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Brindo


 

 

Brindo por los abrazos al coronar, en Lestedo, el Pico Sacro y sus leyendas. Brindo por las palabras en gallego aprendidas devagariño en la Torre del Homenaje en Castro Caldelas y la ventana que asegura ser o recanto donde poderás recibir ás musas para compoñer cantigas como os antigos trobadores. Brindo por el empeño de Allariz en recordar os monumentos imperecedoiros e as pequenas accións humanas dun tempo que foi e que nos fai ser. Brindo por Leo, al que conocí entre catequesis adolescentes y acaba de aterrizar como misionero en Zimbabue, una de esas piezas del Océano África que narra Xavier Aldekoa. Brindo por Elena y sus primeros pasos. Brindo por el heladero de Porta Faxeira y su barquillo con yogurt griego y pistacho. Brindo por Santiago y le pido perdón porque comprendí que no es chegar e encher (es decir, no es «llegar y besar el santo». Tampoco abrazarlo), por este artesonado de estrellas y brumas al que llamé cárcel o cosas peores, por esta bóveda granítica que me perforaba hasta los higadillos. Descorchado, con un godello, ahora brindo, brindo, brindo.

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