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Mientras tantoCaminar es preciso

Caminar es preciso


 

Caminos que se bifurcan Vallelado

 

Para caminar hay que ser libre, dueño del propio tiempo, estar dispuesto a perderse, a elegir en la encrucijada el camino que habrá de llevarnos más lejos, adonde ni siquiera sabíamos que queríamos ir, a recomenzar cada jornada, sin más pretensión que el propio camino que los pies hacen mientras siguen la senda que otros anduvieron antes, pero trazándola de nuevo, como si los pies aprendieran de su propio arte frugal, como si los pies escribieran con una prosa lenta lo que solo un ángel verdaderamente díscolo y ocioso podría leer desde el brocal del cielo.

 

«Ninguna riqueza es capaz de comprar el necesario tiempo libre, la libertad y la independencia que constituyen el capital en esta profesión». Se refiere Henry David Thoreau al «noble arte» de caminar. Yo no dejo de posponer sine die, cobardemente, mi propia caminata, la que habría de llevarme a las afueras de esta ciudad cuya sucesión de fosos y muros, carreteras de circunvalación y casamatas de vigilancia hacen casi imposible huir. Al menos quien lo quiera hacer decentemente, sin traicionarse, es decir, a pie. Atreverse a salir andando de este círculo de tiza caucasiano del comercio y sus renuncias.

 

Dice James Salter de Todo lo que hay, su última novela, que «el libro es sobre la vida, el curso de la vida, el paso del tiempo». Y Thoreau que llegar a ser caminante requiere un designio del Cielo (lo escribe así, con mayúscula, en su libro Caminar), y añade: «Tienes que haber nacido en la familia de los Caminantes. Ambulator nascitur, nonfit [el caminante nace, no se hace]».

 

Ahora que la noche se ha tejido con una luna que entre los árboles del bulevar busca hacerse poco a poco llena y así dar con un judío en un huerto de olivos para cumplir un designio escrito, me recojo en mi casa, abro el libro de Thoreau y me preparo para dormir. Otra noche más he preferido aplazar le momento de la verdad. Así se puede completar una vida entera. El error será entonces solo nuestro. Como la cobardía. 

 

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