punto de abrazarla veo de reojo el título, por qué solo las putas se casan y yo no. Dan ganas de gritar por megafonía si hay alguien en la sala capaz de leer más de 3 párrafos sin sufrir un derrame cerebral.
Madres jovencísimas cargadas de niños, bien agarradas al brazo de un macho que no localizaría su clítoris ni con un GPS. Sigo con Tolstoi y su historia de un arrepentido putero que decide marcharse a Siberia tras la mujer a la que condujo a la perdición y que se mete a puta porque el protagonista le enseña el nardo cuando ella aún era demasiado pura y primaveral. A joderse con el conde…
Beirut comienza a aproximarse. Se nota realmente la emoción del público que no separa la vista de las ventanillas. La mayoría son emigrantes, aplauden cuando el avión se detiene junto al mar. Ver el mar, como se ve a un amigo, esa era la última frase de mi lista antes de partir.