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Mientras tanto‘Cabaré Pierrot’, reviviendo el cabaré literario

‘Cabaré Pierrot’, reviviendo el cabaré literario


Cartel de Cabaré Pierrot
Cartel de Cabaré Pierrot

Convoca la Fundación Juan March a su ciclo de Melodrama. Esta vez recupera los cabarés literarios vieneses con dos obras. Ein Lichtstrahl, el mimodrama de Zelemsky, y el famoso Pierrot Lunaire de Schoenberg (usando la grafía del programa de mano).

Dos compositores que unen porque, por un lado, son cuñados. Y, por otro, la primera obra cuenta la historia del segundo, al que también le dejó su esposa para irse con su amante. Momento biográfico que los musicólogos e historiadores señalan con el cambio de este compositor hacia el atonalismo y el cantar susurrando (sprechgesang).

Sin embargo, desde la butaca la unión, musicalmente hablando, parece muy forzada ya que son dos composiciones que nada tienen que ver la una con la otra. A parte de que ambas se pudieran presentar en esos cabarets literarios, que se pretendían más cultos por incluir lecturas de poemas, composiciones musicales más complejas o exigentes que las canciones populares, y otros artefactos artísticos.

No quiere decir que estén exentas de interés para el espectador. Zelemsky es un compositor que, según las crónicas, tuvo poco éxito en vida, pero al que se está recuperando. Así que hay que agradecerle a la Fundación el que haya facilitado que se le escuche.

Un esfuerzo que se ha acompañado del rodaje de una película muda, contando la historia de un marido engañado, protagonizada por Pepe Viyuela ¿quién sino podría interpretar una película en blanco y negro con el glamour o el atractivo para el público de ese tipo de películas? Cualquiera que haya visto su espectáculo Encerrona, que aparece y desaparece del Teatro del Barrio como el Guadiana en Andalucía, lo entiende perfectamente.

Un actor, que como los otros dos que le acompañan, hay un momento que se corporeizan en escena. Donde con lo mínimo y con la mímica de película muda interpretan la trama. En la que la mujer lo niega todo, pero el marido lo descubre todo, incluido al amante recluido en un armario.

Es distinto con Pierrot Lunaire. Una obra que se ha oído recientemente en una producción del Teatro Real que se ha visto en el Teatro de la Abadía. Y que se ha oído más veces. Una obra difícil a pesar de la insistencia de programadores porque el aficionado y la aficionada a la ópera y/o música clásica la escuchen.

Esta versión, que se interpreta con la pequeña orquesta de cámara disfrazada y algo apayasada, es menos dura. Más melódica que otras que se han escuchado. Y permite a Sonia de Munck, la soprano que la interpreta, mostrar su versatilidad. Que puede hacer este tipo de canto y lo que le echen.

Pero con todo y con esto, el espectáculo se queda pequeño. No porque dure poco. Dura para lo que dan las obras elegidas. Sin embargo, le falta peso, una justificación más allá de los datos biográficos. Un recorrido entre la línea musical y la teatral que une a las dos composiciones.

Se dirá, usando una palabra muy frecuente en el arte en la actualidad, que es simplemente un contenedor musical. Y que los cabarets literarios de la época tampoco es que fueran muy coherentes. Y no se podrá discutir esta respuesta.

Tampoco se podrá discutir el que son composiciones muy cercanas en el tiempo y que, el paso de una a otra, son reflejo de los cambios artísticos y de pensamiento musical que se empezaban a producir a principios del siglo XX, que luego seguirían con las vanguardias y más allá.

Puede que este programa, como le corresponde a una institución como esta, esté alentado por el deseo de enseñar al público. De darle una formación, en el sentido de lo que muchas instituciones educativas siguen entendiendo como tal, es decir, en dar información, datos. Más concretamente la información que académicos y estudiosos, con el concurso de profesionales, han consensuado como adecuada y relevante. De ahí surgen, tal vez, los buenos programas de mano que acompañan a las convocatorias de esta casa.

En cualquier caso, en esta propuesta se echa en falta la vulgaridad de la que habla el director Javier Gomá, director de la fundación, en la entrevista que le acaban de hacer en El País Semanal. También, la ingenuidad que el mismo filósofo reivindica en dicha entrevista. Un acercamiento musicalmente más artístico y escénico. Algo que se hace más evidente por el equipo artístico que interviene en esta producción.

De tal manera que Ein Lichtstrah queda en un chiste, en una humorada en blanco y negro, que hay que evitar contar, pues no hay nada peor que te destripen la broma con una música que todavía no se ha desprendido del romanticismo del siglo XIX. Y Pierrot Lunaire mantiene esa oscuridad basada en la ininteligibilidad de la música y de los poemas que se cantan con la que se suele poner en escena. Más interesada en la calidad del sonido y el susurrado de la voz que en la calidad de lo expresado o contado. Que de ser cierto lo que cuentan los estudiosos contradice de todo punto lo que quería el compositor.

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