Carlos Rosillo es fotorreportero de El País y profesor de fotografía de la Escuela de Periodismo. Además, Máster Internacional de Fotografía Documental por EFTI. «Creo que mi mayor inspiración es mi vocación. Trabajar en un diario como El País supone estar continuamente formándote». Después de hacer el bachillerato en Maristas (Cartagena), marchó a Madrid a hacer Periodismo en la Universidad San Pablo CEU. «Desde segundo de carrera siempre he compatibilizado estudios con prácticas en varios medios. Estuve algunos meses trabajando en Desnivel, Júbilo y en la Asociación de Informadores Gráficos». Al terminar la carrera, harto de no encontrar un trabajo bien remunerado, comienza a trabajar en agencias de comunicación y, más tarde, en marketing en una consultora inmobiliaria. «De allí salí al año y aposté por algo que no sabía si iba a ser muy rentable, hacer un máster en fotografía documental en EFTI en Madrid. Más tarde realicé las pruebas para el Máster de El País y me cogieron. Desde entonces, sigo vinculado a este medio que me ha dado todo lo que soy ahora como periodista gráfico». Actualmente, trabaja en este medio y colabora con otros así como en la Escuela de Periodismo El País impartiendo talleres de retrato. Uno de los últimos trabajos ha sido un reportaje en Moria, «el infierno de Europa, aquel gigantesco campo de refugiados, el más poblado de Europa».
Consigue que la entrevista mude a confesión mutua cuando aparece el mar, en concreto recuerda sus años en las playas de Calblanque a las que solía ir en bicicleta de montaña desde La Unión. Sin olvidar, Cabo de Palos, sus terrazas, su caldero. Inevitablemente se viene a la cabeza el estado de deterioro del Mar Menor pero me reconocía, a pesar de los pesares actuales, que «de todos los sitios en los que he estado creo que es donde se aprecia la puesta de sol más bonita. Sentado solo al atardecer, en la arena, con una cerveza fría y observar cómo se esconde el sol». Está muy unido a Asturias y a Madrid. «Asturias porque toda mi familia es de allí, un sitio espectacular con una gente muy especial. Y Madrid porque es la tierra que me está dando la oportunidad de hacer lo que quiero y de formar una familia».
No quiere ser pesimista ni pesado con el tema de la crisis en la profesión, «pero es cierto que el periodismo sufre su propia crisis, económica y a veces de identidad. De pronto creemos que cualquiera puede ser fotoperiodista, y el intrusismo es brutal. Pero ante eso creo que tenemos la oportunidad de reivindicar la importancia de nuestra profesión y demostrar que no es lo mismo hacer una foto con un móvil que el trabajo de un profesional. Sobre los peligros de internet ya se ha hablado mucho, pero yo creo que lo que funciona es el buen periodismo. Hay que contrastar y trabajar sobre el terreno, buscar noticias, no que nos las den hechas. Eso requiere trabajo y motivación, que a veces es lo que más se echa de menos. Si se hace buen periodismo, la gente lo comprará».
Se rodea de compañeros «que son de lo mejor de la profesión, y en la calle compites con gente muy buena que te obliga a estar siempre alerta. Creo que el fotoperiodismo en España sigue atravesando una etapa de esplendor. Los premios otorgados a Manu Brabo, con el Pulitzer, y Samuel Aranda, con el World Press Photo, entre otros, son una prueba».
Le gusta contar historias, sacar a la luz los problemas de la gente. «Escribiendo podía hacerlo tomando cierta distancia, sin embargo, con la fotografía tenía que meterme en el barro, estar en primera línea. Creo que la fotografía de prensa es el mayor ejercicio posible de aproximación al auténtico periodismo. Ojalá se den cuenta los editores de los periódicos que ahora están prescindiendo de muchos compañeros o haciendo su trabajo inviable pagando su trabajo indignamente. Creo que el buen fotoperiodismo es hoy más necesario que nunca. Creo que cumplimos una función importante. Tenemos que enseñar, a través de nuestras fotografías, que la realidad de la calle no es lo que algunos nos quieren enseñar». Uno de los últimos trabajos ha sido en Moria, «el infierno de Europa, aquel gigantesco campo de refugiados, el más poblado de Europa», publicado en El País.
«¿Referentes? Los clásicos: Cartier-Bresson, Capa y, más actual, Natchwey. También algunos fotógrafos españoles contemporáneos como Cristina García Rodero y los ya mencionados Samuel Aranda, Manu Brabo o Emilio Morenatti».
Sigue apuntando a la importancia de los sentidos, le encanta el olor a mar, «y el de la sidra de los lagares asturianos y el olor a montaña. No me gusta nada el olor a contaminación de las grandes ciudades. Suelo moverme en moto por Madrid y ese olor a polución es asqueroso». Y en su bolsa sobresale su Canon G12 (los ajustes te añaden siempre otras), «una cámara compacta que ofrece una gran versatilidad y calidad. Además, ropa de sobra, por si hay que quedarse más tiempo».
Respecto a los libros, «siempre suelo tener algún libro en mi mesita». Con otras lecturas que renuevan ese espacio, me recuerda Sé lo que estás pensando, de John Verdon, «muy recomendable. Y creo que uno de los autores que más he leído es Arturo Pérez-Reverte».
Destaca el Museo del Prado como lugar, «la mejor pinacoteca del mundo. Cuando estudiaba fotografía me gustaba ir para ver como trataban algunos de estos autores la luz. Los fotógrafos trabajamos con luz así que autores como Goya, Velázquez o Van Dyck tienen mucho que enseñarnos. Creo que cualquiera que quiera aprender fotografía debería ir a este museo para aprender de los maestros. Además, visito galerías en las que suele haber buenas exposiciones sobre foto, como el CaixaForum, Reina Sofía o salas más pequeñas como Canal o EFTI».
Recomendaría un buen número de series y documentales sobre su profesión, pero se queda con una película documental a la que acude en numerosas ocasiones. «Se llama World Photographer. Cuenta cómo es la profesión del fotógrafo James Natchwey, uno de los grandes del fotoperiodismo de guerra. Es un subidón para los amantes de esta profesión, aunque también bastante dura».