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Frontera DigitalCarmen Sevilla, la guapa vecinita de enfrente

Carmen Sevilla, la guapa vecinita de enfrente

El último adiós le ha llegado a Carmen Sevilla tras varios años de ausencia, sumida en el lugar sin límites del alzhéimer. María del Carmen García Galisteo había nacido el 16 de octubre de 1930 en el barrio de Heliópolis de la ciudad de la que tomó el nombre artístico que lució orgullosa por el mundo. Estaba, pues, camino de los 93 años y nos deja a todos un poco huérfanos de esa simpatía que acuñó como imagen de marca. Tuvo un abuelo, José García Rufino, que fue periodista satírico y era más conocido por el nombre de su revista, Don Cecilio de Triana, que por el suyo. Su padre, Antonio García Padilla «Kola», fue compositor y letrista muy relacionado con Rafael de León y otros grandes nombres de la canción española, aunque no quería que la niña fuera artista: tenía miedo de que echaran a perder su honra. Tuvo que ser Estrellita Castro, convertida en su madrina, quien dijera al remiso progenitor: «Mira, Antonio, si tu hija quiere ser un putón lo será, aunque la metas en un convento». 

Y así empezó todo, la niña, que estudiaba baile en el conservatorio, pudo debutar artísticamente con apenas doce años e iniciar una carrera que la convirtió en gran estrella del cine español y más allá, singularmente en México y Francia, tener excelente acogida como expresiva cantante que transmitía elegancia y frescura, y coronarse como una de las figuras más queridas y populares de nuestro panorama artístico. El certero Terenci Moix la definió en Mis inmortales del cine como «la vecinita de enfrente del cine folclórico» -una vecinita despampanante, dicho sea de paso- y sentenció que «su  belleza no se evoca sin nostalgia, su simpatía no se recuerda sin dulzura». Porque guapa, lo era un montón.

Carmen Sevilla en una imagen promocional de 1955

Bajo el ala protectora de Estrellita Castro trabajó como bailarina en los espectáculos de la artista del emblemático caracolillo en la frente y en los de alguna otra figura, y pronto empezó a cantar por consejo de su madrina: «Niña, tú dedícate al cante mejor que al baile, que el cante deja más dinero». Su buena marcha en este terreno estuvo estrechamente vinculada a los temas que cantaba en las películas que interpretó, porque el cine llamó a su puerta también muy temprano. En 1947 Juan de Orduña le dio un pequeño papel en Serenata Española y un año después, con 18 rozagantes primaveras, protagonizó Jalisco canta en Sevilla nada menos que junto al charro mexicano por antonomasia, Jorge Negrete, que ya era entonces una gran figura de talla internacional; ese título la situó en el panorama cinematográfico e impulsó su trayectoria en el séptimo arte. En los años 50 llegaron sus grandes éxitos junto a Luis Mariano: Violetas imperiales, El sueño de Andalucía y La guapa de Cádiz, entre otras, todas empapadas hoy de benévola nostalgia, porque no se puede afirmar que, salvo alguna excepción, la calidad de sus películas fuera excepcional.

Junto a Vittorio De Sica en «Pan, amor… y Andalucía (Javier Setó, 1958)

Ella misma compendiaba así su carrera fílmica en las impagables memorias que le escribió Carlos Herrera en 2005: «Siempre digo que he tenido tres etapas en el cine. La primera fue cuando empecé con Luis Mariano y La Revoltosa, Un caballero andaluz y La hermana San Sulpicio… La segunda etapa cuando hice La pícara molinera, La fierecilla domada, Don Juan, La venganza de Bardem, y todas esas coproducciones… Y la tercera etapa, la del destape, que es cuando hice No es bueno que el hombre esté solo, El techo de cristal, La cera virgen… donde yo enseñaba las piernas, los muslos, las tetitas… Desnudo integral no he hecho en mi vida».

