The rest is silence: lo demás es silencio. O también “descansar es callar”. Y viceversa. Cuando Hamlet dice lo anterior, quiere decir, entre otras cosas, que está dispuesto a morir. A enmudecer. Sabe que sus últimas palabras se desvanecerán en esa música inaudita. Porque la muerte es, sobre todo, callada. Nos condena al silencio. Por eso el locuaz Hamlet la teme. Pero la vida es ruidosa y la escucha, parafraseando el título de la ensayista y traductora catalana Carmen Pardo, oblicua.
El sonido y su representación
La escucha oblicua (Sexto Piso, 2014) constituye una contenida celebración de la música, tenazmente vigente, del siglo XX. De forma exhaustiva, Pardo se precipita en la espesura de los teóricos de la atonalidad, el minimalismo y la discordancia, con una locuacidad que arrastra.
Se ocupa, entre otros, de John Cage (1912-1992), un compositor al que asociamos con el sonido de una moneda al caer; un músico cuya obra más famosa no incluye un solo sonido; un artista que dedicó su vida a cuestionar las convenciones sobre el proceso de escucha; un revolucionario, por último, que nos instó a evaluar no sólo el fenómeno musical, sino la totalidad de la experiencia artística. Pardo sostiene que Cage fue “el sonar de un pensamiento en movimiento, el pensamiento como fluido”. Su objetivo, según la filósofa, fue “dar lugar a una modulación enarmónica para entonar una melodía en la que ojo y oído sintonicen para, simplemente, hablar de lo que se vive”.
El ensayo La escucha logra acercase y acercarnos, entre otros, al inventor del “piano preparado”, un genio para quien el acto de componer era cuestión de método, nunca de inspiración y mucho menos egoísmo. Leyéndolo, descubrimos a un músico que combinó una curiosidad renacentista con un optimismo genuinamente americano. Un ser creativo, dueño de una producción que no se detuvo en la música, sino que se extendió a la poesía, la pintura, el grabado, la política y la filosofía. Una mente indómita, en las artes y las ciencias, preclara por la variedad de sus ideas, la amplitud de sus intereses y la implicación radical de su pensamiento.
Sostiene la catalana que nadie expresó mejor el silencio que Cage. Silencio, su colección de ensayos, manifiestos y anécdotas de 1961, es uno de los textos más leído e influyente jamás escrito por un compositor. La ensayista se detiene en el libro de un veinteañero que se extiende sobre la naturaleza del ruido, sobre la forma en que escuchamos (o no escuchamos), que trata de explicarse y explicarnos cómo la tradición y la costumbre son una amenaza, ya que merman nuestra capacidad de maravilla: “no hay silencio en el pensar, tan sólo el lenguaje de lo no-intencionado, el susurro de una gramática no acotada. El silencio sonoro, y tal vez este modo distinto de ejercer el pensar, se quiere situar fuera de toda re-territorialización”.
La traductora desmenuza con mimo la estética cageana, subraya su impulso imparable, y la compara con los escritos de Joyce o Proust en su empeño por calibrar la importancia del instante. La autora adora su tema de estudio. (¿Y por qué no? Cage fue un modelo de generosidad, humildad y buen humor inagotables.) Pardo consigue, sin embargo, encontrar el equilibrio crítico. Su ensayo es todo lo contrario a una apología especializada. Sabe cuestionar el legado musical del compositor norteamericano. No en vano, es doctora en filosofía, especialidad estética, y es profesora en la Universidad de Girona (España). Toda una experta, que sabe evitar el dogma ideológico que tan a menudo acompaña a la exégesis musical.
Pardo nos ofrece un análisis exhaustivo del arte de Cage, que escribió mucho acerca de sí mismo, pero, al igual que su héroe Thoreau, mantuvo una opacidad puritana sobre sus emociones. De hecho, el término “escucha oblicua” es un acierto, ya que hace hincapié en “esa forma en la que la escucha atraviesa el sonido y su representación. Consiste en un escuchar a través del sonido y no de las ideas, para percibir que el sonido nunca cesa”.
