Nos asomamos a un campo de batalla
que es como el deseo
refractario, espinoso, dulce
antes de morder el polvo
de comprobar que
entre la realidad y el deseo
los clavos se oxidan
y acabarán sirviendo
para cerrar todo retorno.
En la noche tórrida
nos preguntamos
si los que se han acostumbrado
a sentirse mejores
van a darse cuenta un día
de que eran como nosotros
igual de malos
igual de ardientes
igual de sucios
igual de amables,
pero que han dedicado
noches enteras
a cultivar el odio
y unas rosas tristes
que eran como la leche
cortada
amarga
inútil
para este viaje.
Me asomo al patio de luces
veo un fragmento del futuro
y me recojo
como un pájaro mental
como un viento encerrado
en un fresno
con memorias de agua
de tiempo fugaz
de espera
de todo lo necesario
para que la vida
que no tiene sentido
no nos queme los dedos
no nos cosa la boca.
[En Campos de la despedida. Una imagen de Gertrud Kolmar, publicado por Torremozas, escribe Mar García Lozano: «El mar de hielo me recordó a Kafka, no sabría decirte por qué. En el pequeño barco hundido frente al desordenado e impotente amasijo de hielo vi la imagen de lo que yo leía en su literatura, la lucha por establecer una forma de ir desde un ahora a otro ahora, desde un presente a otro presente, y el modo en que mostraba esa imposibilidad era también la forma de su escritura. Cada frase parece estar lejos de la siguiente, cada fragmento del siguiente, cada historia de la siguiente. Como pequeños fragmentos de hielo flotando en la superficie del mar. Nunca he leído ningún texto semejante. Textos que rompen la continuidad del tiempo. La continuidad del sentido»].