La noche ha transcurrido hasta hace media hora sin mayores sobresaltos. He estado revisando las ideas de Bhikhu Parekh acerca del multiculturalismo de cara al examen del lunes. Conforme avanzaba en la lectura no podía evitar recordar la tragedia de París, y las declaraciones de Nigel Farage, líder del Ukip, asegurando que los recientes acontecimientos han sido producto «de la política fallida del multiculturalismo». Mientras tanto la televisión funcionaba a modo de hilo musical. Tampoco he podido evitar escuchar los comentarios, a menudo sentenciosos, de los todólogos habituales de ‘La Sexta Noche’. Admiro cada día más la facilidad con la que los partícipes de cierto debate público emiten juicios ante una realidad que se exhibe poliédrica. O quizás no lo admire tanto.
Durante la última hora de estudio Eilen Jewell y su soberbio Sea of Tears me han hecho una compañía mucho más saludable. Una vez terminado el disco, he escuchado la canción que suena en esta habitación de un sexto casi todos los días pasada la medianoche. Se llama “Nobody Dies Anymore” y corre a cargo de Jeff Tweedy y su hijo Spencer. El último verso, después de muchas escuchas, me sigue conmoviendo:
Love every song that I know
You ask me well how so
Strange I can’t defend
I love how every song ends
Cada Navidad mi hermano mayor me regala un libro el Día de Reyes. Este año me ha obsequiado con Tres rosas amarillas, uno de los libros de relatos de Raymond Carver. Cuando estaba a punto de acostarme lo he visto sobre la mesilla de noche y no he podido resistir la tentación. Acabo de leer el primer relato, de apenas 20 páginas, titulado Cajas. No habría podido concluir de manera más carveriana:
¿Qué puedo decirle? Las personas a quienes miro se abrazan en el porche unos instantes, y después entran juntos en la casa. Dejan la luz encendida. Luego caen en la cuenta y la apagan.
A Carver no le hacen falta enrevesadas estructuras, ni tampoco tediosas oraciones o adjetivos imposibles para sumergirnos en los misterios de la vida, en esa América repleta de los que sufren. Tampoco a Jeff Tweedy. Ambos demuestran que desde la sencillez se puede insinuar lo complejo. De ellos deberíamos aprender muchos otros.
Los propósitos de un servidor en su vuelta a la blogosfera tienen que ver con este tipo de cuestiones. Con seguir luchando contra el ruido en un 2015 repleto de incertidumbres. Y no hay motivos para la preocupación, porque tener más certezas que dudas no se lo deseo a nadie.