Leo que, según
un informe de la OCDE, la brecha entre ricos y pobres alcanzaba en
2008, cuando terminan los datos del estudio, su nivel más alto en
treinta años. Los datos no vienen sino a confirmar lo que el puro
sentido común, y estadísticas anteriores, vienen señalando desde hace
años: desde que se instaló en nuestra sociedad el ideario neoliberal, la
hegemonía de ese pensamiento único del libre mercado, allá por 1980, la
desigualdad ha aumentado en aquellas sociedades, como las europeas,
donde el capitalismo salvaje venía siendo contenido por esa corriente
que llamamos Estado de bienestar, y que, con unos servicios públicos de
calidad y una generosa asistencia social, garantizaba una mínima
integridad y dignidad a la vida de todos –o casi todos.
La
OCDE, que no se me antoja una institución sospechosa de marxismo
revolucionario, ha recomendado a los gobiernos que revisen su sistema
tributario para que los ricos paguen más y así mermar esa brecha, que en
Europa ha aumentado incluso en países como Dinamarca y Suecia, en los
que más se desarrolló ese ideal del Welfare State.
Sin
ánimo de marear con los números, algunas cifras: los ingresos del 10%
más rico de la población es nueve veces el promedio del 10% más pobre.
España, donde la diferencia de ingresos medios entre los más ricos y los
más pobres es de 11 veces a una, está mejor posicionada que países como
Reino Unido o Estados Unidos, pero es más desigual que Francia o
Alemania. En Brasil, la brecha alcanza la brutal cifra de 50 veces a
uno, inclusive después de la sostenida mejora de la desigualdad en la
década de los años 2000.
En
lo que tiene que ver con Europa, el dato más preocupante es en realidad
el que falta. En 2008, el año en que acaba la secuencia de datos,
comenzó la crisis financiera, que detonó en la crisis del euro, y que
está llevando a toda Europa, comenzando por los países periféricos, con
Grecia y Portugal a la cabeza, y con Italia y España siguiéndoles de
cerca, a radicales ‘recortes’ –indignante y provocador eufemismo-
que no harán sino aumentar brutalmente la desigualdad. La desigualdad
social que, se ha demostrado muchas veces a lo largo de la historia, es
la mayor fuente de violencia y desestabilización social.
Y
para los que todavía creen en la igualdad de oportunidades y la igualdad ante la ley,
les recuerdo esta noticia que lleva por sí sola a la indignación.
* Otra manera de contar la desigualdad, más contundente que los fríos datos de un informe, es este excelente cortometraje sobre El Empleo.