Bzura

Dentro de un río.

Visito los ríos e intento algo.

Así, cuando estoy aquí, lejos, recuerdo. Cierro los ojos y veo.

Inicié los viajes por los ríos en Italia. El Adige estaba cerca y vivía entre las vías del tren y el agua. Era el camino.

Po.

Puedo ver el Danubio por Bratislava y Budapest. El Miljacka por Sarajevo. En Móstar, desde un puente. Tisza y la metralleta de un soldado de Ucrania.

Bajar velozmente (con una tabla o una lancha, como si nos lanzáramos desde la montaña), tocar un salmón del Danubio, caminar junto al esturión beluga, soplar bajo el agua.

Me arrepiento de no haber ido con Sara al Drina de Višegrad. Me arrepiento de no haber ido al Danubio en la frontera entre Rumanía y Bulgaria.

No sé cómo están.

El Tajo y el Duero. El Guadiana y el Miño. El Tieté en São Paulo. El Bu Regreg por Salé. 

Sé más nombres de ríos que de árboles.

Apenas recuerdo las fechas de los cumpleaños.

En el río Bzura encontré un paraguas y una manzana.

El Vega corre cerca de mi casa, solo hay que ir. De niño navegaba hasta que nos hundíamos, queríamos llegar a Lisboa. Un día fui a buscar el nacimiento, porque la desembocadura estaba seca y desaparecía antes de llegar. Una vez salté de un lado a otro y se lo conté a mis amigos. Solo el día de la inundación (el día de la riada) fui con el Vega hasta el final y vi cómo se unía al Tajuña. Aquel día subí y no encontré el inicio, aunque lo he visto.

Ahora puedo verlo.

Podría dormir si escribo solo un poco más sobre los ríos, solo algo más, una última…

Sí, pero había algo más. Tal como hablaba, conjuraba algo, conjuraba algo que había ocurrido y conjuraba al mismo tiempo un futuro, y eso era ante todo y definitivamente lo que le daba una mirada. No había nada en tercer lugar. No hacía falta nada en tercer lugar. No, nada.

La gran caída, Peter H.

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