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Mientras tantoBuscando a Si Khio

Buscando a Si Khio


Ahora debería tener 39 años, quizá 40. La estuve buscando entre los «camisas rojas» de Bangkok, en las imágenes que salían en la televisión durante los disturbios de hace unas semanas, pero luego caí en la cuenta de que a ella no le interesaba la política. Tampoco creo que le hubiera gustado mezclarse con manifestantes que se enfrentaban con la policía y lanzaban cohetes y tornillos y cócteles molotov. Incluso imaginé, no sé por qué, que sus ideas serían más bien conservadoras, porque ella soñaba con irse a vivir a América y ganar dinero y vivir bien (en eso no se diferenciaba de ninguno de sus compatriotas). Aun así, tuve tiempo de preguntarme cómo sería ahora: si habría engordado, si conservaría la misma figura, o si seguiría siendo igual de insolente e igual de entrometida. También me hubiera gustado saber si había encontrado un marido que la quisiera, o que al menos no la despreciase ni la tratase mal, y si había conseguido buscarse la vida con cierta dignidad. ¿Sería posible que hubiera llegado a ser feliz alguna vez? Eso desde luego que sonaba muy difícil.

 

En realidad yo sabía muy poco de su vida. Ni dónde había nacido, ni con quién había vivido, ni de dónde venía. Tampoco sabía cómo se había ganado la vida, aunque tenía algunas intuiciones bastante sombrías que quizá fuese mejor ignorar. Por no saber, ni siquiera sabía muy bien lo que buscaba. Sólo sabía unas pocas cosas de ella: que se llamaba Si Khio, una palabra que significa «verde» y que según me dijeron era un bonito nombre para una chica tailandesa, y que tenía quince años (o eso decía) y quería viajar hacia una ciudad que se llamaba Nong Khai, al norte de Tailandia, en la frontera con Laos. También sabía otras cosas: que repetía sin cesar la palabra «mister», que sabía colarse en los hoteles, que le gustaba meter las narices en las maletas que no eran suyas, que no tenía nada de miedo y que podía pasarse horas mirando cómo corría el agua oscura del río Mekong. Aparte de eso, yo no sabía nada más.

 

Si lo pienso bien, no creo que pudiera reconocerla aunque la tuviera delante. Nos vimos muy pocas veces, si es que puedo llegar a afirmar que estuvimos alguna vez frente a frente. Nos conocimos, sí, pero no sabría decír cuál fue con exactitud nuestra relación. Tampoco podría decir dónde llegué a conocerla. Podría decir que fue en Chiang Mai, en el norte de Tailandia, pero también podría haberla conocido en Bangkok, mucho más al sur, o en Nong Khai, al norte, esa ciudad a la que ella se empeñaba en viajar.

 

-Lléveme a Nong Khai, mister, por favor, lléveme a Nong Khai.

 

Nunca he estado en Nong Khai, pero de algún modo, gracias a Si Khio, conozco esa ciudad mucho mejor que otras ciudades en las que he pasado mucho tiempo. Creo que podría describir sus muelles, y su puesto de aduanas, y dos o tres chiringuitos donde vendían comida barata, y una gasolinera, y un templo, y cierto bar al que iban los soldados americanos de permiso en los tiempos de la guerra de Vietnam. También podría describir la terraza del hostal desde el que Si Khio miraba cómo pasaban las aguas del río Mekong. Sé que ahora hay un puente que cruza el río, pero no lo había cuando ella estaba allí, hace 25 años, así que su mirada se perdía sin obstáculos en el agua oscura del Mekong o en las lejanas montañas que se veían al otro lado. Por lo que sé, Si Khio se lo pasó bien en aquel hostal. Y si fue feliz alguna vez en su vida, quizá fue allí.

 

No tengo fotos, no guardo ningún objeto suyo, no tengo nada de nada, o sea que tengo que reconstruirlo todo con ayuda de la memoria, y quizá también con la ayuda de la imaginación, que al fin y al cabo no es más que una caprichosa variante de la memoria: una memoria distinta, una memoria imposible de verificar. El caso es que el rastro de Si Khio, lo poco que sé de ella, se perdió en Nong Khai. Alguien comentó que la habían matado a orillas del Mekong, justo en el momento en que pasaba una barcaza iluminada por un farol, pero quizá sólo sean maquinaciones de un escritor que no sabía cómo terminar su novela. Quizá las cosas (¡las cosas!) no fueran así. A lo mejor es posible que Si Khio esté viva, y ahora, a sus 39 años, o casi 40 ya, esté de nuevo en Chiang Mai, o en Bangkok, donde alguna vez vivió, si es cierto lo que ella contaba. Sólo que ahora podría ser dueña de un pequeño hotel, o de una tienda de antigüedades, o de un bar donde sirven los cócteles americanos –martinis y bullshots y manhattans- que a ella le gustaba probar a escondidas aunque en el fondo no le gustaban nada. O quién sabe, a lo mejor ha conseguido viajar hasta Estados Unidos, donde creo recordar que tenía un hermano, o un primo hermano, ya lo he olvidado. Pudiera ser.

 

Eso sí, me gustaría imaginármela paseando con un parasol, con hijos que ahora tendrían la edad que ella tenía entonces, vestida con un vestido blanco como los que le gustaba ponerse, y todavía soñando con irse a vivir a América, sólo que ahora sin ninguna urgencia y sin ninguna necesidad apremiante, sólo por el simple capricho de una mujer aburrida a la que la vida, en el fondo, no le había ido del todo mal. Eso, por supuesto, siempre que no fuera cierto que Si Khio había muerto en Nong Khai cuando sólo tenía quince años.

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