Hay una forma de decir justa y cabal. (Que no se te olvide). En el silencio de una habitación vacía, las cuerdas de una guitarra española y una voz que respeta las palabras, que no las retuerce ni abdica ante su sentido. Solo así, quizá, pueda decirse lo que importa, o tener una conversación perfecta con los compañeros de camino, antes de verlos marchar.
No se te iba hoy de la cabeza el Famous Blue Raincot, su ritmo de salmodia musitada. Durante mucho tiempo pensaste que eran eso, plegarias, las canciones de Leonard Cohen, y que escucharlas era tu modo de rezar. ¿Plegarias a qué dioses? A la Belleza, por supuesto, y al Amor. Al Dolor, la Guerra y la Poesía. Pero ahora te parece que esas canciones son más bien cartas de despedida, y que escuchar a Cohen todos estos años ha sido como ir aprendiendo a decir adiós.
Siempre te llamó la atención cómo se aferran las piñas a las ramas. Así se aferra uno también, a veces, a los compañeros de ruta. Cuesta aceptar que, después de recorrer un tramo juntos, os iréis cada uno por vuestro lado. El día que Cohen murió, hacía frío y llovía. Oíste la noticia y no quisiste saber nada más, evitaste los informativos y los obituarios. Sabías que quedaban sus canciones para el camino, y una última lección: viajar ligero, preparado para las despedidas inevitables.
También —que no se te olvide— la lección de pronunciar las palabras con humildad, evitando el énfasis y los efectos de quienes no creen en el lenguaje. Prestando atención a su pulso y cuidando la prosodia: tiene cada palabra una forma perfecta, que coincide con su sentido, y a ella hay que aspirar. No sabes lo que sucedería si consiguieras articular así una frase entera. Todo entonces sería posible: I heard of a man / who says words so beautifully…
Tuviste que ir a Hidra para recordar esa lección y para entender que hay adioses que duran toda la vida. En el silencio impecable de la isla, ¿no sonaban las palabras de otro modo? Por la noche, bajo las higueras de la taberna; subiendo al monasterio en busca del blanco puro y el azul; o al lado del fuego, cuando un vino áspero calienta el corazón. También en el vacío de la casa del poeta, con vistas a la buganvilla. Bastaban una voz y una guitarra. Y las palabras, claro. Unas cuantas palabras escogidas después de mucho buscar —de mucho escuchar—, y pronunciadas con respeto.
Aprenderás a viajar solo. Irás haciendo tu camino sin echar de menos a nadie. Sin añorar tampoco lo que nunca existió, lo que pudo haber sido o estuvo a punto de ser. Con el mismo ánimo ligero acogerás a quienes quieran contigo recorrer unas jornadas, y los verás luego partir. Y cuando abras la boca para decir tu palabra, cada vez que te dispongas a despedirte, te acordarás de Cohen y su lección: I heard of a man…
NOTA: Con este texto sobre despedidas se despide el blog «Gazeta de la melancolía«, en el que desde octubre de 2018 he venido adelantando una selección de prosas procedentes de mi libro inédito del mismo título. Muchas gracias a FronteraD por albergar esta «Gazeta de la melancolía» y a todos los que se han detenido en ella algún momento.