El gobierno indio ha decido permitir que los ciudadanos y las empresas de Pakistán puedan invertir en la economía india. En todos los sectores salvo en materia de defensa, industria espacial y en el sector energético atómico.
Enemigos viscerales desde la independencia-escisión de Pakistán –el conflicto de Cachemira como un continuo y molesto ruido de fondo-, una mayor compenetración económica de ambos no puede comportar sino beneficios a corto plazo y tal vez, incluso, facilitar la normalización de sus relaciones en un futuro (de momento) lejano.
India ya eliminó hace unos meses las restricciones que impedían a los inversores extranjeros realizar inversiones directas en el mercado de capitales indio. Una medida que pretendía facilitar el desarrollo del músculo financiero necesario para mantener el dinamismo de su economía.
Cuando en abril de este año se supo que el gobierno de Nueva Dehli estaba considerando la posibilidad de eliminar los obstáculos que impedían la entrada de capitales pakistaníes en el país, se generó un debate en la opinión pública india sobra la conveniencia de dicha medida.
Las desavenencias entre ambos países no han impedido sus relaciones comerciales: en 2011 India exportó a Pakistán bienes y servicios por un valor de 2.300 millones de dólares, mientras que Pakistán tuvo que conformarse con unas exportaciones por un valor de 330 millones de dólares. A estas cifras habría que sumar las operaciones comerciales entre operadores de ambos países -incluidas inversiones- que se realizan a través de países intermediarios, como Dubai, y que se estima alcanzaron unos 10 mil millones de dólares en 2011.