El día del orgullo pisano dura todo el año, en realidad dura desde el siglo XI, cuando comenzó el milagro militar, comercial, político y artístico protagonizado por la ciudad. Hoy en día, el Ejército italiano tiene que proteger con tanquetas su patrimonio histórico, en particular el religioso, del nihilismo, también religioso, postmoderno. La novedad de este verano es que la guardia parece haberse duplicado. Me tumbé solitario en el prado a contemplar el milagro y a darle un poco al magín con mis cantos pisanos. Concretamente, me puse a pensar en Pisa como la isla que fue, al igual que lo fue Cádiz. Un núcleo insular que, según Rudolf Borchardt, estructura toda su historia, todo su arte y su concepción política y espiritual. El milagro pisano.
También pensé en Ezra Pound y en la jaula en la que lo hospedaron los yanquis cerca de aquí durante un mes. Y por supuesto en las correrías pisanas de Byron y los Shelley. En esta ocasión no vamos a tener tiempo de visitar la fonda de Byron en la ciudad, el Palazzo Lanfranchi, en el Lungarno. Yo sé que al marqués secretamente le gustaría que dijeran de él lo mismo que alguien dijo de Byron: “Su vida estaba dividida entre la poesía, el adulterio y la insurrección”. No está mal como epitafio. Como no podía ser de otro modo, evoqué mis paseos en bicicleta por la ciudad en la semana que pasé en 2001 en casa de mi amiga pisana Fiamma Tarli. Lungarno arriba y abajo, Arsenal, Piazza delle Vetovaglie, Piazza Santo Stefano, Domus Galileiana. Hasta llegué en bici a la cercana Lucca, con un puerto de montaña incluido. Bueno, la verdad sea dicha, el puerto lo hice caminando apoyado en la bici y el regreso lo hice en tren.
El tiempo tan limitado no nos va a permitir la visita a varias de mis obsesiones pisanas, como la casa de Byron, ya aludida más arriba, en el Palazzo Lanfranchi y la de los Shelley en el Albergo delle tre donzelle, ambas en el Lungarno. Una tradición pisana nos cuenta que un miembro de esa poderosa familia, el arzobispo de Pisa y más tarde Patriarca latino de Jerusalén Ubaldo Lanfranchi, trajo tierra del Monte Calvario para crear el Camposanto de Pisa. Si este regalo de la vida que es viajar en verano a Italia tiene nuevas ediciones, hago votos de llevar a cabo esas visitas. Por otra parte, no voy a poder visitar el sepulcro del emperador Enrique VII de Luxemburgo, Arrigo, de dantesca memoria, pues el duomo, en cuyo transepto está situado, hoy, ignoro por qué razón, está cerrado a cal y canto. Grandes esperanzas las que trajo en su discesa a poner orden en Italia el emperador Enrique VII. Gran llanto y crujir de dientes cuando murió poco después. Bueno, para ser rigurosos el disgusto se lo llevaron los gibelinos y los güelfos arrepentidos, como el gran Dante, y los pisanos, el brazo armado naval y comercial primero de la Casa de Hauteville y después de los emperadores alemanes de la Casa de Hohenstaufen y de la Casa de Luxemburgo. Los pisanos ayudaron a los Hauteville en la conquista de Palermo (1072). Previamente habían derrotado a la armada del emirato de Sicilia en la batalla naval de Palermo en 1063, en la conocida como Impresa di Palermo. Los pisanos saquearon la ciudad y se llevaron gran parte del mármol para la construcción de los edificios de la Plaza de los Milagros. Se calcula con la décima parte del botín de la Impresa di Palermo se financió la construcción del Duomo. El partido güelfo brindó con chianti cuando se conoció la muerte del emperador en Buoconvento, cerca de Siena, el 24 de septiembre de 1313. Dado que había que tomar una decisión rápida acerca del destino de sus restos mortales debido a las temperaturas aún estivales y que Buonconvento no era un lugar adecuado para darle tierra a un emperador de los romanos, sus deudos decidieron en una de las etapas de la comitiva camino de Pisa, concretamente en Suvereto, en la Maremma Pisana, recurrir a una arcaica costumbre germánica, el mos teutonicum. ¿En qué consistía?, me preguntarán. Bien. Se preparaba un enorme caldero con agua hirviendo y allí se metía la carcasa del finado hasta que quedaban los huesos mondos y lirondos, los cuales ya se guardaban en un sarcófago y se desplazaban hasta el lugar del descanso eterno elegido, en este caso Pisa, la más leal aliada de los emperadores en la Península italiana. Solo espero que aquella noche a alguien no se le ocurriera añadir a la pitanza de la soldadesca un caldo con mucha sustancia.
