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Mientras tantoCafelillo no torrefacto

Cafelillo no torrefacto


I

Después de devolver el libro del Punto ciego (2016) de J. Cercas en la biblioteca del centro he salido, no sin despedirme antes del bibliotecario y darle una mandarina de invierno. Su libro me ha enseñado y confirmado algo que ya intuía, la literatura debe comprometerse, no ser un mero juego ni un simple pasatiempo. Así, la literatura seria encarará, todo, con la máxima ambición.

Llegando ya lloviendo al puerto de la ría me he planteado qué podría hacer yo como compromiso, dentro de mis poquitas posibilidades. He entrado en una cafetería para empezar a leer la edición de Cátedra de Soldados de Salamina (2001) y he pedido un café solo, preguntando si era torrefacto o no.

—Es natural.

—Entonces uno, por favor, sin cucharilla ni azúcar, y ya me siento yo por allí, junto a la calle.

Mirando por la ventana mojada he resuelto que podría empezar escribiendo (escribiéndoos) sobre el café torrefacto, como ejemplo (alegórico) de muchas faltas de nuestra sociedad. Siguiendo así a tantos otros escritores y escritoras que admiro.

He pensado también (mientras se enfriaba un poquito el café oscuro) en las flores de plástico perfectas inodoras, en los químicos que colorean el agua de los retretes o en el maquillaje de las caras y labios. Al final, me he decantado por el cafetito, quizás porque estaba empezando uno solo aquí, ya lejos del centro de la ciudad. O quizás porque el café gusta a muchos y es agradable.

Inicio, así, mi pequeño compromiso.

En España, sobre todo desde la época de la posguerra hasta hoy, se sigue consumiendo mucho café torrefacto, tanto en las casas como fuera. El torrefacto es un café tostado con azúcar, con el objetivo de conservarlo mejor (antiguamente), enmascarar la posible peor calidad del café (actualmente) y conseguir un mayor beneficio económico, pues una parte es azúcar, más barato que el café. La torrefacción hace que el café sea más amargo y negro y que sepa menos a lo que realmente es.

Se encubre.

Se enmascara.

En los últimos años (ocho o nueve) ésto está cambiando, ya hay muchas cafeterías donde desterraron el torrefacto y apostaron por el café de tueste natural, el que sabe a lo que es.

Cada vez hay más.

Desde que descubrí todo esto, siempre que busco un lugar para el café pregunto si lo es o no, si sí me quedo, si no me voy hacia otro.

El café tostado natural es más suave y menos amargo, tiene un color oscuro, huele a las plantaciones de donde viene, al tostador, un poco a chocolate o a frutas tropicales, dependiendo del origen. El efecto alegre y vital del café no es desbocado ni taquicárdico, sino sosegado y optimista.

Hoy en día, gracias a mi compromiso pequeñito, tengo en la memoria decenas de cafeterías por toda España (desde Girona a Huelva, pasando por Toledo) donde puedo tomar un verdadero café.

En estos lugares, debo añadir, no hay una televisión presidiendo la sala en lo alto. Una televisión contando un mundo a gritos y sustos.

Finalizo con J. Cercas, que escribió: ese mundo es el mundo de las modernas democracias, el mundo en el que vivimos en Occidente tras el fracaso de los totalitarismos políticos del siglo XX, un mundo acosado por terribles problemas, carencias, injusticias, perplejidades y desafíos, y en el que los dogmas falsarios pero tranquilizadores siguen teniendo un enorme poder; pero en el que cada vez hay más personas conscientes de que no existen soluciones globales (o nacionales) perfectas e inatacables, definitivas, o de que la única solución definitiva para todos los problemas consiste en asumir que no existe una solución definitiva o que la única solución definitiva es la búsqueda inacabable de soluciones.

II

La nota anterior la he dejado impresa dentro del libro de Cercas. Siempre dejo algo para añadir algún comentario a lo que he leído, para continuar la acción que sale de los libros. Todo empezó cuando encontré la siguiente nota escrita a mano dentro de un buen libro.

Sigo sin saber aún quién la escribió.

Cerca de la cima más alta y siempre cubierta de nieve se encuentra el esqueleto seco y helado de un leopardo. Nadie ha podido explicarse nunca qué estaba buscando el animal por aquellas alturas. Allí sigue. Yo también lo he visto, fui.

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