Entrar en un supermercado supone sufrir un aluvión de ofertas irresistibles de alimentos que parecen ser la solución a todos nuestros problemas de salud. Leches (o “productos lácteos”) que bajan el colesterol, fortalecen los huesos o“refuerzan las defensas”, infusiones drenantes, relajantes y adelgazantes (este verano se lanzó una curiosa campaña de operación bikini a base de tés) e infinidad de yogures, galletas, mermeladas y todo tipo de productos supuestamente “saludables”.
Evidentemente, la nutrición es un pilar básico de la salud, sobre todo teniendo en cuenta que en la actualidad mueren en el mundo más de 2,6 millones de personas al año debido a la obesidad o el sobrepeso, según la Organización Mundial de la Salud, que estima que mil millones de personas tienen exceso de peso, pero que si no se toman medidas pueden ser 500 millones más en 2015.
Pero eso no implica que nos volvamos locos y nos dejemos llevar por la moda de buscar alegaciones saludables hasta debajo de las piedras, como el famoso “pan runner” o más recientemente, el brócoli con sabor a chicle que intentó lanzar una cadena de comida rápida para que los niños se aficionaran a las verduras.
Muchos de esos supuestos efectos beneficiosos no han sido demostrados científicamente, mientras que, por ejemplo, se ha comprobado en repetidas ocasiones que la dieta mediterránea es la mejor manera de mantener el peso y evitar la obesidad (y el riesgo cardiaco que conlleva). Lo que también se ha demostrado es que las personas que comen alimentos cocinados en casa se alimentan mejor y con menos grasas o azúcares que los que toman productos precocinados o salen fuera a almorzar o cenar.
Así que parece que la mejor receta es seguir el consejo de nuestros abuelos y recuperar la comida casera tradicional, pero adaptándola a los nuevos tiempos, y sin dejarnos influir demasiado por el márketing alimentario (porque en el ámbito de los productos “naturales” también hay un campo fértil para las alegaciones nutricionales). Como siempre, lo mejor es usar el sentido común y no obsesionarnos ni con ser los más sanos, ni los más naturales, sino los que se alimentan mejor.