La actriz fue María Magdalena en «Rey de Reyes» (Nicholas Ray, 1961)

Un atinado resumen de una carrera que incluye trabajos con directores como Florián Rey, Luis Lucia, Richard Pottier, León Klimovsky, Antonio Román, Javier Setó, José María Forqué, Rafael Gil, Miguel Morayta, Pedro Olea, Gonzalo Suárez, Eloy de la Iglesia, Nicholas Ray (fue la Magdalena de Rey de Reyes) y Charlton Heston, con quien rodó Marco Antonio y Cleopatra; de este último cuenta que en una secuencia «empezó a tocarme toda la ‘tetoide’… ¡y de qué manera! Yo, muy profesional, aguanté hasta que dijeron ¡corten¡, pero luego largué de lo lindo”, aunque el épico galán insistió en que eso estaba en el guion.

De achuchones también cuenta en sus Memorias los que le daba Paco Rabal, con quien siempre le unió una gran amistad y de quien dice que le gustaba tocar «el culo, las tetas, lo que podía, vamos», pero lo justificaba diciendo: «¡Carmen, qué buena estás! ¡Cómo me gustas». La actriz aclara que el impetuoso murciano lo hacía «siempre riéndose y respetándome». Tremendo respeto, eso sí, y ya metido en harinas, con las manos en la masa de quien había sido la pícara molinera.

Llegados a este punto hay que recordar que el 23 de febrero de 1961 Carmen Sevilla contrajo sonado matrimonio con el compositor Augusto Algueró (1934-2011) en la basílica de Nuestra Señora del Pilar. Fueron en aquellos años una pareja muy popular, con profusión de apariciones en la prensa del corazón y un gran impulso en la carrera musical de ella, que llegó a actuar en la Navidad de 1965 en el show televisivo del estadounidense Ed Sullivan. Carmen y Algueró tuvieron un solo hijo, Augusto, nacido en 1964. Diez años después se separaron y posteriormente se divorciarían, según cuenta ella, por las abundantes infidelidades de él. Su suegra, con quien se llevaba estupendamente, le dijo un día en la catedral de Barcelona: «Hija, tú eres el altar mayor; las otras son solo las capillitas».

De su relación con los hombres, tal vez menos pacata de lo que ella sostenía, contaba, vuelvo a recurrir a las Memorias herrerianas: «Cuando hablo del sexo y del amor que he sentido por ciertas personas, juro que me hubiese gustado tener esa intimidad de cama, no de un sofá o de un sillón, o de una silla o de un coche. Muchas veces, en mi interior, a mi edad, ahora, me hubiese gustado tener esa intimidad y rebobinar para saber qué podría haber pasado con tres personas: Mario Moreno Cantinflas, Luis Mariano y Carlos Arruza» (el torero mexicano fue su primer novio oficial reconocido).   

Cartelera de «No es bueno que el hombre esté solo» (Pedro Olea, 1973), uno de los trabajos de su etapa de destape

Tras divorciarse, la actriz rehizo su vida con el empresario Vicente Patuel (1931-2000), que fue a decir de ella su gran amor y con quien contrajo matrimonio el 5 de septiembre de 1985 en Arcos de la Frontera (Cádiz). Junto a Patuel se la veía inmensamente feliz y por esos años afianzó su popularidad, abandonados ya el cine y la canción, en diversos programas televisivos, de donde nos llega el recuerdo de la Carmen más querida y cercana, la que se fotografía abrazada a las ovejitas de su finca y la de los –quién sabe si astutos– despistes en espacios como Telecupón o Cine de barrio, aunque ella siempre sostuvo que cuando salió a presentar un programa en zapatillas fue porque olvidó que las llevaba puestas, no porque lo hubiera planeado.

Tradicional, simpaticota y muy atractiva, recuerdo que comí con ella mientras preparaba mi biografía de La Farona, Lola Flores, el volcán y la brisa, allá por 2001. Mientras disfrutaba con encomiable apetito de un platazo de jamón de pata negra, me contó la honda amistad que mantuvo con esa mujer admirable y tremenda desde que ambas eran muy jóvenes; en los últimos días de la jerezana, Carmen le llevaba langostinos para animarla a que comiera algo, la vio morir y a Lola la enterraron con una mantilla de encaje de la sevillana. 

Una imagen de su última etapa antes de que el alzhéimer nublara su memoria

Ahora le ha llegado la hora a esta novia de España, objeto de deseo y, finalmente, abuelita entrañable. En 2009 le fue diagnosticado el alzhéimer que ha envuelto en niebla su memoria. Descanse en paz.

 

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