Tal vez por ello, la investigación revela una vida colorida y a veces tormentosa: la relación de Cage y el joven Merce Cunningham, socios, amantes y colaboradores; la compañía de Cunningham, su importancia en la composición e interpretación de sus conciertos y giras; sus altas y sus bajas; su encuentro con el joven Pierre Boulez; las 12 horas al día durante cinco meses que pasa con su alumno Earle Brown, empalmando piezas minúsculas de cinta de audio para crear Williams Mix; la primera interpretación del pianista David Tudor de 4’ 33’’, “composición silenciosa” que utiliza el sonido ambiente a modo de contenido musical; las personalidades memorables y a menudo escandalosas como Morton Feldman, Robert Rauschenberg, Yoko Ono, Karlheinz Stockhausen y Nam June Paik; incluso la pasión del músico norteamericano por las setas, sus parientes excéntricos y sus parábolas zen. Estas anécdotas se diluyen en el ingenio y encanto personal de Cage para crear un ensayo delicioso. El retrato, rico en luces y sombras de alguien profundamente humano.
El rumor de mil discursos
El siglo pasado fue probablemente el periodo más sanguinario de la historia humana (hasta el momento); también el más complejo, musicalmente hablando, si hemos de juzgar la presencia atronadora de la percusión y su mecánica desbordada. Al escuchar década tras década de grabaciones lo que se percibe es una antología del alboroto. O mejor, del silencio. Tal vez por ello, el último libro hasta la fecha de Carmen Pardo lleva por título En el silencio de la cultura (Sexto Piso, 2016), no solo una nueva historia del siglo XX a través de la música y el arte, sino, sobre todo, la crónica de una búsqueda, inconclusa, de respuestas al enigma de la ausencia de sonido, donde, sin embargo, “bulle el rumor de mil discursos, de un millar de consignas, el rumor de un exceso que tiene por objeto, una vez más, arrebatar la palabra”.
El siglo XX fue, en definitiva, todo un acontecimiento, no sólo política, sino musicalmente. La progresión que va de Debussy hasta Ligeti, por ejemplo, es extraordinaria. Pardo arroja sobre esa admirable evolución “la mirada del piloto”, es decir, “hace de la tierra un escenario y de los hombres figurantes”; la suya es una “mirada bífida: da cuenta de una acción a distancia que obra a su vez un distanciamiento del ver”. En un siglo de vanguardia continuada, hasta el punto de que hay casi un retorno a la polifonía medieval, la conclusión es desoladora: “No hay paisaje que componer, sólo la inmediatez de lo que no se puede mirar, o la belleza de las ruinas”.
Acierta la autora al sugerir que la tradición germánica quedó irremediablemente sepultada bajo los escombros de Berlín. En cierto modo, todo el curso posterior de la música moderna se establece durante la década de 1940. El bando aliado decide, de forma unilateral, que los alemanes necesitan reorientación. Uno de los efectos culturales de esta misión es fomentar una nueva estética musical de intelectualismo anti-populista entre los jóvenes compositores, que logre “urbanizar el vacío de una mirada que ya no funciona, o no puede funcionar, como organismo de comprensión”.
En el libro, sin embargo, no sólo se habla de música. En el caso de los artistas norteamericanos, entre ellos Walt Disney, golpeados por los caprichos de la policía cultural capitalista, Pardo rechaza admirablemente la fácil característica moralizante retrospectiva del polemista: “Las voces de la radio y Mickey Mouse vienen (…) a ocupar el imaginario de una fatiga sin precedentes”. Para hablar sobre arte, parece decirnos la ensayista, lo primero que uno tiene que tener en cuenta es lo que el arte nos dice: “Durante la Gran Guerra la imagen predominante fue la de la barbarie (…) Ésta es la gran coartada que permite, a partir de entonces, disfrazar la barbarie con el ropaje de la civilización”.
