Me he despertado esta mañana un tanto alterada, nerviosa diría yo. Nada nuevo si no fuera porque hoy es mi cumpleaños y se supone que debería sentirme como una niña con zapatos nuevos. Pero no, no lo estoy: tan solo estoy expectante y bastante inquieta. No sé porque cumplir años nos pone tan nerviosos, sobre todo a mí.
De hecho, de no haber sido por el teléfono que sonaba y sonaba hubiera continuado en brazos de Morfeo, remoloneando en la cama un rato más. Solo un ratito, lo justo para poner orden en mi cabeza, desentumecer mis pensamientos negativos y aceptar que ya está bien de mirar para otro lado ante cada año que pasa, que ya soy mayorcita para esconderme debajo de la manta como siempre hago, que es mi cumpleaños, coño y eso merece si no una celebración si por lo menos estar contenta y mucho.
Así que después de algún bostezo que otro, de acallar mi voz interior y de buscar las zapatillas a tientas, me he encaminado no sin cierto fastidio medio dormida aún, a contestar el teléfono. Y digo con cierto fastidio, porque justo en ese momento, en el momento del timbrazo, estaba soñando que Sergi López desplegando sus encantos, me hacía una proposición lo bastante indecente como para no pasar por alto. Un sueño confuso en el que me veía perdida por calles oscuras un tanto sórdidas que lejos de intimidarme me animaban a adentrarme cada vez más en lo desconocido. Una cama revuelta, una maleta abierta es lo último que recuerdo. Nada más.
Lo primero que he pensado antes de descolgar el auricular, es que una llamada a estas horas interrumpiendo mi escarceo onírico, justo en lo mejor, solo podía deberse a una emergencia o a algún madrugador deseoso de ser el primero en felicitarme. Pero no… Ni lo uno ni lo otro. Demasiado tarde para ambas cosas o quizá demasiado pronto: cuando he contestado no había nadie al otro lado de la línea solo un pitido. Ni siquiera un operador de Telefónica ofreciéndome una tarifa estrella, solo un maldito pitido.
En otras condiciones hubiera vuelto a la cama refunfuñando, pero no, hoy no. Aprovechando que ya estoy en pie, me he sentado ante el ordenador con un café humeante, y me he puesto a revisar el correo buscando no sé muy bien qué. Es una sensación rara la que tengo, por un lado me gustaría voltear la hoja del calendario y que ya fuera mañana. No me gusta ser la protagonista ni siquiera en este día, me siento extraña con tantas atenciones. Disfruto más en los cumpleaños de los demás que en el mío, pero por otro lado me apetecería celebrarlo por todo lo alto, con un montón de amigos, de llamadas y de regalos o simplemente contigo, sentados en algún café riéndonos porque si.
Y me apena porque sé que no será así. Me felicitará mi familia, algún amigo, algún conocido a través de Facebook, otros ni eso… Al final será un día como cualquier otro, ni mejor ni peor. Lo pasaré escribiendo, alguna comida especial, algún capricho que yo misma me daré: la lectura de ese libro que dejé a medias y poco más. Ni siquiera tú estarás conmigo en este día. Las celebraciones vendrán más tarde tampoco hay prisa.
Y aunque lo acepto de buen grado, en el fondo no deja de fastidiarme que tal vez lo más excitante que me vaya a suceder hoy no sea otra cosa que haber soñado que atravesaba calles tortuosas colgada del brazo de un Sergi López siempre dispuesto y esa cama revuelta a la que me gustaría volver.
Envuelta en estas reflexiones mañaneras el café se ha quedado helado, casi tanto como yo, que aún sigo en pijama. Antes de vestirme, trato de recomponerme y pensar que en el fondo soy una afortunada y una desagradecida por no contentarme con lo que tengo, que es mucho: más de lo que creo. Solo tengo que darme cuenta de cuánto he crecido este año como me dijo un amigo y sí, me sorprendo por lo mucho que ha sido. Bien es verdad que todavía me queda mucho que recorrer pero… piano piano, todo se andará, sí. Tal vez sea esta una buena ocasión para poner en práctica mis nuevos propósitos, esos que ni siquiera tendrán que esperar al año por venir, estos que me he propuesto seguir desde ya, en este recién estrenado día.
A punto de apagar el ordenador, se me escapa una sonrisa. No puedo evitarlo. Acabo de acordarme de aquel libro de Isabel Coixet “Alguien debería de prohibir los domingos por la tarde”. Seguro que también lo estáis pensando, no me digáis que no. A partir de cierta edad, alguien debería de prohibir también las comeduras de tarro, sobre todo si es el día de tu cumpleaños y más si este cae en un domingo tan raro como este.