La poesía reconquista las palabras para sus significados. El poder no solo invade territorios: desde siempre se ha apoderado de ellas, las palabras, y una vez convertido en su dueño, señor de sus continentes, ha expulsado a sus contenidos y a todos los que en ellos creen. La poesía rescata a las palabras de sus colonizadores y las devuelve a la comunidad para que podamos decir democracia, libertad, revolución, y no mentir.
Desciendo por una de las colinas del centro de Antananarivo. Espléndida de colores y vida, la capital de Madagascar se eleva sobre laderas abrazadas de casas bajas y angostas calles: en los llanos aguanosos, entre barrios, hay cultivos de arroz. Es un lugar bello, levantado en la espina dorsal de la grandiosa isla. Desde hace casi mil años los africanos procedentes de Mozambique y Somalia se han ido mezclando con pueblos llegados del sudeste asiático creando una sociedad única, orgullosa y codiciada. Británicos y franceses se disputaron esta albarrana de África hasta que los galos la anexionaron militarmente en 1896. La colonia, como todas, fue despiadada: en 1947 las tropas ocupantes exterminaron a docenas de miles de malgaches tras una revuelta popular. Cuando Madagascar obtuvo la independencia, hace ahora medio siglo, los europeos dejaron detrás piquetas de dolor y el hábito de la tiranía. En nombre de la civilización, el cristianismo y el comercio, las democracias occidentales, Inglaterra, Bélgica, Francia, Estados Unidos, parieron dictaduras horrendas, Idi Ami, Mobutu, Bokassa, Doe, y santificaron la autocracia como forma de gobierno: ningún político blanco ha sido juzgado por este crimen del que África tarda en resucitar.
Me siento a conversar con Violette Razaoarimanga y Joahangy Malalamirina antes de la reunión de su grupo de trabajadores de la Zona Franca. En Antananarivo una parte importante de la población vive de las industrias que se extendieron por la ciudad al calor del acuerdo comercial preferente firmado con Estados Unidos. Más de cien mil personas encontraron empleo en las llamadas ‘empresas francas’, principalmente textiles. Las condiciones laborales eran malas: los trabajadores no conocían sus derechos y los patrones no los respetaban. Para dar formación a los obreros acerca de contratos, sindicación, horarios, se organizaron distintos grupos: el de Violette y Joahangy es uno de ellos. Son dos señoras de mediana edad que hablan muellemente, en un francés aproximado: la firmeza está en su compromiso. Una vez al mes juntan a los trabajdores en la sala de una escuela e invitan a un inspector de trabajo para que les oriente, responda a sus preguntas, aclare las leyes: gente que brega contra la codicia y el abuso sin más armas que el entusiasmo. Personas componiendo la revolución informal: la verdadera.
‘Lo malo es que antes luchábamos por unas condiciones laborales dignas, pero ahora, por culpa de la crisis, las empresas cierran y nosotros nos quedamos sin trabajo’, me dice Violette. No, no es la financiera; pese a que los medios de comunicación occidentales han acaparado la palabra crisis para describir la convalecencia de nuestras economías, en el resto del mundo las minas antisociedad han seguido estallando: crisis alimentarias, crisis climáticas, crisis políticas. En Madagascar la crisis comenzó en enero de 2009: enfurecida por la corrupción una muchedumbre se echó a la calle exigiendo la dimisión del Presidente Ravalomanana y la elección de un nuevo gobierno dirigido por el entonces alcalde de Antananarivo, Andry Rajoelina. Ravalomanana y Rajoelina son dos empresarios millonarios embarcados en otra repugnante lucha por el poder. Durante semanas el centro de la capital se convirtió en un campo de batalla: hubo incendios, saqueos, y una treintena de manifestantes murieron cuando el Presidente ordenó a los soldados disparar contra la masa. Tras dos meses de pulso el ejército apoyó a Rajoelina y Ravalomanana partió al exilio. La comunidad internacional consideró que se había producido un golpe de estado y llovieron las condenas. Ninguno de los intentos, en el último año, por alcanzar un gobierno de unidad nacional ha fructificado. En enero de 2010 Estados Unidos retiró a Madagascar de la lista de países con acuerdo comercial preferente y las industrias de la Zona Franca se resquebrajaron. En estos días los periódicos de Europa y Norteamérica proclaman que gracias a la recuperación de la actividad económica la crisis toca a su fin: ¿cuál de todas las crisis?
