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Capitalismo y patriarcado

Ayer vi en São Paulo el espectáculo Carne. Capitalismo y patriarcado, de la Compañía Kiwi, una obra de teatro fruto de cuatro años de investigación en torno a la mujer, al patriarcado y las conexiones de éste con el capitalismo. Es tanta información, tantas referencias, que sorprende que Fernanda Azevedo y Mônica Rodrigues, bajo la
dirección de Fernando Kinas, hayan conseguido ponerlo en escena de un modo tan digerible, que a veces duele, pero que amortigua el golpe con un agudo sentido
del humor.

Conforme voy asimilando la obra, comienzo a estructurar mis ideas, todavía en forma de torbellino…

“Hombre público: aquel que ocupa un papel social importante. / Mujer pública: puta”

Santa o puta. Reprimida o puta. Víctima o puta.

“El Señor Dios sumergió al hombre en un profundo sueño; y mientras él dormía, le tomó una costilla y cerró con carne su lugar. Y de la costilla que había tomado del hombre, el Señor Dios hizo una mujer, y la llevó junto al hombre (…) Y Dios dijo también a la mujer: multiplicaré los sufrimientos de tu parto: darás a luz con dolores, tus deseos te empujarán a tu marido y tú estarás sobre su dominio.”

(Génesis)

La costilla de Adán. El pecado que nace de Eva. Nadie se acuerda ya de si la engañó la serpiente; nadie se acuerda de que Adán también comió la fruta prohibida. Siglos de educación cristiana y patriarcal después, Eva es el pecado. La mujer es el pecado. Brujas. Putas. Mujeres que lapidan a otras mujeres. La doble moral, los dobles raseros para terminar siempre en lo mismo: puta, puta, puta.

“El cuerpo es mío”.

El cuerpo de la mujer como campo de batalla. Mi cuerpo es mío, como tautológica pero necesaria reivindicación. ¿Cómo voy a ser la mujer de tu vida si soy la mujer de MI vida? ¿Y cómo explicárselo a él si se crió escuchando canciones y dichos populares y viendo propaganda que coloca a la mujer en el mero papel de mercancía, de su propiedad?

La cruel presión de la propaganda que, a cada gesto, permanentemente, sigue convirtiendo a las mujeres en burras de carga y/o objetos de placer. Madre amantísima y dedicada al hogar, o puta. Santa o puta.

La mujer fea sufrirá cada día la frustración de no estar a la altura de dictatoriales estándares de belleza. La mujer hermosa sufrirá cada día que unas la miren con envidia, otros como un trozo de carne, y (casi) todos y todas piensen que lo que alcanzó fue por su cara bonita. O por puta.

“Él no sabe por qué está golpeando, peroella sabe por qué está recibiendo” (Dicho popular brasileño)

“A la mujer y a la cabra, soga larga” (Refrán español)

Y todas parirán con dolor, y aguantarán carros y carretas, porque lo merecen por su pecado original, el natural pecado de su obscenidad, de su sexualidad poderosa, de su sabiduría ancestral. Brujas; todas brujas. No pueden quemarnos a todas, pero sí quemaron nuestra naturaleza salvaje; sí nos sepultaron bajo toneladas de domesticación e ignorancia y de un beatismo tosco donde las mujeres depositaron sus ansias de espiritualidad.

¡Lo hemos confundido todo! Al cristianismo represor respondimos con un ateísmo que nos alejó de nuestra intrínseca espiritualidad; a la dominación patriarcal, con un igualitarismo equivocado que nos acerca a los peores atributos masculinos sin rescatar nuestra feminidad escondida; a la represión sexual, con la trivialización reduccionista de nuestra sexualidad.

Nos creímos, a fuerza de tanto escucharlo, que las mujeres son enemigas de las otras mujeres. Que ellas son más machistas. Que, si no somos santas, somos putas. Y erguimos, sin casi percibirlo, ese doble rasero para el que nos doctrinó el patriarcado cristiano-capitalista, que hunde a las mujeres bajo el yugo de sus compañeros y, así, mantiene de paso el orden de clases. Todos quietos. Son milenios de dominación: es difícil saber por dónde empezar.

Las chicas y chicos de la Compañía Kiwi han sabido por dónde. Su obra, densa pero liviana, alimenta no sólo el debate, sino la indignación. Esa indignación que nos mueve al cambio.

* Carne. Capitalismo y patriarcado se presenta en el Teatro Coletivo (Rua Augusta, 1623, São Paulo) hasta el 28 de agosto.

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