En la Plaza de los Caballeros de San Esteban se sitúan tres edificios muy importantes en el tejido histórico y mítico de Pisa. La plaza que conocemos es una intervención urbanística llevada a cabo durante el dominio florentino de Pisa. Allí está el edificio que se asienta sobre la antigua Torre de la Muda, donde se criaban las águilas de la República de Pisa, il santo uccello de Dante (Par. XVII, 72). La torre también es legendaria porque la tradición sitúa en ella el terrible episodio del conde Ugolino y sus hijos narrado por Dante en el canto XXXIII del Infierno. Por ello, como nos informa la targa o placa dantesca correspondiente es también conocida como La Torre della fame. Ugolino della Gherardesca (1210-1289, el personaje histórico, no el dantesco) era uno de los patricios gibelinos más eminentes de la República de Pisa. Lo fue todo en el estado pisano: podestà, capitano del popolo y el almirante de la armada pisana en la batalla naval de la Meloria (6 de agosto de 1284) contra la armada genovesa. El 6 de agosto era el día del patrón de la ciudad, San Sixto. Hasta entonces. Tras ese día luctuoso dejó de ser el patrón de Pisa, cediéndole el honor a San Raniero de Pisa. Tras la derrota de la armada pisana, las cadenas que guarnecían la rada de Porto Pisano fueron llevadas como botín de guerra a Génova, y ubicadas en diversas zonas de la ciudad a modo de escarnio de los pisanos. Los florentinos hicieron lo propio con otro juego de cadenas y las pusieron en la puerta del baptisterio, como contaré más adelante. En el siglo XIX, para limar asperezas nunca olvidadas, todas las cadenas fueron devueltas a Pisa, que las conserva en el Camposanto monumental. Uno de sus rivales en el liderazgo de la facción gibelina de Pisa, el arzobispo de la ciudad, Ruggieri degli Ubaldini, aprovechó la oportunidad del descrédito del conde tras su derrota –y las insidias de que había abandonado la batalla- para neutralizarlo políticamente y terminar con él físicamente. Con él y con sus hijos. En el Infierno, además de dejar en el aire la cuestión de un posible episodio de canibalismo, Dante representa al conde Ugolino royendo el cráneo de su enemigo y mascullando su venganza eterna e infernal contra todo y contra todos:
¡Ah, Pisa, vituperio de las gentes
del hermoso país donde el sí suena,
pues tus vecinos tardan en destruirte,
muévase la Capraia y la Gorgona
formando una barrera en la hoz del Arno
y se ahogue hasta el último habitante!
Infierno, XXXIII, 79-84
Los otros dos edificios emblemáticos de la plaza son la sede de la Orden de los Caballeros de San Esteban (Ordine di Santo Stefano papa e martire) edificio entregado por Napoleón a la Universidad de Pisa cuando disolvió dicha orden. Hoy en día es la sede de la prestigiosísima Scuola Normale di Pisa. El otro edificio es la iglesia de la Orden, el templo de las victorias navales de la República de Pisa. Veamos la descripción que Blasco Ibáñez nos da del templo:
“Al lado se alza la iglesia de San Esteban, edificio que nada ofrece de notable, pero cuya nave principal tiene una interesante atracción, por la originalidad de sus adornos. Cuanto arrebataron a los turcos los caballeros de San Esteban navegando por el mediterráneo en aquellas veloces galeras que eran terror de la piratería musulmana, está allí sirviendo de ornato al templo cristiano. Las banderas turcas, unas rojas, con inscripciones arábigas y medias lunas bordadas en oro; otras multicolores, como deslumbrante mosaico, se ostentan a centenares, festoneando las cornisas o tendidas sobre el muro, trofeos arrancados de las naves enemigas por aquellos caballeros mitad frailes mitad marinos que, con la cruz en el pecho y el hacha en la mano, saltaban sobre las cubiertas resbaladizas por los arroyos de sangre. Allí están los estandartes de la Orden, que rasgó la metralla de las bombardas, sucios y ennegrecidos por el humo de los combates y el oleaje de la tempestad. Los espolones de las naves de San Esteban, como minuciosos bajorrelieves, adornan las murallas, timbales morunos, áncoras enmohecidas, mandobles llenos de orín, forman en las pilastras artísticos grupos; y toda la iglesia, como iluminación gloriosa, ostenta a guisa de lámparas, las farolas que las galeras de los caballeros llevaban en su alcázar de popa, hermosas obras de ignorados tallistas, en las que la madera parece sutil filigrana.”
Qué desgarro interior, haberme perdido todo esto. Y qué injustamente olvidado está Blasco Ibáñez. Es uno de los grandes. Y un magnífico vademécum para viajar por Italia. Su mirada siempre se detiene sobre lo verdaderamente singular y lo cuenta como nadie.
Sobre una zona pantanosa, tras las imprese de Palermo y Mallorca, demoliendo o incorporando edificios paleocristianos, la República de Pisa creó el foro de sus propios templos, el foro de la gran Antirroma. La Impresa de Mallorca fue la conquista de las Islas Baleares por una Cruzada encabezada por la República de Pisa entre 1113-1115. Supe de esta expedición por primera vez por un fresco enorme en la estación de ferrocarril de Pisa que contaba uno de los orgullos de la patria chica pisana, la Empresa Balearica. El Liber maiolichinus de gestis pisanorum illustribus, “Libro mallorquín de los hechos ilustres de los pisanos” es la epopeya en latín medieval que narra, en 3.542 versos hexámetros esta expedición.Como nos cuenta Rudolf Borchardt en unas páginas memorables, sus numerosos monumentos son el testimonio elocuente y fiel del poderío comercial, económico, militar y político del que gozó Pisa durante la Alta Edad Media, cuando competía con los musulmanes –y las otras repúblicas marineras italianas- por el dominio del Mediterráneo. Sus lazos comerciales y culturales con la Península Ibérica y el Norte de África y Oriente se tradujeron en una revolución cultural, científica y artística que bien puede ser resumida en los esplendorosos edificios que configuran el Prato dei Miracoli, sintagma feliz acuñado por Gabriele d’Annunzio –quien por algo era conocido como l’imaginifico-, que, como bien dice su propio nombre, no me canso de mirar y de admirar. El milagro pisano, nunca dicho con más propiedad. Il campo dei miracoli es harina de otro costal, concretamente de Pinocchio. Pocos ejemplos tan acabados de cómo se proyecta poderío he podido contemplar como el espectáculo del prado de los milagros pisano.