Los primeros que se atrevieron a usar los manos libres para hablar por el móvil sufrieron el estigma de los pioneros: iban por la calle parloteando como solos y el gentío se apartaba de ellos igual que de los locos. En pocos años, la tecnología ha cambiado nuestra forma de percibir el mundo. El otro día me crucé con un loco que hablaba solo mientras gesticulaba con las manos y pensé que estaba hablando por teléfono.
Ahora hay que poner más atención a los detalles para identificar a los enajenados. En la Fundación Jiménez Díaz, una doctora esquizofrénica llevó a cabo hace unos años una escabechina. Lo recordaréis: mató a tres personas a puñaladas e hirió a varias más. Era una enferma mental: loca, para abreviar. Sus compañeros lo sabían porque habían observado con minuciosidad su comportamiento: hablaba con el ordenador apagado, declararon algunos de ellos. Si hubiera hablado con el ordenador encendido, no habría despertado sospechas: se sobreentiende que puede haber alguien al otro lado –en un foro, una webcam-, pero sobre todo, se tiene por razonable que uno se cague en la nación entera de la máquina cuando nos la juega, cosa bastante habitual. También puede uno hablar solo con el iPod y con el iPhone; naturalmente, puede departir solo con el Kindle si no hay acuerdo respecto a qué libro electrónico abrir; y hablar solo con el mando a distancia es ya una costumbre.
Hay, no obstante, en el sintagma “hablar solo con el iPod” o cualquier otro de los que he escrito en el párrafo anterior, una contradicción lógica que me alerta. No se puede hablar solo y con algo al mismo tiempo, pero el desarrollo tecnológico parece estar logrando ese prodigio para nuestra especie.
Decía Wittgenstein que “los problemas filosóficos surgen cuando el lenguaje se va de vacaciones”. Yo creo que es al revés: que el lenguaje se marcha porque hay un problema filosófico, o sea, que las palabras confusas no son la causa, sino la consecuencia de algo que está ocurriendo en el subsuelo del lenguaje, la filosofía. No sé si vamos enloqueciendo a causa de la tecnología o si gracias a ella guardamos la apariencia de cordura. Quizá estamos meramente más aislados, sin siquiera aquella expectativa machadiana -“quien habla solo espera hablar a Dios un día”- que quizá no fuera, después de todo, sino la forma más radical de locura.