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Bulgaria y el universo de David Lynch

 

Desde el primer momento, Bulgaria me pareció un lugar maravilloso y extraño. Diez años después, mi percepción no ha cambiado, me sigue resultando un país misterioso y en continuo suspense. Del mismo modo que hace tres décadas Twin Peaks comenzaba con la famosa frase promocional “¿Quién mató a Laura Palmer?”, considero que cualquier propuesta narrativa o visual acerca del país balcánico debería de intentar responder a una difícil cuestión por encima de todas, ¿qué es Bulgaria?

 

 

Debido a su situación geográfica, Bulgaria ha sido históricamente un importante lugar de tránsito comercial y cruce de culturas. Atesora una longeva, retorcida y azarosa historia, primero como Imperio, con su expansión y sus sueños de grandeza, y después como víctima, dominada durante siglos por dos Imperios – Bizantino y Otomano – y bajo el abrigo de la URSS durante gran parte de la segunda mitad del siglo XX.

 

 

A día de hoy, pasados más de treinta años desde la caída del telón de acero, Bulgaria es el país más pobre de la Unión Europea. Continúa dividido entre los que quieren olvidar el pasado y adherirse a la economía de mercado y las reglas de Occidente, y aquellos que se abrazan a la nostalgia de otra época y forma de entender la vida. Una sociedad en suspenso, regida por dudosos hombres de negocios, endémicamente desigual, con numerosas regiones despobladas y cada vez más inhóspitas.

 

 

En la ciudad, modernos locales y avenidas vivamente iluminadas se entremezclan con las chimeneas de las antiguas centrales químicas y térmicas y las angostas y lúgubres calles que aparentan calma.

 

 

En el entorno rural todo fluye a un ritmo más lento. Las tradiciones y los rituales se conservan y en determinados lugares aún custodian su presente.

 

 

La naturaleza, la niebla, los colores, la luz y otros muchos detalles dibujan escenas que traen a la memoria elementos del complicado universo cinematográfico de David Lynch. Carreteras que transportan a lugares remotos y distantes, naturaleza cándida y virgen pero también misteriosa, paisajes e imágenes que evocan viajes a otro tiempo, personajes estancados en algún punto de su historia…

 

 

Hace poco leí en un artículo de Svetoslav Todorov para el magazine digital Post Pravda en el que escribía que, en 1992, cuando la serie fue retransmitida por primera vez en la Bulgaria poscomunista, el país balcánico “se parecía un poco a Dougie Jones, uno de los personajes del actor Kyle MacLachan en la tercera temporada de Twin Peaks: desorientado y sin idea de lo que está pasando”. La serie creada por David Lynch y Mark Frost era la primera serie estadounidense no convencional ­­–comedia o telenovela –en un país enfrascado en una continua transición hacia la democracia. Además del interés que despertaba todo lo que llegara de Occidente –lo transgresor tres años antes–, ¿qué hizo encajar tan bien la serie con la audiencia búlgara? Anita Dimitrova, crítica de cine búlgara, tenía una respuesta: “en esa época todo parecía abstracto en Bulgaria”.

Son muchos los detalles en los que se intuye la conexión entre Bulgaria y esa narrativa de lo onírico y lo surrealista que caracteriza el trabajo de David Lynch. De cerca, ambos resultan igual de hipnóticos y excéntricos que los personajes del legendario cineasta. No es de extrañar que en algún momento sus caminos se cruzaran.

 

 

Y fue en 2007, año en que Bulgaria ingresaba en la Unión Europea y oficializaba su giro a Occidente, cuando David Lynch visitó Sofía durante un foro internacional de cine. Recibió el título de doctor honoris causa de la Academia Nacional de Cine y Arte Teatral. Él, por su parte, aprovechó su estancia para promocionar una fundación que había constituido dos años antes para ayudar a quienes quisieran iniciarse en la práctica de la meditación. Tremenda paradoja, un hombre que con su cine provoca desasosiego predicando la felicidad y la paz interior. Y, sin saberlo, hasta en esto David Lynch se encontraba en un país muy de su estilo, quizá uno de sus “tulpas”. Un país melancólico y hermético, pero también hermoso, tranquilo y enigmático.

 

 

Joe Manzanov es periodista y fotógrafo independiente. Ha vivido casi seis años en Bulgaria. Le gusta viajar, conocer, descubrir, la crónica periodística, la fotografía documental, la gastronomía y vivir en general.

 

 

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