Se han quedado ustedes solos.
Pues como han cerrado Series Pepito, me voy al teatro. No es que tenga muchas ganas de salir con el frío que hace, la verdad. Tampoco es que me entusiasme la sensación de decepción que tengo casi siempre cuando voy al teatro. No. Ni ver actores actuando, ni tener la sensación de ver el texto escrito, ni ver los ejercicios de los actores sobre el escenario. Porque yo quiero ver personas en escena. No actores. Quiero ilusionarme con que presencio algo privado. Pero en cambio al entrar, casi siempre veo algo conocido -además de las mismas caras en los teatros que pagan a los mismos diez actores- que me produce una inmediata decepción. Y a continuación, la ansiedad de saber que estoy de nuevo sentada entre dos personas (¿nunca aprenderé?) y que para salir tendría que hacer levantar a toda una fila. Además he apagado el móvil y no me he puesto reloj, con lo cual, me espera más de una hora de agonía sin saber cuándo termina. ¿Podré contener el grito que se me agolpa en la garganta por este encierro? Voy a ocuparme sólo de no gritar. Ya deben haber pasado al menos cinco minutos. ¿Por qué hablan todos como en lo que debieron ser los melodramas del XIX? ¿Esto no era el CDN/ Canal / Español…? ¿No lo he pagado yo por dos veces, una con mis impuestos y ahora con la entrada? ¿Por qué no volveremos a las viejas y buenas costumbres del pateo y los tomates? Al menos estarían esforzándose por su propia integridad física. Venga, voy a entretenerme en dilucidar cómo ha hecho para aprenderse ese texto (que estoy visualizando escrito en el libreto mientras lo suelta) con esas entonaciones y esos cantitos tan extraños. Qué cosas. Y pensar que esto que hay en los teatros grandes (no diré públicos, porque no es sólo en esos), es lo que los malos actores llaman “el oficio”… Único país somos en el que se sigue haciendo esta “arqueología” interpretativa y encima se le llama “oficio”. Pero únicamente se sustenta en el tremendo mal gusto que comparten directores, productores, actores… Es así. Viene a ser como la decoración de las casas con objetos dorados y tapetes de ganchillo. Hasta las almas más “cultas”, parecen tener el corazón de ganchillo. Qué deleite, oír repetido y sin sorpresas ese soniquete familiar. Esas situaciones con actores y actrices que no corren ningún peligro en escena, y que están a sus anchas, mostrando cómo se saben las convenciones y juguetean con ellas como un niño bueno repite con retintín la tabla de multiplicar. ¿Qué pensará el señor que tengo al lado? Yo pienso que prefiero estar en mi coche, comer palomitas, o mirar a un perro hacer caca, que es más real, y también tiene su acción dramática. El caso es que, hace tiempo que me he hecho amiga de nuevo de las salas “off”. Será porque estamos en crisis –no la falaz, la que repiten los políticos, sino la real, la de la cultura, la del acerbo, la del impulso, la de la curiosidad artística y el riesgo-, pero intuyo que cada vez quedan menos engaños que poner en escena. Cada vez menos ganas de artificio. Cada vez irá rindiendo más lo esencial, la verdadera necesidad y el talento. Porque la miseria acaba con las apariencias y con los mentirosos. Se les quedan las salas vacías, y no es sólo por el precio. Es porque dan ustedes asco. No porque estemos cansados de verlos. No porque estén después de ustedes sus hijos, con el mismo “oficio” que ustedes, el oficio de la mala costumbre. No porque ustedes se queden con todo, lo público y lo privado. No. Es porque ustedes no saben trabajar. No han aprendido nada. No ofrecen nada nuevo y el público se aburre. Porque es impúdico airear lo poco que uno sabe en un espacio para dos mil personas. Al público no le gusta sentir vergüenza, ni lástima. Se les vaciaron las salas. Bueno. No hay mal que por bien no venga. Si podemos encontrar la verdad, será en el off. En el lado de los no subvencionados, los no visibles, los que le restan al otro trabajo que tienen a diario, los que aman lo que hacen, y los que “son”, no los que “están”. Porque los mejores no son nunca los que están. Así que voy a ir a ver cada día algo de esos otros. De los que no están.
Pelma y Gris