En el silencio logra una síntesis interdisciplinaria notable, en la que la música ilumina la historia y la cultura, así como a la inversa. En todo momento, su autora cambia fluidamente el tempo y el enfoque, entre los elegantes perfiles de estilo de los artistas representativos, y se desplaza con soltura a través de movimientos y periodos culturales, haciendo zoom infaliblemente sobre el detalle fascinante. Pero lo que realmente diferencia su escritura es el lenguaje que ha forjado para evocar el sonido. O la ausencia de éste: “Los soldados volvían mudos de la guerra. Ahora, nuestra verborrea es infinita”.
Decíamos que, en su anterior ensayo, La escucha, la autora catalana nos ofrecía un análisis del arte de John Cage. Uno se queda pensando en el título de esta nueva entrega, maravillosamente ambiguo, que vuelve a jugar con las prácticas del norteamericano. Una posible lectura es que silencio es todo lo que es ausencia de música, es decir, todo lo que no es civilización. La erudición que el libro demuestra logra templar el agotamiento que evoca el título, y al mismo tiempo, es tentativa de respuesta a la pregunta sobre los fines de la cultura, así como sus posibles nuevos comienzos.
La mirada bífida
El siglo pasado supuso la eclosión de una deslumbrante y desconcertante variedad de estilos, tantos que todavía hoy retan la capacidad del público para mantenerse al corriente. Hay una conexión profunda entre el Strauss cacofónico de Elektra y los experimentos de Cage en la composición en silencio. Carmen Pardo logra esa síntesis audaz: abarcar toda la gama de la música del siglo XX: describir sus sonidos; rastrear su evolución; dilucidar el profundo impacto de la dodecafonía en la historia moderna, y viceversa.
La curiosidad expansiva de su autora y su apertura de mente impulsa una obra increíblemente ambiciosa y la dota de autoridad. Como buena enciclopedista, se basa en la experiencia existente, así como en los especialistas académicos. Paradójicamente, La escucha y En el silencio se asientan en la autoridad intelectual y la actitud valiente de su autora hacia la cultura popular. La erudición y comprensión del plan de estudios intelectual de Pardo es incuestionable, pero lo que la diferencia de la mayoría de los críticos es familiaridad con la que también se ocupa del jazz y el rock, el cine y la televisión.
La escucha y En el silencio constituyen una relación exhaustiva de los logros y fracasos de una época necesariamente polifónica. Son libros tanto para curiosos como para incondicionales. En ellos, su autora despliega un talento poco común para traducir los sonidos en palabras. Sus metáforas superan el abismo entre las dos artes. Al trazar la trayectoria de la música y la cultura experimental del pasado siglo, Pardo ha escrito, además, una especie de historia impresionista, secreta, de ese tiempo tumultuoso.
José de María Romero Barea (Córdoba, España, 1972) es profesor, poeta, narrador, traductor y periodista cultural. Autor de poemarios como Resurrecciones (Asociación Cultura y Progreso, 2011), (mil novecientos setenta y) Dos (Ediciones en Huida, 2011) y Talismán (Editorial Anantes, 2012), un mínimo de racionalidad un máximo de esperanza (Ediciones Alfar) y Europa aplaude (Ediciones Paralelo), y de la trilogía narrativa Interrupciones, formada por Hilados Coreografiados (Ayuntamiento de Aguilar de la Frontera, 2012), Haia (Edizioni Nuova Cultura, Universidad de Bérgamo, 2015) y Oblicuidades (Editorial Anantes, 2016). Su última novela se titula Mitze Katze (Ediciones Amargord, 2016). En FronteraD ha publicado, entre otros artículos, Julio Cortázar: los muertos nunca mueren, La magia oculta de Vicente Núñez y Jacobo Siruela: el libro ilimitado. Sueño, conocimiento y estilo. En Twitter: @JdMRomeroBarea
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