La codicia atraílla a los políticos malgaches. Y no sólo a ellos: uno de las mayores causas de la indignación que desembocó en las revueltas contra Ravalomanana fue su consentimiento al arriendo de 1,3 millones de hectáreas, la mitad de la tierra arable del país, a la empresa coreana Daewoo por 99 años, sin apenas tasas o provecho para la población. Esto supondría que Daewoo sacaría todo lo producido en ‘su’ tierra y lo trasladaría a Corea para nutrir a los coreanos independientemente de la situación alimentaria en Madagascar. Como afirma Violette, ‘antes se conformaban con llevarse la madera y los minerales, ahora quieren llevarse la comida’. Ezra Pound, el poeta estadounidense equivocado en tantas cosas, escribió en sus Cantos la más descarnada diatriba contra la usura: la ética ubicada al final del intestino del beneficio,
CANTO XLV
Con usura no tiene el hombre casa de buena piedra
Con bien cortados bloques y dispuestos
de modo que el diseño lo cobije,
con usura
no hay paraíso pintado para el hombre en los muros de su iglesia
harpes et lutz (arpas y laúdes)
o lugar donde la virgen reciba el mensaje
y su halo se proyecte por la grieta,
con usura
no se ve el hombre Gonzaga ni a su gente ni a sus concubinas
no se pinta un cuadro para que perdure ni para tenerlo en casa
sino para venderlo y pronto,
con usura, pecado contra la naturaleza,
es tu pan para siempre harapiento,
seco como papel, sin trigo de montaña,
sin la fuerte harina
con usura se hincha la línea
con usura no hay límites precisos
y nadie encuentra un lugar para su casa
El picapedrero es apartado de la piedra
el tejedor es apartado del telar
CON USURA
no llega lana al mercado
no vale nada la oveja con usura.
Usura es un parásito
mella la aguja en manos de la doncella
y paraliza el talento del que hila. Pietro Lombardo
no vino por usura
Duccio no vino por usura
ni Pier della Francesca; no por usura Zuan Bellini
ni se pintó «La Calunnia».
No vino por usura Angélico; no vino Ambrogio Praedis,
no hubo iglesia de piedra con la firma: Adamo me fecit.
No por usura St. Trophime
No por usura St. Hilaire
Usura oxida el cincel
Oxida la obra y al artesano
Corroe el hilo en el telar
Nadie hubiese aprendido a poner oro en su diseño;
Y el azur tiene una llaga con usura; se queda sin bordar la tela.
No encuentra el esmeralda un Memling
Usura mata al niño en el útero
No deja que el joven corteje
Ha llevado la sequedad hasta la cama, y yace
entre la joven novia y su marido
CONTRA NATURAM
Ellos trajeron putas a Eleusis
Sientan cadáveres a su banquete
por mandato de usura.
Casi un tercio de los mil millones de seres humanos que pasan hambre en el mundo viven en África, y sin embargo en los últimos años, según el International Food Policy Research Institute, entre quince y veinte millones de hectáreas de tierra cultivable africana han sido vendidos, o se está negociando su venta, a los países del Golfo, China, Corea e India. Las comunidades que habitan en esas extensiones no tienen voz. Con la adquisición de la tierra se obtiene también la posesión del agua, que deja de pertenecer a la gente del lugar. La mayoría de las naciones que han vendido, como Sudán, la República Democrática del Congo, Madagascar, Etiopía o Kenia, carecen de democracias reales donde la concesión de una parte del territorio nacional podría ser discutida. Las potencias compradoras dicen ofrecer inversiones y empleos, pero la realidad es que la producción local pierde campos de alta calidad para la creación de grandes plantaciones que alimentarán a otros países. La tierra, su valor económico y cultural, está en el corazón de las disputas que se engullen en este continente: dejar su propiedad en manos del mejor postor es invitar al fuego.
Nos lo repiten constantemente: llegan tiempos de carestía. Escasearán el petróleo, el agua, los empleos. Si esto es verdad hay dos maneras de hollar lo venidero: compitiendo o cooperando. Las decisiones que tenemos delante son poéticas antes que técnicas. Nos aguarda la aventura inmensa: lograr que, por prodigiosos caminos cencidos, la humanidad rime.
Al salir de la reunión de los trabajadores de la Zona Franca de Antananarivo les he preguntado a Violette y a Joahangy si cobran algo por invertir su tiempo y su esfuerzo en organizar las reuniones. Me han respondido que no.